La artista rosarina Claudia del Río no ha podido tomarse vacaciones en mucho tiempo. Es una hacedora incansable. ¿Vivirá esta condición de su vida como un regalo del cielo o como una pesadilla? Desde mediados de la década del ’70, lleva produciendo un centenar de obras en diferentes formatos que escapan de toda posible catalogación. Es dibujante, pintora, videoartista, performer, fotógrafa ocasional y podríamos decir que hasta archivista: lleva guardando hojas y recortes de diarios, con noticias policiales sobre femicidios, desde el año 1997. Los bordes que delimitan cada una de las series de obras que realizó son bien porosos; su trabajo es un gran perro que se muerde la cola, un círculo que la hace andar una y mil veces por el mismo camino. Quizás la unión de todos los formatos que usó y de todos los proyectos que realizó sea simplemente una: la obsesión. Claudia del Río es una obsesiva.

Actualmente, el Museo Municipal de Bellas Artes de Rosario, Juan B. Castagnino, tiene una exposición antológica que reúne algunos momentos precisos del trabajo de esta artista y parte de su archivo. La selección comienza con pinturas que realizó durante la década del ’70 y finaliza con un conjunto de collages creados durante la pandemia. Con curaduría del artista Santiago Villanueva, esta retrospectiva tiene tres momentos bien definidos: un recorrido por el archivo de la artista –que permite indagar en su manera de pensar y sus métodos para producir–, un espacio dedicado al trabajo exhaustivo que realizó en torno a la estética de la marca Coca-Cola y un último momento que presenta su producción más reciente, hecha en fieltro y otros materiales. En paralelo, en el MACRO (la sede de la institución destinada al arte contemporáneo) se presentó un cuarto-gabinete donde se incluyeron las obras de la artista que el Museo coleccionó.

La carrera de del Río es muy vasta y ha incursionado en diferentes disciplinas. No solo es artista visual, sino que también es poeta, educadora y curadora. Entre 1981 y 1983 formó parte del CEAC, un grupo experimental de artes visuales. Al año siguiente, en 1984 y hasta el ’86, integró el colectivo Artistas Plásticos Asociados de Rosario. Durante más de diez años, construyó un acervo de correspondencia de mail-art, gracias a trabajos que envió y otros que recibió. A mediados de los ’90 formó parte de la Beca Kuitca y con el cambio de milenio, en 2002, cofundó Club del Dibujo, un espacio de pensamiento y acción. Sin darse por satisfecha, en 2006, creó el proyecto Pieza Pizarrón, un dispositivo pedagógico de dibujo y teatro. A contramano del lugar común que dice que todo pasa en Buenos Aires, Claudia del Río hace que todo pase a orillas del Río Paraná.

Claudia del Río, Coca Cola es un ejército

ESTADO DEL ARTE

Estado harapito es el título de esta exposición. En las cinco décadas que lleva trabajando, Claudia entró y salió de diversos estados. Justamente su trabajo puede definirse de esa manera: diferentes momentos (estados) en los que le entrega todo a una cosa para después abandonarla y seguir con otra. Sin embargo, ese abandono termina siendo transitorio, por eso pudo seguir juntando páginas de diarios con noticias policiales desde el ’97 y hasta 2023. Es decir, hay un momento en el que la atención de esta artista se enfoca en una sola cosa, para después desatenderla; centra la mirada en otro horizonte con la misma tenacidad que lo hizo antes y se guarda para sí la posibilidad de volver a esa actividad que dejó atrás o bien encontrar una nueva. En este sentido es que su trabajo es circular –el montaje de esta exhibición da cuenta de eso, en la medida que empieza y termina en el mismo lugar–, Claudia del Río vuelve a pasar una y otra vez por el mismo lugar. El truco está en que cada vez que vuelve a entrar en un estado de algo tiene la experiencia de todos esos otros estados intermedios.

Más allá de los cambios, el espacio doméstico parece ser una constante en todo su trabajo, en todos sus estados. La materialidad de sus obras se nutre de eso que está al alcance de la mano en cualquier hogar: cajas de ravioles, latas de gaseosa, pedazos de tela, recortes de revistas, lanas olvidadas de un tejido viejo. La producción de del Río pone sobre la mesa una de las principales características que tiene el arte argentino contemporáneo: es precario. Esta es una tierra endeudada, olvidada por Dios, en la que nadie tiene un mango y en la que se hace arte con lo que se tiene a mano. Se vive con una resaca que empezó en 2001, pero que se hizo presente más de 20 años después. Esta retrospectiva, tal vez sin quererlo, señala que siempre hubo algo de precariedad en la producción artística local. Parecería ser que el arte argentino no es grande, ni chico, ni rosa light, ni rosa Luxemburgo, sino simplemente precario. Sin embargo, y casi paradójicamente, Claudia del Río es una prueba viviente de que hacer este arte precario puede ser la mejor salida de la precariedad: es una forma de funcionar en el barro, de sentirse mejor, más vivo y para que la imaginación le gane terreno al desánimo. Es que, como dice Lucas Martí en su canción “Basta de Berlín”, los artistas son la performance de esta Argentina gris, donde el futuro es cruel pero están ellos para arreglarlo.

