Una escultura roja con forma de ángel ha padecido embiste tras embiste desde que fuera instalada a principios de diciembre en el distrito costero Palaio Faliro, al sur de Atenas. Bautizada Phylax, que en griego antiguo significa “guardián” o “protector”, la bienhechora pieza no fue bien recibida por vecinos ultrarreligiosos y de derecha, que –acaso por el intenso color escarlata de la figura alada– se convencieron de que se trataba de una obra satánica que representaba al mismísimo Diablo. Dándose ínfulas de soldaditos de Dios, comenzaron entonces una cruzada contra la mefistofélica obra grana, echándole pintura blanca o propinándole escupitajos al pasar. Ni siquiera faltó, en la víspera de Año Nuevo, el grupito manifestante que, sosteniendo banderas griegas y cantando el himno nacional, se hizo presente con el sacerdote del barrio, que intentó ¡exorcizar! la escultura con altas dosis de fe y, claro, agua bendita. Para el curita, que publicó una carta abierta exhortando al alcalde Dionysis Hatzidakis a bajar la controversial obra, Phylax era sencillamente “un demonio, un soldado de Satanás”. El punto final, empero, lo plantaron vándalos encapuchados los pasados días, que derribaron la escultura y rompieron luego sus turgentes alas. Con todo, el punto final podría ser un mero punto aparte, en tanto Hatzidakis aseguró que, si logran restaurarla, la pieza volverá a su sitio original. También el Ministerio de Cultura se expresó al respecto de la “cruzada”, lanzando un comunicado donde advertía que “la libertad de expresión y la creatividad son prerrequisitos fundamentales de toda democracia”, apuntando además que “el diálogo público, el desacuerdo pacífico y la relación dialéctica entre los opuestos son pilares fundamentales de la civilización griega y han sido legados a toda la humanidad”. De momento, el reputado pintor y escultor Kostis Georgiou, autor de Phylax, ducho en esculpir estilizados figurines rojos de torres de personas o animales desgarbados, no sabe qué pensar. Estupefacto por el endemoniado caso, dijo que la violencia que ha despertado su obra lo ha dejado sin palabras: “Quizá debería permanecer en el suelo como un monumento a la irracionalidad”.