Siempre decimos que el futuro es feminista y que está en manos de la gente joven, en nuestras manos. Esto, muchas veces, genera que la juventud sea idealizada por su disidencia y su rebeldía ante lo retrógrado. Esta idealización es tan negativa como cualquier estereotipo. Entonces, ¿cómo seguir(nos) deconstruyendo hacia un futuro feminista?

No tengo la respuesta y dudo de que alguien la tenga, pero sí creo que los casos de violencia de género no son algo menor en este debate. Hace poco tiempo viví de cerca un caso de abuso, en mi círculo más íntimo. El tema ya se había instalado en el ámbito de la militancia estudiantil por denuncias a estudiantes secundarixs: referentes estudiantiles, pibes y pibas trans, militantes “revolucionarios” que fueron escrachados por ser violadores, acosadores, abusadores. ¿Entonces, con espacios de militancia, de estudio y de amistad de por medio, cómo nos hacemos cargo sin lavarnos las manos?

Ante estos casos puede ser fácil conformarse al expulsar, alejarse o aplicar una sanción y así cerrar el tema, eludiendo un debate más profundo. Tanto las complicidades machistas como la sororidad, el empoderamiento colectivo y el apoyo feminista juegan roles clave al establecer la condena social: hay quienes, llenos de prejuicios, angelizan al abusador y condenan a la víctima como mentirosa y también hay quienes, en la lucha contra la demonización de la víctima, patologizan al abusador. ¿Acaso es un enfermo o es un buen hijo del patriarcado? Si elegimos tratarlo como un psicópata individual nunca se podrá revertir su actitud ni cambiar el sistema porque su conducta forma parte de la masculinidad adolescente y códigos sexuales.

¿Qué hacemos con un pibe de 14 años acusado de manosear a una compañera? ¿Es lo mismo si es denunciado por violarla? ¿Da igual si tiene 14 años o 50? Las vías para dejar atrás esas actitudes varían y es necesario generar cuestionamientos para trabajar en ellas para no ser cómplices al igual que también alejarse ciertamente del abusador. 

Escrachar al abusador tampoco es la solución definitiva, pero si la víctima está de acuerdo en muchos casos permite que otras personas también se sientan alentadas a hablar y que el victimario sufra la condena social por una actitud que, a veces, puede modificar.

Las respuestas espontáneas suelen ser complejas. En los últimos años la militancia estudiantil, entre sus campañas por la ESI, #NiUnaMenos y #NoEsNo logró implementar protocolos de acción institucional ante casos de violencia de género, en universidades y, recientemente, en colegios secundarios. Necesitamos ir más allá.  Cuando se trata de un caso en el ámbito de militancia tomarlo  como algo personal porque lo personal es político. Es importante que nos demos cuenta de que ni la disidencia ni ser de izquierda ni la revolución nos excluyen del sistema patriarcal porque, justamente, nos atraviesa a todxs.

*Estudiante secundario y militante del Centro de Estudiantes y de la Comisión de Género del ILSE, de 16 años.