“Una criatura claramente humanoide de casi un metro de altura. Tiene enormes y claros ojos rosados que luego se vuelven rojo claro. Toco su cabeza y siento que está volando de fiebre. Recorro un laberinto de pasillos y habitaciones. Hay un pasillo largo, abierto de un lado como la cubierta de un barco, que termina en una enorme habitación con el techo con un cierto efecto ondulado como en mis pinturas, como cobre o plata movida. Hay una mesa donde Brion está sentado y un niño pequeño con un ojo morado vuela por el aire y se posa en mi regazo”, escribe William Burroughs en Mi educación: un libro de sueños. Esa escena soñada no está fechada pero debería haber sido escrita después de 1987, porque recién en esa época Burroughs comenzaría a pintar, justamente influenciado por Brion Gysin, personaje real del sueño, quien lo introdujo en la técnica del cut-up, una forma de escritura collage, automática, de sintaxis quebrada. Publicado en 1995, dos años antes de su muerte, ese libro que compila distintos pasajes oníricos de Burroughs bien podría ser el último grito primario de toda su obra, ubicada entre lo biográfico y lo alucinatorio. Tal vez sea el libro en la sombra más cercano a su hit contracultural The Naked Lunch, o quizás solo se trate de un homenaje a la máquina de soñar que inventó Gysin, un dispositivo lumínico giratorio que precipita una percepción onírica a través de los ojos cerrados. Gysin y Burroughs tuvieron un romance artístico más que carnal, porque aunque ambos tenían relaciones con otros hombres, su crush fue más allá de lo físico, en una interzona donde sus mutuos deseos queer se sincronizaban. Ambos desarrollaron sus desequilibrios en la literatura, las artes plásticas y hasta en la música, a partir de técnicas de registro y descomposición verbal, visual y sonora. En aquel territorio cruzado, el historietista de Ituzaingó Pedro Mancini parece haber encontrado en Burroughs un laberinto donde dibujar su mundo en los paneles. El nuevo libro de Mancini, publicado originalmente en España que tiene su versión local por Hotel de las Ideas, se llama Detrás del ruido. La infancia de William Burroughs y lleva su obsesión por el autor de Queer a una sofisticada pesadilla glacial.

Es probable que la única forma expresiva que no haya podido experimentar Burroughs sea la historieta, así que la de Mancini tal vez sea una suerte de venganza artística. La infancia del futuro cultor de la contracultura está construida en la historieta como un cut-up, un collage de momentos reales e imaginarios que se solapan para crear ese onirismo que Mancini dibuja inyectado de la obra de Burroughs. Con un expresionismo texturado, el niño Billy se mueve entre el abismo de la soledad, el espanto aventurado, la efímera amistad criminal y la dulce alucinación de la morfina, acompañado de una fauna de monstruos. Ese niño de sensibilidad deforme es a quien le dicen marica y lo marginan como bicho raro. Pero Mancini, con aceitado acierto antirrealista, sabe que frente a la amenaza de ser lo raro hay que acelerar el mantra de lo monstruoso, y convertirse en fiera amenazante de toda imposición de norma. Así, Detrás del ruido es un viraje va al hueso de la calavera que todo lo queer lleva puesta, sin distinción entre máscara y rostro. Confiando en la potencia de las imágenes y reduciendo las palabras a lo mínimo sin caer en el facilismo de la cita literaria, el relato de Mancini es generación beat donde el camino es introspectivo y el lenguaje de historieta es infancia queer de todas las malas artes del Burroughs del futuro (porque aunque siempre aparezca con su sombrero y su traje de los 40, Burroughs siempre es del futuro). De un saque, fluyendo como pesadilla ingrávida, Mancini se desbanda para encontrar gérmenes, brotes de una visión que se ramificó en otras múltiples experiencias de lo queer, sin caer en lo biográfico como perfil psicológico, sino como expansivo multiverso psicodélico.