El humor llegó a su vida como una catástrofe, esas que ocurrían cuando una mujer decidía separarse en los años veinte de un marido jugador que la dejaba en la bancarrota. 

Pero su ingenio tenía la gracia de una escritura que parecía remover el habla atolondrada de la inmigración, del barrio, de un pueblo en todas sus versiones femeninas.

Primero fueron las revistas de actualidad pero rápidamente la pluma de Niní Marshall necesitó del teatro, la radio y el cine porque había una corporalidad en sus personajes, una presencia tan impertinente y cadenciosa que demandaban de una actriz con una voz aguda e  irrepetible para contarlos.

Si para algunas tradiciones historiográficas el grotesco y el sainete son nuestra comedia del arte, Marshall logró sintetizar esas estéticas y lo hizo desde una comprensión de lo femenino que se tallaba en una lengua distorsionada por los idiomas, por cierta precariedad que se convertía en estilo, en delatora de una herida social que Marshall supo sostener como una matriz humorística innovadora. Su escritura predispone a los análisis lingüísticos porque en ejercicio de confundir, cortar y unir las palabras está el conflicto, el cruce disruptivo que propicia el humor. 

En esta mujer se aventura Magali Meliá para llevar a escena Y se nos fue redepente y lo hace desde un delicado trabajo que liga la reproducción de una estética, con un sutil mecanismo de apropiación. Es imposible realizar esta obra sin generar una instancia similar a la imitación de ese procedimiento actoral que Marshall fue armando a partir de la observación de los personajes que la realidad le ofrecía. Pero en esa trama que va de la asimilación de una forma a los modos en que una actriz de esta época puede volcar su singularidad en una estructura tan definida, se abre la posibilidad de pensar los modos de situarse frente a la tradición. 

Si bien Marshall sustenta su humor en caracteres ya perdidos, en un cocoliche que toma casi como piedra fundacional para discutirlo y transformarlo, su mecánica de producción se asemeja a esos actores y actrices de la comedia del arte que creaban una dramaturgia a partir de la estructuración de un personaje que facilitaba las líneas de acción para el despliegue de la peripecia. Esa forma teatral del medioevo fue absorbida por Marshall en un tiempo donde las mujeres no acostumbraban a escribir libretos y mucho menos a ser las capas cómicas del tinglado porteño. Su hechura de producción tiene sus versiones contemporáneas en las propuestas de Juana Molina y Alfredo Casero y en casi toda la escena under de los 80 pero su estética quedó totalmente bacante. Meliá viene a asumir esa separación con una teatralidad rioplatense perdida. Lo hace a partir de pensar que la incorporación de esas variables actorales desde la repetición, que no debe temerle a la copia si la piensa como un proceso de tránsito hacia el aprendizaje de una estética, de la comprensión de los resortes que la hicieron posible, puede encontrar versiones modernas y personales de acercarse a esos textos y personajes, casi como si se le asignara la categoría de un método. Se trata de hacer de esa tradición un recurso del cual las nuevas generaciones puedan disponer como práctica y espectáculo y no sólo como parte de una arqueología teatral rastreada para algún ciclo de cine . 

La mirada de Meliá construye su comicidad en un diálogo afable con las figuras que Marshall desarrollaba bajo la preganancia de su entorno y lo hace como si ese material fuera una partitura, una pieza que hay que aprender a tocar, donde la clave está en construir una interpretación única, llegar a esa nota y hacer reír con el espíritu de aquellxs que la precedieron a cuestas.

Y se nos fue redepente se presenta los viernes a las 21 en El Teatro del Pueblo.