Mucho se ha escrito sobre los motivos que condujeron a la victoria de Donald Trump. Sin embargo, hay un factor importante que ha sido relegado: la estrecha relación que estableció Trump con la televisión. Casi todos los análisis políticos que se refirieron a esta cuestión se enfocaron en el respaldo de los medios de comunicación a la candidatura de Hillary y el fracaso de las encuestas pre-electorales. Ello nos muestra la falacia del papel omnímodo que, como en la teoría de la aguja hipodérmica, algunos sectores le atribuyen a los medios masivos sobre la opinión pública. Pocos han señalado, en cambio, el papel clave que jugaron los propios medios en la victoria de Trump. 

Aunque Trump ya era conocido en Estados Unidos como un extravagante y multimillonario empresario, sólo se hizo masivamente popular tras haber conducido el reality show El aprendiz, programa televisivo que se difundió en horario central entre 2004 y  2015 y en el que Trump se volvió mundialmente famoso mediante su latiguillo “You are fired” (“Estás despedido”), el mismo que luego empleó chistosamente durante la campaña presidencial. El reality show El aprendiz actuó como un trampolín para la carrera política del empresario, así como el éxito inicial en la gestión del club Boca Juniors lo había hecho en su momento con Macri. Desde entonces, Trump demostró tener una cómoda adecuación al género televisivo y su lógica basada en la primacía de la imagen, el show, la espectacularización y la creación de una audiencia entretenida con los conflictos de sus protagonistas. El carisma de Donald y su estilo centrado en la confrontación y la provocación permanente, aumentaron la atención de los medios, tanto gráficos como audiovisuales, quienes enfocaron la campaña en su extravagante figura. Esta personalización de la política vía la mediatización reforzó su popularidad y fue acompañada por una estrategia que lo mostraba como un líder franco, sincero, que denunciaba la corrupción y desenmascaraba las mentiras de una desprestigiada “clase política”. Apelando a una estrategia de sinceridad y de proximidad y a una lógica de entretenimiento permanente ante una audiencia ávida de reality show y que seguía con interés sus exabruptos, Trump construyó una imagen de líder fuerte y presidenciable. Al mismo tiempo, sus asesores idearon una estrategia de interpelación múltiple que, al estilo Menem durante la campaña presidencial de 1988-89, apelaba al empleo de enunciados contradictorios, como proteger a la industria nacional y denunciar los tratados de Libre Comercio, al mismo tiempo que se comprometía a terminar con el sistema de Medicare, implementado por Obama. La estrategia del empresario exitoso y outsider del establishment, que desnudaba con franqueza a la corrompida y esclerotizada clase política, junto a sus constantes exabruptos y provocaciones, reforzaban el vínculo personalizado e incrementaban sus niveles de popularidad, ya que lo mostraban como un líder transparente, sincero y frontal, que se animaba a decir lo que pensaba sin tapujos, al tiempo que sintonizaba con una mayoría silenciosa de los distritos clave del interior profundo del país. 

El estilo canchero, seductor, franco y provocador y la cómoda adecuación de Trump a la lógica de la televisión, contrastaban con el escaso carisma, la seriedad y la opacidad racionalista y bienpensante de Hillary, quien carecía de un programa de transformación social que genere pasiones colectivas. A su vez, la estrategia del candidato republicano de posicionarse como un outsider del sistema político y su lucha por el poder, contrastaba con el masivo respaldo del establishment y la extensa trayectoria de Hillary dentro de la “clase política”, cuya figura era cuestionada por sus manejos particularistas y criticada desde el ala de izquierda de su partido por su extrema moderación ideológica y su defensa de una política internacional expansionista. 

El asiduo empleo de Twitter por parte de Trump constituye el último eslabón de esta estrategia de mediatización alternativa, personalización política y vinculación directa con la ciudadanía-audiencia, y contrasta nuevamente con el apoyo a Hillary de los más importantes diarios y canales de televisión, el sector financiero y la farándula. Finalmente, el liderazgo fuerte y carismático de Trump, único capaz de timonear al país y sus demandas de cambio, logró sintonizar a la perfección con un sedimentado imaginario del sueño americano, el de un Estados Unidos pujante que permitía el ascenso social mediante el trabajo duro y estaba destinado a ser la principal potencia mundial, pero cuyo goce había sido frustrado y sustraído por los inmigrantes ilegales, los musulmanes y una globalización desbocada, encarnada en la codicia ilimitada de Wall Street y los dos últimos gobiernos demócratas.         

* Investigador del Conicet; docente UNQ y UBA.