Cuenta Lucila Quarleri –joven actriz oriunda de Bragado– que hubo un día en que comprendió el concepto de “sororidad”. Cristina Fernández asumía la presidencia por segunda vez. El padre de Quarleri le pidió compañía para ir al campo: es que él “no podía” ver aquello. La mamá, en cambio, se quedó. Cuando regresaron la encontraron llorando, mientras miraba la televisión. “Repetía ‘es mujer, pobrecita, ¿cómo va a hacer con los hijos?’ Mi papá pegó un portazo y se fue, yo esa tarde entendí el concepto de feminismo en los miedos de mi madre, por aquella mujer viuda que ahora debía no sólo manejar una casa, sino también un país”, recuerda Quarleri. Esta imagen inspiró su ópera prima como dramaturga y directora, Esa niña (volveré y seré millones). Se presenta los viernes a las 21.45 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960).

Se trata de un unipersonal sencillo, breve y sutil, que pone en primer plano el trabajo de Maia Lancioni, actriz joven y con experiencia, aunque debutante en esto de estar sola en escena. En Esa niña corren los años cincuenta. Una mujer coqueta de la clase alta argentina sube por primera vez a un colectivo. El destino es el cementerio de la Chacarita pero termina llegando a Los Toldos. En el camino se cruza con una niña con la que entabla una amistad. O podría decirse que es el espejo en el cual se mira. Lo más seductor de esta mujer es su carácter dual: parece ser una burguesa, una mujer que no tiene nada que hacer, que no puede vivir sin su empleada doméstica. Pero sólo por momentos. Por otros, se parece demasiado a una figura que odia: Eva Perón. De hecho, su apariencia la evoca. Su rodete inconfundible, el cabello rubio.

Ambas, directora y actriz, admiran a Eva Perón. “Quería escribir sobre esa imagen que me había quedado de mi mamá, pero no quería hablar de Cristina. Sentía que perdía valor. Me pareció inteligente la decisión de centrarme en Eva, porque es un icono, está más alejada. A partir de Esa mujer, de Rodolfo Walsh, empecé a escribir. Y la imagen de mi madre se fue. Escribí durante tres años. Tenía la imagen de cualquier mujer de mi pueblo. También de Recoleta, que es donde vivo ahora. Durante un tiempo trabajé en una peluquería. Me inspiraron las mujeres grandes, de 70, viudas, que tenían como único plan de todo el mes ir a la peluquería. Y que estaban horas hablando, diciendo cualquier barbaridad, muy impunes”, se explaya la directora. 

Los viernes, Lancioni actúa primero en No dejes nunca de mirarme por favor, comedia con dirección de Bernardo Cappa, para sumergirse después en este mundo completamente diferente. Quarleri la eligió para el papel cuando la vio en Svaboda. Allí, Lancioni interpretaba a una campesina rusa. “No hablaba mucho; me gustaba cómo decía con los ojos”, recuerda la dramaturga. Lo que a la actriz le fascinó de este proyecto fue la dualidad de la mujer que le toca interpretar. “La contradicción de la mina, que no hace nada, no tiene ningún interés, no sueña con nada. Odia a Eva que es todo lo contrario y se quiere parecer. La envidia profundamente”, define.

Lancioni es bailarina y es evidente que, además de haber dado atención plena a los silencios y la musicalidad, investigó en lo que el cuerpo podía decir. “Me acuerdo de cuando me probé el vestido en casa, con los zapatos, y empecé a jugar con eso. Con la propuesta del cuerpo. Es una mina que quizás está enferma. Me servía pensar que está en el último momento, como Eva, con la morfina. Son cosas que tengo en la cabeza. No está en el texto, pero me sirve pensar que son los últimos momentos de su vida, llevarlo al cuerpo, y que también narre”, puntualiza la actriz. Sobre la experiencia de estar sola en escena, revela: “Ahora la paso bárbaro, pero antes de estrenar pensaba que era una locura. Pensaba, ¿qué pasa si me agarra tanto miedo que no puedo empezar o seguir? Cuando estás en grupo, tenés otro que te salva. Acá no hay nadie. Por otro lado está buenísimo: ponés todo o nada. No hay otro para sumarse a su energía”.

Un condimento de la obra es que sucede en una sala que tiene un vidrio que da a la calle. Las personas que pasan caminando se transforman, si así lo desean, en ocasionales espectadores. Obviamente, este material elaborado íntegramente por mujeres dialoga con su tiempo y los intensos debates del feminismo. Una frase de Alfonsina Storni guió el trabajo: “Podrá no desear participar en la lucha política, pero desde el momento que piensa y discute en voz alta las ventajas o errores del feminismo, es ya feminista, pues feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo de la actividad”. La conexión con el contexto se torna en un momento explícita: al finalizar el espectáculo se informa al público de la marcha del 8 de marzo.