Alberto Filippi tiene 76 años pero habla con la pasión de un pibe. Doctor en filosofía, historiador especializado en la cultura política italiana y americana, ex asesor del presidente chileno Salvador Allende, militante por los derechos humanos al servicio de exiliados cuando las dictaduras coparon el Cono Sur, Filippi es candidato al Senado de Italia en las elecciones del 4 de marzo por Libres e Iguales, espacio que encabeza Pietro Grasso, quien como juez descabezó a la mafia siciliana, y que lleva como candidato a diputado al profesor y abogado Damián Loreti. Con la mente puesta en los 725 mil argentinos y 1,5 millón de suda- mericanos con ciudadanía italiana, en particular sobre el 60 por ciento que nunca votó en elecciones de ese país, el académico que por primera vez se postula a un cargo electoral a pedido de sus colegas se emociona al hablar de recuperar la dignidad del trabajo y los valores de la inmigración, sobre la necesidad de unidad de “Nuestra América” y de Europa para salvar a sus comunidades e individuos, y de luchar contra lo que llama “financiarización de la economía”.

–Se formó en Venezuela e Italia. ¿Cómo es su relación con la Argentina?

–Viajé por primera vez en 1970, fui asesor de Allende hasta 1973, en cuestiones de política exterior, y cada vez que iba o volvía de Chile pasaba por Buenos Aires para ver a amigos que hice en Europa o en Cuba como Juan Carlos Portantiero, Rodolfo Walsh, José María Aricó o Paco Urondo. Con las caídas de Allende y luego de Isabel Perón y la llegada de las dictaduras, ya en Roma, enseñando en la Universidad de Camerino, fundamos con el líder socialista Lelio Basso el Tribunal Internacional Russell II, que estrechó vínculos con la resistencia y la denuncia de la dictadura militar. Ahí comenzó la relación con el movimiento de derechos humanos, denunciando además el despotismo económico y político de las multinacionales. No volví a Argentina hasta los años de Alfonsín aunque recibía a exiliados brasileños, chilenos, argentinos, muchos artistas e intelectuales con los que hicimos trabajo de estudio y divulgación de la situación americana. En paralelo, a partir de mi doctorado, América fue mi gran objeto de estudio. Desde 1969 enseñé Historia de las Instituciones de las Américas e Instituciones Políticas Comparadas hasta 2009, cuando me jubilé y empecé a residir en Argentina.

Filippi se anticipa a las preguntas para explicar que entre un 50 y un 80 por ciento de sudamericanos, según los países, nunca votó en elecciones de Italia porque el menú de candidatos no ofrecía “ninguna visión ni global de los italianos en Sudamérica, ni de la historia de la inmigración y la cultura italiana, ni lo que llamo la ‘italianidad’ y la importancia de defenderla”.

A lo largo del diálogo vuelve una y otra vez a destacar la importancia de la recuperación de la memoria histórica. “La historia de la inmigración es inevitablemente también la historia de la integración. Ante la visión de la inmigración como espantosa, de quienes quieren que los inmigrantes se hundan en el Mediterráneo, hay que tener presente la historia de quienes llegaron y se integraron y generaron italianidad y argentinidad.” Luego recordará a los llegados de Piemonte, Lazio o Sicilia, dirá que “las cartas de esos inmigrantes se están perdiendo, no están en ningún archivo” y deben ser recuperadas.

La “memoria de género” también aparece en su discurso. “Quienes fundamentalmente transmiten y conservan el legado de las migraciones y de la integración son las madres y abuelas. La memoria de género es la memoria de todas las mujeres migrantes olvidadas (salvo algunas famosas), a quienes hay que sacar del anonimato y poner en el centro”, afirma. Entre objetivos puntuales dirá “salvar a los periódicos de las colectividades italianas”.

El trabajo ocupa otro eje de su discurso. “En el centro de la crisis mundial que también atraviesa a Italia y la Argentina está el problema del trabajo y la necesidad de combatir la financierización de las economía”, dice. “Hay que recuperar los valores de la inmigración, la capacidad emprendedora. La historia de la inmigración es también la historia de los sindicatos porque es la historia del trabajo”, explica. Precisa que la desocupación de menores de 25 años es del 35 por ciento en Italia y aquí pasó los dos dígitos. “Debemos relanzar la centralidad del trabajo, la innovación tecnológica, relacionar universidad y fábrica para relanzar a la industria, contra la financiarización de la economía, que destruye la dignidad de hombres y mujeres”, agrega. Al hablar de derechos humanos reafirmará que “recuperar la dignidad del trabajo y relanzar las relaciones de la vieja cultura jurídico-política democrática y antifascista debe ser el norte de la relación de Italia con América”.

Entre sus iniciativas más concretas, Filippi hablará de defender jubilaciones y pensiones, crear defensorías públicas de derechos y relanzar los institutos italianos de cultura en las ciudades. “Ciudadanos italianos de 15 o 20 años no hablan italiano y deben conocer la cultura, el cine, la música, no sólo el idioma. Hay que hablarles de Gramsci, de Bobbio, no sólo enseñar la lengua. Cuando vean una película de Fellini se van a enamorar y van a desear aprender italiano. Lo mismo con la poesía”, proyecta.

–¿Primera vez que se postula a un cargo electoral?

–Totalmente. Me lo pidieron colegas de universidades. “Tienes que defender este partido de Pietro Grasso, que luchó como procurador contra la mafia.” Son las banderas de Libres e Iguales pero también el respeto por el colega más joven que preside el senado. No sólo es la primera vez sino que lo hago con enorme energía, emoción y esperanza de llegar a Roma para defender los derechos de italianos y sudamericanos.

–Macri desciende de italianos. ¿Eso afectó de algún modo a sus ciudadanos?

–Es un caso curioso. Macri no habla bien italiano aunque se le nota su origen, pero sobre todo no representa la síntesis de las dos culturas. Parece más bien una persona dedicada a no retomar la italianidad. Sobre su gestión, está permitiendo una brutal financiarización de la economía que hace un daño irreparable al trabajo. Donde no hay industria productiva la balanza de pagos no funciona, hay que endeudarse más, eso genera dependencia financiera con costos sociales altísimos.