Como buen apóstol del indie, Ira Kaplan, cantante y guitarrista del grupo Yo La Tengo, una vez que terminó el show, pasó por el camarín, dejó su instrumento, tomó una botella de agua y fue directamente hasta el puesto de merchandising, ubicado en el fondo del hall del lugar. Ahí lo esperaba su feligresía, con birome en mano, para que le firmaran los pósteres diseñados especialmente para la ocasión, de la autoría del diseñador George Manta, capo local de la memorabilia recitalera. Antes que un trámite, y sin sentirlo un compromiso, este héroe del rock independiente dialogaba con sus fans con el mismo enamoramiento de un incipiente músico que comienza a captar audiencias. Y es que los artistas de esta escena, en especial los de la vieja guardia, son de la idea de que se deben a su público.
Hacía unos pocos minutos que el trío estadounidense había consumado su cuarto desembarco porteño, que además sucedió a nueve años de su último paso por la ciudad. Si bien la noticia de su inclusión en el festival Music Wins sirvió para ampliar el espectro de propuestas de su programación, al tiempo que se transformó en la oportunidad para que la generación de seguidores locales los pudiera disfrutar en vivo por primera vez, el anuncio de su sideshow causó sorpresa. Y también dudas. No sólo porque se produjo a pocas semanas de su retorno a esta parte de Occidente, sino por la manera en que esta nueva crisis económica que padece la Argentina se encuentra impactando en el ámbito de los shows internacionales. Lo que se viene traduciendo en cancelaciones y aforos a medio llenar.
Entonces la banda puso mucho cuidado y énfasis en el recordatorio de que lo que haría en la noche del sábado último en la sala Deseo sería un recital acústico, para marcar distancia de su participación eléctrica al día siguiente en el encuentro musical masivo pautado en Costanera Norte. Simplemente, una rareza, a razón de su nigromancia sónica. Y no se corrieron nunca de esa narrativa en la hora y media de performance. Incluso, El Príncipe Idiota (proyecto paralelo de Mariano Di Césare, cantante y guitarrista de la banda Mi Amigo Invencible), convocado para encargarse de la previa, se sumó igualmente a esa consigna. Lo que ayudó a construir tanto el clima como el contexto, cuya convocatoria se vio abultada cuando la agrupación irrumpió por el tablado.
A pesar de la extrañeza del formato, vale la pena recordar que no se trataba de la primera vez que Yo La Tengo ponía en práctica su encarnación acústica. De hecho, en 1990, antes de que el próximamente extinto MTV pusiera en boga e instalara para siempre el “unplugged” como recurso, la banda de Hoboken (ciudad ubicada en el estado de Nueva Jersey) publicó un álbum de canciones propias y ajenas (en su mayoría) desenchufadas: Fakebook. En esta vuelta a la capital argentina, arrancaron su set con una de las apropiaciones que grabaron para ese repertorio, el folk “Griselda”, originalmente de The Holy Modal Rounders (a manera de dato, el baterista de ese proyecto era Sam Shepard, célebre escritor y guionista, al igual que otrora pareja de Patti Smith).
Siguieron adelante con uno de sus clásicos, que aparte se ajusta a esa dimensión acústica, “Stockholm Syndrome”, de uno de sus trabajos cumbres, I Can Hear the Heart Beating as One (1995), en el que el bajista James McNew se hizo por primera vez en la noche con la voz cantante. Para luego pasarle el mando a la baterista Georgia Hubley en “Aselestine”, partícipe de su más reciente álbum, This Stupid World. Si recién habían bajado un cambio, a continuación la terna se sumergió hasta el fondo de la introspección de la mano de “I’ll Be Around”. Kaplan recuperó el liderazgo, al tiempo que volvía a revisitar el disco I Can Hear the Heart Beating as One, esta vez con el tema “Autumn Sweater” Esto allanó el terreno para que Hubley desenvainara la sensual “Dreaming”.
Los integrantes de Yo La Tengo estaban alineados uno al lado del otro, en la parte de adelante del escenario. Para esta performance, la baterista dejó guardado el bombo en su funda, apoyándose en tambor y redoblante. Así que tocó de pie, y en el medio de McNew, cuyo bajo estaba conectado al amplificador (lo que rompía con esa idea de lo acústico “a rajtabla”), y Kaplan, quien empuñaba su guitarra acústica con la misma intensidad que lo hace con la eléctrica. Lo que quedó evidenciado en “I Must Be in Love”, revisión power pop del tema de The Rutles (creada por Eric Idle, del laboratorio humorístico Monty Python, fue una banda que parodiaba a The Beatles con canciones propias hechas a partir de pasajes de los temas de los de Liverpool). Fue la particularidad del recital.
A pesar de que el formato acústico suele estar asociado con la apacibilidad, el grupo testimonió que nada le impide poner de manifiesto su visceralidad. Tal como sucedió al momento de hacer “Double Dare”. Impronta que mantuvieron en “Sugarbabe”, promediando ya la segunda parte del recital, donde el cantante y guitarrista apeló por la experimentación sonora. Se pusieron narcóticos en “Superstar-Watcher”, aunque no era más que un trampolín para saltar hacia la crudeza implícita en “Nervous Breakdown”, himno de Black Flag cuya frontalidad ni se atrevieron a cuestionar: sonó tal como ese himno del hardcore punk fue parido en 1979. Aparte, funcionó como marco de “This Stupid World”, tema que da título a su más reciente álbum, lanzado en 2023.
Hasta un par de canciones antes, los acompañó el violinista de El Príncipe Idiota, convite que surgió en los camarines, durante la prueba de sonido, por lo que lo que pasó en el tablado fue fruto de la improvisación. Este año que Yo La Tengo celebra el 40 aniversario de su creación, sus componentes aún son fieles a ese relato que les hizo un lugar especial en la música indie: entre el ensayo, el desacato, la irreverencia y la sensibilidad. Eso les permitió dar con una nueva manera de entender la canción en el rock. Justo por eso no fue fortuito que Kaplan avisara que el domingo el show sería completamente distinto. No obstante, antes de despedirse, con una alegría que los desbordaba, la banda desenvainó “Tears Are in Your Eyes” y “Last Days of Disco”, desatando el “olé, olé” en una jornada de revoluciones y revelaciones.


