Se conocieron los datos del comercio exterior de bienes de la Argentina para noviembre y el acumulado de los primeros once meses del año. Las exportaciones no despegan, sino más bien lo contrario: en noviembre experimentaron una caída de 4,9 por ciento respecto al mismo mes de 2016, mientras que el acumulado enero-noviembre mostró un crecimiento del 1,2 por ciento en valores y de sólo un 0,1 por ciento en cantidades respecto de igual período de 2016. Estos datos contrastan con el pretendido boom exportador que prometía Cambiemos como uno de sus principales caballitos de batalla durante la campaña presidencial, cuando aseguraban que la reducción de las retenciones y la “liberación del cepo cambiario” (léase la devaluación) iban a instaurar en la Argentina un modelo de crecimiento liderado por las ventas externas. Puede fallar. Y hasta ahora falló.

Por el contrario, las importaciones vuelan al ritmo de la apertura de la economía y de la falta de un esquema de administración del comercio que proteja al trabajo y la producción nacional, en el marco de una economía mundial caracterizada por la sobreproducción y la voraz búsqueda de mercados en donde volcar los excedentes. Durante noviembre las compras en el exterior crecieron un 30,2 por ciento en relación al mismo mes de 2016; el acumulado enero-noviembre muestra un incremento de 19,9 por ciento respecto del mismo período del año anterior. Lo significativo, además, es que se incrementan para todos los rubros y usos económicos, incluso aquellos en donde nuestro país contó históricamente con ventajas competitivas, tal el caso de los alimentos elaborados. Preocupa también el salto que se produjo en la elasticidad importadora (el crecimiento porcentual de las importaciones por cada punto de crecimiento del producto bruto), que pasó de un valor histórico de aproximadamente 3 a cerca de 7 en la actualidad.

El neteo de ambos flujos muestra un descalabro monumental: un déficit comercial que ya es récord histórico, con un acumulado a noviembre de 7.656 millones de dólares. Este valor desenmascara una nueva mentira o muestra la impericia del equipo económico de Macri: en el presupuesto 2017 las proyecciones hablaban de un déficit de 1.800 millones de dólares; más recientemente, al presentar el presupuesto 2018, las estimaciones del Gobierno mostraron un rojo de 4.500 millones de dólares. El resultado final para 2017 seguramente estará más cerca de los 9000, quintuplicando las proyecciones con las que se aprobó el presupuesto 2017 y duplicando las estimaciones con las que se presentó el presupuesto 2018.

Obviamente, estos resultados en el terreno comercial tienen su correlato y su impacto sobre la producción y la generación de empleo. Por sólo tomar un dato, los guarismos en materia de asalariados registrados para el mes de octubre muestran una reducción de 1,1 por ciento en el sector industrial, el más castigado por las importaciones. Por otra parte, comienza a preocupar la sostenibilidad macroeconómica de un esquema de bajo crecimiento liderado por las importaciones y financiado con deuda externa, con el riesgo potencial de generar una crisis de balanza de pagos ante cualquier reacomodamiento de los mercados financieros internacionales. En síntesis, como dice la canción, “nosotros somos la comida, y alguien está efectivamente hambriento”. Mientras que el mundo apetece mercados, el gobierno abre estúpidamente la economía, transformando al país en un banquete para la producción foránea. ¿El resultado? Una verdadera avalancha de importaciones y de despidos en el sector industrial y una irresponsable aproximación a la cornisa de la restricción externa.

* Docente-investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y asesor de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la CTA-T.