Convocados por Richard, estudiante de psicología, un grupo de estudiantes universitarios se retira un fin de semana a una cabaña rural, propiedad de la familia de Richard, con el fin de colaborar en la tesis del anfitrión, que versa sobre el miedo. Al llegar a la cabaña, encuentran un maniquí de madera de tamaño natural llamado Morty, que en la infancia de Richard fue su juguete. Ahora, el tesista les propone a sus invitados que le “confiesen” a Morty sus miedos más íntimos, sus temores.
Cada uno de los y las participantes va comentando sus “miedos”: Leslie admite su miedo a envejecer; Tania, su miedo al agua; Mindy, a las alturas; Gerald, a la religión. El propio Richard confiesa su miedo al compromiso.
Morty parece tomar vida propia: aparece en distintos lugares de la casa de forma inexplicable. Se van sucediendo una serie de hechos en los que Morty parece “personificar”, adquiriendo vida propia, la representación de los miedos que todos, de una forma u otra, le han confesado.
Lo señalado es una introducción a la película de terror psicológico llamada “El miedo”, estrenada en 1995, dirigida por Vincent Robert, escrita por Ron Ford y protagonizada por Eddie Bowz, Darin Heames, Leland Hayward y Anna Turkel.
El miedo, como sensación, acompaña a la humanidad desde sus inicios como tal. ¿Acaso no podríamos decir que es la primera emoción experimentada por el hombre? ¿No es el miedo?
Corey Robin, en “El miedo. Historia de una idea política”, nos dice: “El miedo es la primera emoción experimentada por un personaje de la Biblia. Ni deseo ni vergüenza, sino miedo. Adán come del árbol, descubre que está desnudo, se esconde de Dios y confiesa: tenía miedo porque estaba desnudo”.
Los miedos pueden ser motivo de las más variadas causas. Por ejemplo, una invasión desde el espacio.
En julio de 1938, Orson Wells fue el protagonista central de la transmisión radiofónica de la “Guerra de los mundos”, obra de ciencia ficción que relata la invasión de seres extraterrestres. Wells interpretaba al profesor Pierson, un científico que narraba los acontecimientos.
La forma en que el relato fue tomando forma —con ficticios reporteros que denunciaban la caída de meteoritos, que en realidad eran naves espaciales conducidas por seres invasores del espacio— fue incorporándose con habilidad e ingenio en la narrativa.
Una declaración de un ficticio secretario de Estado decía: “Mientras tanto, conservando nuestra fe en Dios, cada uno de nosotros debe continuar cumpliendo con sus deberes, de suerte que nos sea posible oponer a ese enemigo destructor a una nación unida, valiente y consagrada a conservar la supremacía humana en esta tierra...”
Miles de oyentes que sintonizaron la transmisión y no escucharon la introducción, que señalaba que se trataba de una dramatización, entraron en un profundo pánico.
Al respecto Hadley Cantrell, en “La invasión desde Marte. Estudio de la psicología del pánico” (1940), nos dice: “Durante la noche del 30 de octubre de 1938, miles de estadounidenses fueron presa del pánico mientras escuchaban una emisión que describía la invasión de nuestro planeta por los marcianos. Probablemente jamás se ha visto tanta gente súbita e intensamente conmocionada en calles y paseos de todas las localidades del país como durante la noche en cuestión…”
¿Es razonable pensar que parte del comportamiento electoral del pasado 26 de octubre pueda explicarse por el miedo, el temor? Desde el presidente Trump, pasando por Milei y Caputo, no dejaron pasar oportunidad para resaltar que una derrota de La Libertad Avanza implicaba, en el caso de Estados Unidos, un retiro del apoyo financiero que era abonado por los propios funcionarios del gobierno argentino: el llamado “riesgo kuka”.
Muy sintéticamente, un triunfo de Fuerza Patria significaría echar por la borda los “triunfos macroeconómicos” (el superávit fiscal, la baja de la inflación), como la reinserción internacional en el “primer mundo” y la llegada de inversiones internacionales.
En declaraciones del 28 de octubre, el ministro Caputo reafirmó esta visión: “Más que nunca, en esta elección quedó en evidencia el riesgo kuka... Si queremos graduarnos de país serio, que pueda atraer inversiones que den trabajo a nuestra gente, la alternativa política no puede ser más el kirchnerismo/comunismo”.
Desde esta columna hemos señalado que el modelo libertario está agotado, que el resultado electoral es una aspirina para paliar la hinchazón. Sin embargo, las blancas también juegan.
Sostenemos que parte del resultado es posible explicarlo por el miedo a un lunes negro, a un 27 de octubre que muchos auguraban desastroso para la economía. Una “guerra de los mundos” a la argentina.
Este columnista también se pregunta: ¿acaso no soslayamos que la baja de la inflación puede significar un alivio para muchos compatriotas? ¿Acaso no sería posible que millones de argentinos crean que, luego del durísimo ajuste sufrido, ahora vendrá un tiempo de bonanza? ¿Acaso, para enamorar, además de frenar a Milei, hay que plantear, no desde el pasado sino hacia el futuro, una propuesta alternativa?
En un notable —por lo claro y sencillo— tuit del politólogo Mariano Tilli, a quien no tengo el placer de conocer, cuenta que el sábado antes de la elección cenó con amigos de su pueblo natal, Azul. Los define como ni mileístas ni gorilas. Entre otras cosas, rescataban la estabilidad inflacionaria que les permitía adquirir cosas sencillas, como una plancha en cuotas o pagarles el viaje de egresados a sus hijos.
Con agudeza, Tilli señala: “Es cierto que no hablamos de las mayorías, pero quizás un 30 o 40 por ciento de la población veía eso como un paso adelante. Me decían que esa previsibilidad se vio hackeada por las elecciones. Hace cuatro meses se paró todo y mucha gente presintió que se podía poner en riesgo esa posibilidad de planificar… Era volver atrás. Subestimar lo que genera poder ordenar la vida familiar es olvidarse de cómo el menemismo ganó las elecciones de 1993, 1994 y 1995… Si el lunes bajan el dólar y las tasas, ellos sentían que habían votado bien. Con inflación alta no se podía planificar nada”, repetían.
Culmina Tilli diciendo: “Sabiendo que describir no es compartir, entendí las razones de esos votos a Milei. Si para ganar hay que entender las razones del otro y aprender a escuchar, creo hoy que es imprescindible”.
Ciertamente —insistimos con Tilli— no se trata de comprender a todos, porque va de suyo que millones de argentinos no tienen cómo planificar cuota alguna, ya que no llegan a fin de mes. Se trata de comprender al otro para intentar convocarlo.
A mi juicio, aunque sean valederos otros razonamientos que buscan en revisar otros resultados legislativos anteriores, cuestionan la metodología de votación, etcétera, prefiero concentrarme en comprender a quien no piensa como uno: entender al otro.
Otros preferirán sentarse a esperar que el agotamiento del modelo económico, se transforme en crisis final, y que, por ausencia de otras salidas, los amigos de Tilli casi por resignación decidan acompañarnos electoralmente. ¿Están tan seguros de que lo harán?
Este columnista prefiere no esperar y plantear una doble tarea: comprender al otro y demostrar que no somos el miedo. No es simple voluntarismo; implica templanza, paciencia, pero, sobre todo, coraje y decisión. Porque para vencer al miedo de otros, hay que derrotar a los propios, que anidan en los espacios de confort, en la convalidación acrítica, y en el microclima que obedece pero no cuestiona. No somos Morty, pero muchos pueden creer que sí lo somos.