Claudia del Río es consciente del contexto en el que se inserta su trabajo y da cuenta del mismo a través de la materialidad de sus obras. No necesita grandes despliegues ni sofisticados avances tecnológicos. Ella puede observar y comentar el mundo con dos o tres elementos que encuentra en cualquier cajón de su casa. El espacio doméstico es un mapa de texturas, una mina de recursos naturales infinitos que sirven como puntapié para crear infinidad de obras. Y aunque sus yacimientos de tierras raras están en un espacio cotidiano, las imágenes que devuelve son de lo más diversas; cada serie incluida en esta retrospectiva encierra sus particularidades, sus misterios y sus ironías. Detrás del descarte, hay una posición firme, una declaración de principios que es imposible tirar a la basura.

Claudia del Río, No al indulto

IMAGEN POLÍTICA

El 17 de junio de 2005 Claudia del Río escribió: “Todo lo que diga contribuirá más bien al rumor de que los artistas somos bien tontos”. Esta idea fue publicada en Ikebana política, un libro editado por Iván Rosado, sello oriundo también de la ciudad de Rosario que compiló todos los cuadernos de notas que tuvo la artista entre 2005 y 2015. Una década entera de ideas, apuntes y ejercicios creativos. Una mezcla de diario íntimo y manual de buenas prácticas.

Ese pequeño apunte de hace 20 años, además de ser gracioso, desnuda el sesgo que algunas personas pueden tener cuando se enfrentan a trabajos como el de Claudia: pensar que lo que hace es una tontería. Mientras ella escribía eso en Rosario, en Buenos Aires seguía dando frutos el semillero de artistas, escritores y poetas que las artistas y poetas Fernanda Laguna y Cecilia Pavón habían comenzado en 1999: Belleza y Felicidad. Durante muchos años –y una reciente entrevista a ambas lo confirma– se las acusó de que eran unas taradas y que el tipo de obra que circulaba alrededor de ese espacio era también una estupidez. A pesar de que en los últimos años la mirada sobre esa experiencia cambió, en un comienzo hubo cierto recelo por parte de la gente “seria” para con obras como las que se producían en Belleza y Felicidad y que, curiosamente, resonaban mucho con aquellas que producía con anterioridad la artista rosarina.

El enemigo del arte contemporáneo, ese personaje estereotipado diseñado por César Aira para referirse a aquel que dice que los artistas son unos vagos y unos snobs por no pintar como Caravaggio, no puede encontrar valor en un collage hecho con latas de gaseosas y hojas de revistas. Mucho menos en esculturas de fieltro o postales pintadas. Al parecer, Claudia del Río se vino venir a los haters del futuro cuando dijo que todo lo que diría iba a contribuir a pensar que los artistas serían unos tontos.

Sin embargo, su trabajo es profundamente político y está estrechamente arraigado con un montón de problemáticas que el arte “serio”, el que hacen los Caravaggio del siglo XXI, no pueden ni nombrar. Por ejemplo, en 1990 orquestó un envío de postales vacías hacia Casa Rosada con sellos que decían “No al indulto”, como acción de protesta contra la medida tomada por Carlos Menem para indultar a los genocidas de la última dictadura militar. Incluso el hecho de apelar una y otra vez a experiencias de producción colectivas, como el Club del Dibujo, encierra una postura política, en tanto que la prioridad está en la defensa de la comunidad y no en el rédito personal.

Su serie en relación a la marca Coca-Cola, que lleva como estandarte un cartel de chapa pintado con la leyenda “Coca-Cola es un ejército” y varios collages hechos con latas, también tiene una connotación política bastante clara e intensa, algo impropio de una tarada. La lectura lineal de este trabajo sería la que afirma que con este grupo de obras estaría denunciando el avance del consumismo y el capitalismo feroz. Pero el trabajo de del Río es más sutil, abstracto y sintético. Al decir que Coca-Cola es un ejército, también está diciendo que lo que avanza no es solo la era del consumo y de un neocolonialismo, sino una paleta de colores, una tipografía, la curva y la contracurva que emerge de publicidades y productos. Es decir, avanza sobre todo el mundo un programa estético y político disfrazado de bebida gasificada. A pesar de sus intenciones, Claudia del Río parece no contribuir al rumor de que los artistas son bien tontos, sino bien vivos.

Claudia del Río, 2025

Estado harapito se puede visitar de miércoles a domingo, en el Museo Castagnino de Rosario. Hasta el 25 de noviembre. Gratis.