Vale la pena detenerse en el alcance de la expresión “gradualismo”. Los propagandistas del oficialismo la utilizan como comodín para dos fines principales. El primero es para debatir con los ideólogos de la ortodoxia más exaltada. La experiencia muestra que los programas neoliberales siempre fracasan en cumplir sus promesas de equilibrio fiscal y baja inflación. También que sus defensores siempre argumentan que el fracaso resulta de no ir suficientemente a fondo. La realidad es que el ajuste fiscal nunca tiene límites y nunca es suficiente. No sólo por su carácter macroeconómico contractivo, sino en particular porque la verdadera búsqueda no es el equilibrio de las cuentas, sino la reducción global de los presupuestos. No se trata de que los gastos no superen a los ingresos, sino de bajar los gastos para así bajar ingresos, es decir impuestos, en particular a los más ricos. La mejor muestra son los cambios tributarios decididos desde diciembre de 2015. Los economistas ortodoxos, por ejemplo, nunca se quejan por la pérdida de ingresos públicos, sino por los gastos. La cuestión fiscal es un debate por sobre quienes recae el sostenimiento del aparato de Estado. Lo que importa, entonces, no es el equilibrio de las cuentas, sino la disminución del peso del Estado.

El segundo uso del término gradualismo es para justificar la resubordinación a los poderes financieros a través de la reconstrucción del endeudamiento en divisas, el mecanismo contemporáneo de extracción del excedente colonial. Según reseña el observatorio de Deuda del ITE-FGA, en 2017 el gobierno tomó deuda por 94.682 millones de dólares (el 64 por ciento en moneda extranjera), un 44 por ciento más que en 2016. El stock de pasivos en divisas aumentó el 14,6 por ciento pasando de 275.446 millones en 2016 a 315.760 a fines de 2017. Sólo en el primer mes de 2018 ya se realizaron nuevas colocaciones por 11.728 millones, siempre en moneda dura. Para la mayoría de la población estos números pueden significar poco. Son tan grandes que no pueden referenciarse con sus vidas cotidianas. Sin embargo condicionarán la política económica de los futuros gobiernos populares, que muy probablemente se verán obligados a nuevas reestructuraciones. Los sucesos del presente representan la dilapidación de la posibilidad del financiamiento externo como herramienta para el desarrollo. El desarrollo futuro, si existe, deberá ser con recursos propios, una limitación que condicionará su velocidad. El endeudamiento presente sólo se destina a financiar el gigantesco déficit de cuenta corriente, tanto por el déficit estrictamente comercial, como por el turismo y la fuga de divisas, amén de la repatriación de utilidades de las multinacionales. Este es el rostro contante y sonante del verdadero regreso al mundo. El mundo le presta a la Argentina para que el país importe bienes y servicios (como el turismo al exterior) y tenga dólares para el giro de utilidades. Es un error repetido hasta el hartazgo por economistas de todas las tendencias decir que la deuda externa financia los gastos internos del sector público, ya que estos gastos son en pesos, no en dólares. Luego, la ficción instrumental de que el Tesoro se endeude y le cambie las divisas al Central no evita la “emisión” de los pesos necesarios, por lo que tampoco corre el argumento presuntamente antiinflacionario. Tomar deuda externa, entonces, no es financiar gradualismo fiscal.

El verdadero gradualismo está en el avance del programa neoliberal sin provocar mayores estridencias, es decir en el avance de un programa de apertura, desregulación y achicamiento del Estado, en el marco de altas tasas de interés y desaforado endeudamiento. El objetivo último es cambiar la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo y, especialmente, consolidar estas transformaciones en el largo plazo desarticulando el mundo del trabajo y sus organizaciones, es decir la resistencia sindical. La pregunta ausente cuando se habla de “gradualismo” es ¿gradualismo hacia qué?

Para comprender cabalmente este proceso es necesario abstraerse de la anomalía del año electoral 2017 y considerar la totalidad de la experiencia macrista, el balance de los dos años largos transcurridos y agregar luego las pretensiones para 2018. Las razones para tomar todo el período, que supone incluso dejar de lado el salto inflacionario producido entre el balotaje que le dio el triunfo a Cambiemos y la asunción de Mauricio Macri, es que la inflación total superó largamente la recuperación de los salarios. De acuerdo a un reciente estudio de la Universidad Nacional de Avellaneda, coordinado por Santiago Fraschina, Argentina fue el país de la región donde más cayó el poder adquisitivo del salario mínimo en los últimos dos años: 6,1 por ciento a pesar de la impasse electoral. Seguramente los trabajadores no se volcarán a la revolución por esta pérdida parcial, el gobierno, en cambio y contra lo que fue su discurso público, tiene plena conciencia del impacto de la puja distributiva en la inflación. Frente a la disparada del dólar y las tarifas, su objetivo es sostener un ancla salarial, que las paritarias ajusten con un techo del 15 por ciento, es decir entre 8 y 10 puntos por debajo de la inflación esperada para el año.

El gradualismo, entonces, no es otra cosa que el camino, lento pero seguro, hacia menores salarios, incluidos los pasivos cuyo ajuste debutará con una suba del 5,71 por ciento. La transición en marcha fue posible gracias al comportamiento errático de parte de la dirigencia sindical, cuyos servicios prestados no le evitaron caer bajo la demonización gubernamental. El oficialismo opera aquí sin sorpresas, desprestigia y persigue a los sindicatos díscolos y provee de recursos abundantes y vista gorda a los dialoguistas. Pero cuando llega la hora de la verdad no distingue tirios y troyanos y antepone cabalmente su conciencia de clase. Toda una lección para el futuro del movimiento obrero organizado, que necesita reconfigurarse si no quiere ser sobrepasado por sus bases. En un país que sabe de resistencias, antes o después los trabajadores descubrirán la “gradual” pérdida de ingresos y derechos. También que son el pato de la boda, por lento que los cuezan. La marcha del próximo miércoles 21 reacomodará las cartas sobre la mesa, que lleva más de dos años servida.