La política económica de la década del 80 tuvo como principal objetivo bajar la inflación. El modo en que fue implementada, y su fracaso, le valió el nombre de “ajuste caótico”. De 1981 a 1983 se implementaron subas de tarifas y devaluación del tipo de cambio. Los efectos no fueron los esperados, se incrementó el ritmo inflacionario debilitando la actividad económica por lo que tampoco mejoraron las cuentas fiscales. En 1984 se firmó un acuerdo con el FMI para refinanciar la deuda que implicó una nueva suba de tarifas, devaluación y restricción monetaria. Misma receta, mismos resultados. 

En 1985 se implementa el Plan Austral para controlar la inflación de una forma más consistente y menos “gradualista”. Se congelan los precios, salarios y  el tipo de cambio. Se lleva adelante un ajuste fiscal a través de la reducción de los gastos del Estado y el aumento de impuestos sobre las exportaciones junto con una reforma monetaria. Se decidió financiar el déficit fiscal con endeudamiento externo y no con emisión monetaria, para no ejercer presión sobre los precios. El programa logró en su primer año bajar la inflación a 2 por ciento mensual, habiendo alcanzado previamente niveles cercanos al 18. La estabilidad no duró mucho, la inflación volvió a acelerarse una vez que se relajaron los controles de precios sobre las empresas para permitirles recuperar mejores niveles de ganancia, sumado a un aumento de la tasa de interés internacional y la caída de los términos de intercambio que agudizaron los déficit fiscal y externo. La economía mostraba su fragilidad frente a shocks externos por el alto endeudamiento. 

El Plan Primavera en 1988 implantó un tipo de cambio diferencial. Esto permitía mejorar las cuentas del Estado y mantener a raya los precios internos de los alimentos. Tras una leve baja de la inflación, sucedió un nuevo shock externo, el Banco Mundial cortó el financiamiento, generando una corrida contra el Austral a un ritmo tal que el BCRA vendía 450.000 dólares por semana. El resultado ya es conocido, la hiperinflación de 1989.

La denominación de “ajuste caótico” se debe a que se vivió un período de constante recorte estatal y restricción monetaria que en nada ayudó a reducir la inflación. La vulnerabilidad del frente externo desequilibró constantemente la economía y llevó a la hiperinflación. Además, entre el 80 y el 89 la tasa promedio de crecimiento anual del PBI fue de -0,35 por ciento, la deuda externa pasó del 17 por ciento del PBI al 60 y la inversión se redujo del 25 por ciento al 15 del PBI.

Desde que asumió en 2015, Macri estableció una agresiva política monetaria restrictiva a través de la suba de la tasa de interés, junto con la desregulación del mercado financiero, devaluación del tipo de cambio, ajuste previsional, fiscal y laboral, aumento de tarifas, pago a los fondos “buitre” y endeudamiento externo para financiar el déficit público y comercial. Como en la década del 80, aparece el ajuste fiscal y la restricción monetaria como remedio a la inflación. El resultado fue igualmente frustrante. 

La otra coincidencia con la década mencionada es la creciente vulnerabilidad del sector externo. La desregulación del mercado financiero tuvo como resultado la aceleración de la fuga de capitales. La inversión extranjera está destinada en su mayoría a la especulación financiera. El déficit de la balanza comercial es record histórico. El proceso de ajuste que vivimos en la actualidad, además de las consecuencias evidentes para los sectores más humildes, es endeble en su objetivo de bajar la inflación. Al igual que en los 80, se limita a la restricción monetaria y al ajuste estatal, subestimando el efecto de las cuentas externas sobre los precios. Un shock externo negativo como puede ser el fin del financiamiento por miedo al default o la retirada de las inversiones especulativas, facilitada por la desregulación, puede desencadenar la vuelta del “ajuste caótico”.

* Economista UNGS.