Francisco llega a Chile cuando dos proyectos cruciales para la diversidad sexual están en pleno debate en Congreso chileno: la ley de identidad de género y la ley de matrimonio igualitario. Ambos son resultado de años de incidencia de las organizaciones chilenas de la diversidad y, como toda lucha, no ha estado libre de escollos ni resistencias.

La ley de identidad de género acumula ya casi 5 años de demoras. Presentado ante el Senado en mayo de 2013, recién en junio de 2017 la cámara alta aprobó el proyecto y lo remitió a Diputados. Los debates en comisión están teniendo lugar en este mismo momento, sin que haya faltado el diputado que propuso aplazar su tratamiento por coincidir con la visita de Francisco, moción felizmente descartada.

En lo que respecta al matrimonio, luego de la firma de una solución amistosa ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2016, Chile asumió el compromiso de ingresar un proyecto de ley para permitir este tipo de uniones entre personas del mismo sexo. La presidenta saliente remitió su proyecto en agosto pasado y desde noviembre está siendo debatido en el Senado.

Por estos días, Chile transita la inminencia de una transición presidencial en la que Piñera ya habría dejado entrever sus intenciones de oponerse a la ley de identidad de género. En este contexto, Francisco aterriza como un pájaro de mal agüero, presagiando el cambio que Chile tiene a la vuelta de la esquina.

Es cierto, Francisco parece abrazar causas que son preciadas para quienes luchamos por los DDHH y, en ocasiones, sus detractores nos vemos en la incómoda situación de compartir nuestro disgusto por la figura papal con grupos nefastos que lo detestan pero por defender esas causas dignas. Aun así, resulta imposible morigerar las críticas mientras Francisco siga liderando la lucha contra lo que denomina “ideología de género” y siga combatiendo cualquier avance que pretenda legitimar la diversidad. Aunque muchos quieran (o necesiten) aferrarse a la falsa piedad de su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?”, Francisco llega a Chile habiendo despreciado a la diversidad en sus palabras y acciones. Tan sólo algunos ejemplos. Días antes del referéndum sobre matrimonio igualitario en Eslovaquia, en febrero de 2015, exhortó a los eslovacos a “proseguir con sus esfuerzos en defensa de la familia”. Este mensaje fue replicado en carteles que empapelaron el país con la imagen de Francisco alentando a votar en contra del matrimonio igualitario, opción que se impuso. Cuando Italia avanzaba con la unión civil para parejas del mismo sexo, Francisco inauguró el año judicial de 2016 recordando a los magistrados que “no puede haber confusión entre el tipo de familia que Dios quiere y otro tipo de uniones”. Esto ya lo había dicho en su exhortación apostólica de 2015, “La Alegría del Amor”, sentenciando que no hay analogías posibles “ni siquiera remotas” entre las uniones de personas del mismo sexo y “el designio de Dios para las familias”. 

Sigamos. En su visita a EE.UU., el Papa recibió nada menos que a Kim Davis, la funcionaria que se rebeló contra el fallo de la Corte Suprema que legalizó el matrimonio igualitario en ese país. Explicaciones sobran.

En relación con su batalla contra la supuesta “ideología de género” (una ideación que infunde tanto desprecio y tanto miedo, que hasta hizo fracasar el referéndum por la Paz en Colombia), recordemos que Francisco incluyó a las armas nucleares y a esta “ideología” en la misma lista de afrentas al “orden de la creación”. En Polonia, la llamó “colonización ideológica” y en octubre de 2016, volviendo de Azerbaiyán, comentó -horrorizado- que un niño le habría dicho a su padre “que cuando fuera grande quería ser una niña”. Sin más, atribuyó esa respuesta a que en la escuela se enseñaba “ideología de género”, a la que calificó como “maldad” y “adoctrinamiento”. En “La Alegría del Amor”, explicó cómo esta “ideología” niega la reciprocidad “natural” hombre-mujer, denunció los proyectos educativos que la promueven y postuló que el sexo biológico y el género “no se pueden separar”.

En 2017, Francisco repudió “la manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual” que ofrece la tecnología biomédica, rechazando los procedimientos de afirmación de género que para muchas personas trans son clave en su construcción identitaria.

Sin duda, la pluma y la palabra de Francisco han seguido legitimando a quienes odian y violentan. ¿Cuánto de toda esta nefasta diatriba que Francisco tendrá efectos en el Chile que hoy debate la ley de identidad de género y matrimonio igualitario? Es difícil saberlo. Lo que sí puede saber a ciencia cierta es que la comunidad LGBT organizada redoblará su lucha hasta lograr la plena igualdad. Y eso es algo que tarde o temprano se logrará. Mal que le pese a Francisco.