–Qué hijo de puta.

La voz me tembló cuando lo dije. Me miré el cuerpo. Tenía raspones en el brazo y estaba llena de tierra. Como pude, me paré. Lo miré correr. No sé cuándo me di cuenta de que me dolía mucho la pierna derecha, tal vez cuando empecé a caminar. Tenía el celular en la mano y me costó volver a entender cómo se busca el contacto de alguien para llamar. Crucé la calle intentando darle palabras a una amiga, pero mi respiración ya se había vuelto caótica y me limitaba. Llegué a casa y me metí en la ducha. Lloraba y frenaba para concentrarme en el jabón. Me lavé la piel una docena de veces.

Tres días antes, Cacho Castaña había dicho en televisión: “Andá a saber qué piensan las mujeres. Hace años que los poetas antes de Cristo y después de Cristo queremos saber qué tienen en la cabeza, y nunca lo supimos. Entonces, lo que tengan en la cabeza, que hagan lo que quieran muchachos, relájense. Si la violación es inevitable, relájate y goza”.

Quisiera explicarle a Cacho que cuando el hombre me seguía yo lo sentí cerca y giré el perfil para ver de reojo, como hago cada vez que siento a un hombre caminar a mis espaldas y estoy sola. Que relajarme no es una opción: ya de niña entendí que tenía que estar más atenta al mundo que mis hermanos. También quisiera explicarle qué pensamos las mujeres, aunque para eso él debería entender que no somos una masa de pensamiento sincronizado, y que, en todo caso, las cosas que nos pasan por ser mujeres están a la vista; que está invitado a retirarse los lentes de sol y ver cómo brilla la violencia de género en cada rincón.

El violador que me atacó ese día no me ganó cuando me agarró desde atrás, tampoco me ganó cuando me levantó la pollera y me corrió la bombacha, ni cuando logró meter su mano en mí. No me ganó cuando temblaba a la noche, desvelada por el miedo que todavía sentía. Me ganó cuando, después de incorporarme en el piso, las primeras palabras que pude emitir fueron “Qué hijo de puta”.

En España intentan enmendar ese hábito diciendo: “Ni las putas lo querrían como hijo”. Habrá que retrucarlo: las putas son quienes menos lo querrían como hijo.  Y tampoco importa mucho quién lo haya concebido. Sí importan las voces de quienes tienen un alcance masivo, pero no se sienten convocados por la responsabilidad social y el sufrimiento ajeno y esconden entre chistes el temor de perder un poder destructivo.

Pero un día antes de que hablara Cacho, OprahWinfrey había dado un discurso emblemático en los Golden Globe, y dijo algo que me conmovió especialmente: “La verdad de cada mujer está también en cada hombre que elija escuchar”. En las palabras se esconde la potencia transformadora que no tienen las manos de los hombres que nos violentan, pero que llegaron ahí, también, por palabras que se repitieron durante mucho tiempo.

(*) Escritora y Licenciada en Artes.