“Sólo se puede llegar a conocer a las personas cuando se ha tenido una buena pelea con ellas. Entonces, y sólo entonces, se puede juzgar su verdadero carácter.” La cita, que podría apuntar a calibrar participantes de trifulcas domésticas o de batallas mediáticas, en realidad es una de las conclusiones a las que llega Ana Frank en su diario. Minuto de silencio. La referencia a “una buena pelea” en el contexto de su cuaderno escrito bajo el nazismo cobra otra dimensión, aunque su autora se refiriera puntualmente a prejuicios y taras de su propia familia con la que compartía el cautiverio. Es que el rostro de la niña que sabemos desde un principio aniquilada en un campo de concentración y que aun así nos sonríe desde la tapa de su libro, consiguió que las palabras “nazismo” y“holocausto” aparecieran en el horizonte de las infancias del mundo (se lo considera uno de los libros más leídos en edad escolar) con la potencia de un Nunca Más. La palabra feminazi atenta contra su memoria. El Diario de  Ana Frank puso en foco también la silueta de una joven médium que ve más allá de las sombras de los adultos, que entiende la escritura como resistencia y es consciente de lo que se espera de ella por su condición femenina. Otra cita: “Los recuerdos significan más para mí que los vestidos.” Tanto, que de no haber muerto como murió se hablaría de ella como una chica rara y “radicalizada”. Pero murió como murió, y por eso, la palabra feminazi,neologismo acuñado para descalificar una reacción global de las mujeres, antes que herir en el fragor de la pelea, trivializa el horror del nazismo. Sin ánimo de construir una Gestapo del sentido del humor, la palabra, o mejor dicho, el insulto “feminazi” es una banalización del mal:quien interprete hoy la lucha de las mujeres como una pelea o una guerra sucia y asocie los reclamos con las prácticas nazis, antes que ofender al movimiento Ni Una Menos que exige “Vivas las queremos”, mucho más que descalificar a las “que se van de mambo con las denuncias”, contribuye a arrasar la memoria de un dolor que es patrimonio de la humanidad. Al grito de feminazi resulta inevitable soñar cuán distinto habría sido el destino de Ana Frank, de su familia, de todos sus contemporáneos, de haber sido perseguidos por el brazo armado del feminismo que contribuyó al pensamiento contemporáneo en todas sus disciplinas, que no usa armas de fuego pero pinta catedrales con aerosol, arruina fachadas con sus pintadas, insulta cuando lo piropean, muestra las tetas en manifestaciones y sale a denunciar con nombre y apellido a los tipos que le hicieron perder tiempo en pensar estrategias para convivir con el abuso de poder en Holywood y donde sea.

Mientras tanto, el neologismo en cuestión ya figura en Wikipedia. Fue acuñado por un locutor de radio ultra conservador estadounidense en medio de “una buena  pelea” contra feministas que reclamaban el derecho al aborto legal, que según dicho señor, sería una versión actualizada del Holocausto. Por su parte, la palabra “Acosador” también se ganó su entrada, sólo que aparece asociada al amor desenfrenado y a disturbios psicológicos sin la menor referencia a la cuestión del poder. 

“Feminazi” surge como cortina de humo para huir de las acusaciones. Pero lo que resulta más peligroso: sienta las premisas de un estado de guerra. Porque si hay feminazis, hay víctimas que merecen ser defendidas, una suerte de holocausto de la masculinidad. Ante la amenaza, la reacción.¿Por qué no hay hordas de muchachos arrepentidos o conscientes blandiendo el hashtag “Yo abusé”, “Me aproveché de mis privilegios”, como posible puntapié para una convivencia? ¿Por qué lo primero que aparece es el contra ataque, la sarta de consejos de cómo ser feminista o la pregunta temerosa sobre cómo puedo colaborar en la causa? ¿Qué hace pensar que las feministas quieren un mundo sin hombres o que el problema es un asunto exclusivo de mujeres?

Las brujas, las histéricas, las locas, las lesbianas bigotudas fueron históricamente las figuras elegidas para caracterizar la insurrección femenina. Feminazi va un paso más allá: obtura toda posibilidad de diálogo, señala un enemigo de lesa humanidad y a una víctima que de pronto se ve beneficiada por todo lo contrario del nazismo, una ciudadanía democrática, virtuosa, anti violencia. 

Y en este camino vehiculiza una arenga tacita a armar trinchera progresista, a golpear ahora y más que nunca, en legítima defensa.

Uno de los últimos multi señalados por acoso en el star system local, Roberto Pettinato, se tomó un tiempo prudencial para responder, y aún luego de haber reflexionado, echó mano a la figura del nazismo mientras protegía el concepto de “acoso” en el mismo limbo en el que lo coloca Wikipedia: “No podemos saber cuál es la definición correcta de acoso, pero que tiene que estar avalada por la Gestapo feminista. ¿Ustedes creen que eso está bien? No está bien que terminemos haciendo eso…”

Se entiende perfectamente a qué zona apunta Pettinato. Alude a la grosería de la corrección política alla americana con sus memorandum y juicios a priori. Seguramente, la judicialización de las relaciones humanas amenaza con borrar de un modo cínico los límites entre seducción, cortejo y violencia y más todavía, ser un pasaje de regreso al puritanismo más represivo. Pero hay un detalle: entre lo que el conductor llama la Gestapo feminista y los datos concretos que han aportado varias compañeras de trabajo, hay kilómetros de distancia. La palabra abuso, no puede ser tan escurridiza ni tan difícil de definir como para volverse coartada. Mientras tanto, lo más llamativo de su argumento, es la insistencia en una guerra encubierta: “Lo que vamos a lograr es simplemente repetir lo que diga la Gestapo feminista para quedar bien, que es lo que hacen todos los hombres que tienen la cola sucia y se hacen los que están muy compungidos por lo que les pasa a las mujeres. Y es mentira, no están compungidos.”

¡Esto sí que es nuevo! Pettinato apunta contra los que deberían estar de su lado, es decir los otros conductores, los hombres como él que se han comportado como él o peor. Apela al clásico “si caigo yo caemos todos” (con un claro mensaje mafioso para algún conductor que pañuelo verde en mano se haya mostrado propiciador del diálogo con reconocidas feministas). Rompe por un rato el pacto entre varones, amenaza a los suyos y en el mismo movimiento los insta a no rendirse. Es un llamado irresponsable a cerrar filas. ¿Contra qué? Error de cálculo y una clara falta de escucha, persistir en el estado de guerra y negarse a responder a esa pregunta. 

El feminismo, un movimiento tan viejo y vapuleado, tan múltiple y tan renovado que lleva más de un siglo, mantiene un corazón muy joven tanto es así que sigue luchando por un mundo mejor para todos y todas. No es revancha, aunque en “la buena pelea” se vea el hartazgo, es un Nunca más. O dicho en los términos de Ana Frank: “Lo que se ha hecho no se puede deshacer, pero se puede evitar que ocurra de nuevo.”