Vino de una patria resucitada por mujeres –su Paraguay natal, cuya población masculina arrasada por la Guerra Grande fue reconstruida por viudas e hijas–, a la ciudad de Buenos Aires para ayudar a hacer crecer la potencia femenina dentro del mundo del arte. Además de “en trance” –abstraído durante horas, como lo recuerdan sus colegas, en el mantra artesanal de los tiempos del bordado y el crochet–, Centurión fue un artista en tránsito. Emigró primero, en 1974, a Formosa con su familia escapando de la dictadura de Alfredo Stroessner, y luego, en solitario, a Buenos Aires, donde se dedicó, además de a su propia obra, a curar y fomentar el trabajo de sus amigas. Su obra fue descripta por él mismo como celebración del mundo de las mujeres y de su “conflictiva tierra de origen”, como la llamaba. Formó parte de una generación que comenzó a exhibir en la galería del C.C. Rojas, que a partir de la vuelta de la democracia, y más intensamente en los 90, de la mano de Jorge Gumier Maier, convocaba a la juventud a introducir temas “prohibidos” hasta ese momento por el frío conceptual: otros materiales, sensibilidades, temas como el kitsch, la ironía. 

Con remixes de chamamé, tomas de paseos por Once y material de archivo imprescindible, Feliciano Centurión: Abrazo íntimo / al natural, el documental de la realizadora Mon Ross, hace un rescate emotivo de su vida y obra al tiempo que lo muestra a él mismo recuperando descartes de tela, chucherías, peluches made in China, mantelería de segunda mano y todo lo que el gusto del ojo bien no mira. Las voces de sus hermanas, amigas, amores y maestros lo recuerdan batiendo su abanico de plástico o su melena de Rita Hayworth, la misma por la que lloró a lágrima viva el día que por alguna desconocida promesa se vio obligado a cortar. El mismo Centurión le habla a la cámara acerca de su niñez transcurrida entre ríos y de la maestra que descubrió al niño artista en una clase de actividades prácticas.

Pulpos, yaguaretés, surubíes, libélulas y seres extraídos de sus fantasías son retratados con hilos y óleos entre mantas. ¿Cómo se embellece un bagre? Centurión rescataba belleza también de frases de cotillón que inventaba o que robaba para después bordar pacientemente en sábanas y frazadas: “Descansa tu cabeza en mis brazos”, “Soy una flor silvestre que brota en medio del asfalto”, “Tu presencia se confirma en nosotros”, “Mi casa es mi templo”. En otra tela clamaba “Estoy vivo”: es una obra confeccionada después de que le comunicaran el diagnóstico de vih positivo. De bordados, de desbordes y de poner en valor del trabajo de su madre, hermanas y tías, habla Feliciano para la cámara Moss. Entre las comidas al paso y los juguetes de Mercado 4 de Asunción, entre la mantelería de la abuela y las escenas de la siesta guaraní, Feliciano Centurión alimentó una estética y hasta lo que hoy podría ser llamado una ética de lo femenino, con décadas de antelación al boom del arte de género. Habló también de los modos, hasta entonces, inesperados de la belleza que fueron el sello de su forma popular de hacer y de mirar. Algo de eso probablemente debe haber querido expresar con sus agujas en el lienzo donde asegura: “Soy el creador de mi propia realidad”.

 

Feliciano Centurión: Abrazo íntimo / Al natural se proyecta el 19 de febrero a las 19 en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415).

 

“Flores del mal de amor”, 1996. Políptico de 6 piezas bordadas sobre tela. Colección Eduardo F. Costantini.