En esto de la deconstrucción de nosotros, de repensar nuestra masculinidad, se me cruzó ante la vista, digamoslo así, la escena de Macri, presidente, extendiéndole la mano al policía procesado por homicidio, nada menos que en la Casa Rosada y a la vista y exposición de todos. Especialmente de la policía, digo, y de la sociedad, también.

¿Qué tiene que ver la escena con la propuesta a repensarnos? Mucho, si no casi todo.

Macri, su escena, su gesto, no solo no me representan, sino que, mucho peor aún, representan a aquél a quien convoco a deconstruir, representan aquel pensamiento machote que necesito desarmar, reconocer lo que tenga de él en mi formación, y desarmarlo. No porque haya sido enseñado a matar a nadie, sino porque esa gestualidad estaba implícita en nuestra educación general, no en nuestra casa, aunque sí en nuestra casa, sí en lo que del entorno social y cultural era absorbido como posible de hacer y de ser por mi más profunda intimidad, a la que me era imposible acceder ni entender. Se naturaliza(ba). En los diarios, en la tele, en la radio, en el cine, en la calle, en los discursos, en las canchas, en la escuela, en los gobiernos. Si alguno de nosotros, de pretendida masculinidad antipatriarcal, es capaz de decir que fue inmune a recibir por simple absorción, por ósmosis esos discursos, (se) miente o vivió en una campana. Tiendo a creer lo primero, bajo la comodidad del reflexivo impersonal que todo lo puede.

Por algo, la mención directa, no imaginaria sino bien directa y pedagógica de que el asesinato de una mujer a manos de un hombre, generalmente su pareja, su amante, su ex, se denominaba hace años (no tantos) crimen pasional hasta que el feminismo la desmoronó en su significado. ¿Por qué se habrá sostenido tanto tiempo? ¿Por casualidad? ¿Por pura moda? No. Persistió porque era creíble. ¿Quien de nosotros despotricó hace 20 años contra ese significado? Nadie de quienes yo conozca. No porque se estuviera de acuerdo sino que para qué prestar atención a lo natural, a lo que era así y estaba dado. No es rasgarse las vestiduras lo que propongo, porque es lo mismo que nada, que negarlo. Solamente, pero nada menos, reconocerlo y tratar de dimensionarlo como parte de ese repensarnos. Y hacer algo. Reconocernos es un primer paso para entender cómo queremos ser al habitar este mundo, esta vida, nuestras relaciones. Para empezar, hay que hacer espacio a las preguntas, a las dudas, y para eso, hermanos, hay que despojarnos de certezas. Las certezas son nuestra jaula. De oro, pero jaula al fin.

Macri propone un modelo concreto. Propone habitar la negación de pensar, de repensar, de desarmar. Propone la violencia, propone la negación de la ley (no el debate sobre una ley, función del parlamento y de los reclamos en la calle), propone la desobediencia a los jueces (cuestionables como seres humanos y dado el caso como funcionarios, pero en todo caso a través de mecanismos estipulados dentro de esa misma ley, o incluso con reclamos en la calle). Propone el odio. La violencia. Ambas funcionan como certezas. Jaulas de oro. 

De qué otra manera podría lograr que alguien mate a su origen sino es cegándolo con políticas de odio. Tenemos la obligación de escuchar la propuesta, porque no es la base de la seguridad sino, al contrario, de la inseguridad. Chocobar no dudó. Disparó hasta matar. No fueron dos disparos, fueron nueve. Muchos no fueron al aire, dieron alrededor, en las paredes. No dudó en disparar. No tuvo lugar para preguntarse si podía herir a alguien alrededor. Tres del barrio, desarmados, con el mismo miedo, detuvieron al mismo adolescente, segundos antes de que emprendiera su fuga mortal. Se apartaron porque llegó el policía, y aquellos que habían actuado racionalmente en medio de la carga de adrenalina que eso significa, repito, racionalmente, se apartaron para dar lugar a la ley. Ley que ahora Macri viene a decir que es errónea.

Ramallo.

Exagero? El sargento que baleó a la novia en la puerta de la comisaría de la Mujer, el jueves pasado, lo hizo a las 14.30 aproximadamente. A esa hora, Macri recibía a Chocobar en la Rosada para homenajearlo. El sargento no podía saber de ese gesto. Imagínense lo que se viene ahora que lo vieron.

Héroes. Certezas. Ramallo.

La gestualidad de Macri se incorporará en cada unx de todxs nosotrxs en una proclama política de la violencia como solución de los problemas. Balear a alguien en una discusión en el peaje. Saben que no exagero. Ir armado por si lo roban. Saben que no exagero. El año pasado 23 uniformados fueron femicidas.

Ramallo.

Y utilicé la x, universal de género adoptada por elección, y no la o, falso universal impuesto como falso neutro, porque quiero significar que esa proclama será procesada por cada persona, a favor o en contra. Pero las mujeres, las travestis, las transexuales, las lesbianas, las diferencias a la norma establecida por ese mismo discurso, sufrirán los resultados de esa gestualidad del odio en carne propia, con su vida y con su muerte, como ya la vienen sufriendo.

Exagero? El mismo día en que Macri convocaba a la Rosada a Chocobar para homenajearlo, como informó la colega Mariana Carbajal en este diario, la jueza María Fontbona de Pombo procesaba a la militante lesbiana por resistirse a ser detenida. La detuvieron por besar a su mujer, aunque la excusa sea que fumaba en un lugar prohibido. La mirada policial, alimentada por políticas de odio, es un peligro.

Y los varones, los convocados para cargar el arma y dispararla, los convocados para ser machotes, serán los victimarios víctimas. Igual que el chico que mata para robar para la policía. Victimario víctima. Mata y mientras tanto, lo matan. Es un error equilibrarlos en la balanza. No deciden lo mismo, ni tienen la misma capacidad de decisión. Uno representa al Estado y el otro a lo que el Estado desechó.

Nosotros, ahora sí con o, también somos víctimas de ese discurso, de ese sistema. Somos víctimas de ser victimarios. Aquello de la jaula, de oro. Pero jaula.

Por eso, cuando se me cruzó la escena de Macri estrechando con su mano patriarcal y su sonrisa de odio al policía que había matado por la espalda, sentí que se me pegaba como plástico quemado en mis entrañas y no quería, y me dio unas tremendas ganas de apartarme, de no ser, de despegarme todo eso, de arrancarme con las uñas esa práctica naturalizada de certezas que nos enjaula.