Como un geiser, la grieta de la grieta lanza por el aire su podredumbre. Huele mal, pero no tanto por lo que sugiere y los medios comentan: un encuentro casual o de agenda entre el presidente de la Nación, Mauricio Macri, y el técnico de Boca, Guillermo Barros Schelotto. La reunión se ubica en dos contextos. Uno político y otro social, devenido en deportivo. El primero tiene gravedad institucional. O sea, el gobernante determina cuáles son sus cuestionables prioridades del momento. Le da jerarquía de Estado a una charla con el Mellizo, pero también a otra posterior con la ex tenista Gabriela Sabatini. Importa más recibir a esos dos famosos en la Casa Rosada que a los familiares del submarino ARA San Juan, a Sergio Maldonado o a cualquier otro familiar víctima del aparato represivo. No es la primera vez que Macri repite sus invitados y elige el momento para hacerlo.

Ese gesto es político, como la bienvenida que le dio al policía Luis Chocobar después de que matara por la espalda y un juez lo procesara. También es política la invitación a Barros Schelotto, aunque se justifique con liviandad que se trató de un almuerzo entre dos viejos amigos. En la construcción de sentido que hacen los medios, fue por esa relación que aconteció el encuentro. Si fuera así, a la Casa Rosada habría que rebautizarla como la Casa de la Amistad o al cultivo de la amistad como un acto de gobierno. El 20 de julio el presidente debería lograr una síntesis de su propósito invitando a todos sus amigos a Balcarce 50.

El contexto social y/o deportivo en que sucedió el hecho empeora la situación, pero no supera la gravedad de lo anterior. Macri se ufana de ser futbolero, pero esta vez tuvo menos timing que la defensa de Jorge Wilsterman el día del 8 a 0 con River. Lo habían insultado hace un par de semanas los hinchas de San Lorenzo. El domingo pasado los de River. Todo indica que fue porque se sintieron perjudicados por los arbitrajes. Aunque es muy probable otra cosa. Que quienes lo detestan por sus actos de gobierno hayan unido ambas broncas.  

Su ministro del Interior, Rogelio Frigerio, abandonó el estadio Monumental antes, después o en medio de las puteadas. No pudo constatarse. “No fue una situación cómoda para mí. Estaba en el medio de una platea, no en un palco, así que era más incómodo”, declaró. Es hincha de River. De ahí su disgusto. 

La grieta de la grieta ahora tiene una connotación futbolística. Empieza a agrandarse con actos de gobierno como el almuerzo de ayer. Es una grieta que de manera invariable se daría en vísperas de un clásico. Pasó siempre. Pero no con el valor agregado que le aportó Macri camino a la Supercopa del 14 de marzo. Será el partido del año a no ser que Argentina llegue a la final del Mundial. O que Boca y River repitan un partido decisivo por la Copa Libertadores en cualquier instancia a partir de octavos de final. 

La reunión con el Mellizo podría haber sido un error no forzado del presidente. Pero esa caracterización la descartamos. Supone atribuirle ingenuidad a sus actos. Macri no es inocente. Lo que hace es deliberado. Le gusta tomar la iniciativa cuando se siente acorralado. Provocar, distraer, correr los límites de la cancha todo el tiempo. Cree que puede ejercer la presidencia con el fútbol como aliado, con los mismos tics de Carlos Menem, pero con una camiseta de color diferente. 

[email protected]