Una interpretación difundida sostiene que al gobierno se lo subestimó en su capacidad política y se lo sobreestimó en su capacidad económica, es decir habría sorprendido en las dos dimensiones. Nótese al pasar el prejuicio positivo (y erróneo) en favor de una administración neoliberal de la economía, dato jamás corroborado por la historia local.

La interpretación, sin embargo, tiene un componente de verdad. Efectivamente en sus primeros dos años el oficialismo manejó con habilidad su minoría política legislativa y consolidó poder territorial con clara visión de los tiempos electorales. Ajustó en el año par cuando disfrutaba el cheque en blanco del recién llegado y expandió en el impar, cuando fue necesario ganar elecciones. El éxito de la gestión política se expresó en el triunfo electoral del pasado octubre. En su primera etapa Cambiemos cosechó lo que sembró mediáticamente y pudo atribuir todos los costos de sus decisiones económicas a la “pesada herencia”, legado que en realidad le permitió aumentar exponencialmente el endeudamiento en divisas y avanzar en la precarización laboral y el cuentapropismo, es decir consolidar lo que serán sus propios legados estructurales para los gobiernos populares de la tercera década del siglo: deuda y desempleo.

En segundo lugar, la gestión económica de la primera etapa creó los condicionamientos políticos para la segunda. Si en los primeros dos años el ajuste pudo atribuirse con éxito a las condiciones heredadas, en la segunda etapa, 2018-19, se atribuirá a la necesidad. La importante baja de impuestos a los más ricos, a pesar de la disminución de la carga de los subsidios tarifarios, se tradujo en 2017 en la persistencia del déficit fiscal primario en 3,9 puntos del PIB frente a una meta presupuestaria del 4,2, pero con un aumento del déficit fiscal total (primario más financiero) que alcanzó los 6,1 puntos del Producto. Dicho de otra manera, las condiciones creadas por el megaendeudamiento comenzaron a pegar de lleno en el panorama fiscal, lo que permite augurar la más que previsible retroalimentación del círculo vicioso, cuadro que se potencia cuando se agrega el rojo furioso de la cuenta corriente del Balance de Pagos, que proyecta un horizonte creciente para la demanda de dólares, endeudamiento y déficit financiero.

En 2018 se asistirá a la virtual desaparición del recurso a la pesada herencia. El desgaste de dos años sin los resultados prometidos significará un aumento de la conflictividad, fundamentalmente porque el gobierno decidió que el salario será la variable de ajuste. Mientras las previsiones más optimistas proyectan un piso inflacionario en torno al 22 por ciento, se pretende poner un techo de recomposición de los salarios del 15, una verdadera “ancla salarial”. La tarea oficial comenzó a operar en dos frentes: la eliminación por decreto de la paritaria nacional docente, la primera importante del año y referencia para las que le siguen, y el ataque frontal a la resistencia sindical por la vía del desprestigio y el apriete a la dirigencia, una jugada arriesgada que ya provocó que asomaran los dientes de gremios hasta ahora mansos, situación que podría acelerar la recomposición de la dispersión opositora.

Si la jugada oficial es exitosa su efecto económico se sentirá en el crecimiento, que podría experimentar un nuevo freno tras el leve repunte electoral de 2017. No debe olvidarse que la evolución del PIB en la estructura económica local sigue dependiendo del Consumo. Una de las promesas más famosas de los economistas de Cambiemos fue el pasaje sistémico desde un crecimiento conducido por el Consumo a otro basado en la Inversión, cambio que sería posible a partir de las desregulaciones y el “sinceramiento” de los precios relativos. Sin embargo tal reemplazo nunca ocurrió.

Según detalla un informe aun no difundido de la consultora “pxq”, que dirige el economista Emmanuel Álvarez Agis, sobre los componentes de la demanda agregada que difunde el Indec: consumo (público y privado), inversión (pública y privada) y exportaciones netas (exportaciones menos importaciones), más la Variación de existencias, el Consumo sigue siendo el componente principal para explicar el crecimiento.

De los números de 2017 para los tres primeros trimestres lo primero que surge es el aporte negativo del 3 por ciento de las exportaciones netas, básicamente por el aumento de las importaciones, que en el período crecieron el 11,3 por ciento. En segundo lugar el Consumo suma el 2,6 por ciento, prácticamente la mitad del total del crecimiento bruto del PIB del período contra apenas el 1,5 por ciento aportado por la Inversión. Finalmente la acumulación de stocks fue del 1,4 por ciento, con lo que el crecimiento neto para los tres primeros trimestres fue de 2,5 puntos (-3 + 2,6 + 1,5 + 1,4).

La conclusión sobre los datos de 2017 y proyectando hacia 2018 es que la pretendida “ancla salarial” impactará de lleno en el que continúa siendo el componente más importante de la demanda agregada y la evolución del crecimiento: el Consumo. Se destaca que en 2017 el comportamiento positivo de esta variable respondió al aumento de los salarios por encima de la inflación, proceso que antes que a los resultados de las paritarias respondió al mayor endeudamiento de las familias y a la postergación post octubre de buena parte de las subas tarifarias, factores ambos que impactarán negativamente en el consumo 2018. El resultado final será la contracción del PIB, dado que no existen elementos que permitan prever cambios en el agregado de las exportaciones netas y la inversión, más allá de algunos comportamientos puntuales que podrían ser más que contrarrestados por la acumulación de stocks 2017. Vale destacar aquí el aporte a la proyección del crecimiento de la poco considerada “variación de existencias”. Este escenario tendrá como marco el citado aumento de la conflictividad social, paradójicamente el único freno posible al ajuste proyectado.