Agustina Sario formó parte del grupo de danza-teatro Krapp, encabezado por Luis Biasotto y Luciana Acuña. Ese combo de bailarines, actores y músicos sacudió la escena local con espectáculos como No me besabas?, Mendiolaza y Olympica, en los que desplegaron una energía arrolladora, irreverencia, poesía y una genuina búsqueda artística. En 2003, Sario ganó la beca Antorchas y partió a perfeccionarse a Europa. Decidió volver en 2011, con muchísima experiencia y conocimientos nuevos y una sensación que se imponía por sí sola: “Tenía la mirada puesta afuera y hay algo que es nuestro, que es de acá. Un pensamiento, una cultura, una naturaleza de América Latina que nos son propios. No sólo yo, en general desde la danza se piensa mucho en lo que sucede en Europa. Y es cierto que la manera de producir, de trabajar en una compañía con un contrato, un cronograma de trabajo y un nivel de exigencia muy alto te enriquecen mucho. Pero sentía que quería volver a lo nuestro, que hay algo que tiene que ver con nosotros y que como creadora quería recuperar”, cuenta en diálogo con PáginaI12.

Egresada de Psicología de la UBA y de la Escuela Municipal de Danzas María Ruanova (donde se formó como maestra y se perfeccionó en danza contemporánea), Sario estrenará hoy a las 20.30 horas en el Centro Nacional de la Música (México 564) una obra intimista y que promete potencia, donde refleja ese cambio de perspectiva, sus nuevos intereses, sus exploraciones al regresar del Viejo Continente. De cuarenta minutos de duración, el Solo Nº 3 se ofrecerá con entrada libre y gratuita hasta agotar la capacidad de la sala Guastavino hoy, el 9 y 16 de marzo y el 13 de abril a las 20.30 horas. Si bien su forma de trabajo es rigurosa y profunda, Sario parte de impulsos y, para este unipersonal, esos primeros fogonazos tuvieron que ver con la materia. “Estaba con mi familia (el bailarín francés Matthieu Perpoint y sus dos pequeños hijos) en una casa en la naturaleza. Quería sistematizar la forma de trabajo que con Mathieu proponemos en la clínica de solos que damos para bailarines. Agarré unas ramas grandes de un árbol, tipo palos, las até. Después agarré una frazada y comencé a explorar con esos materiales. Me vinieron ganas de zapatear. Debe ser porque trabajo justo debajo de la Compañía Nacional de Folklore que nos zapatea encima todos los días”, comenta Agustina, que es asistente coreográfica de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea con sede en el Centro Nacional de la Música. Quienes la vieron bailar en alguna obra de Kraap recordarán su energía desbordante. Y tal vez por eso, la delicadeza del baile folklórico femenino le quedaba chico y empezó a probar un malambo. “Algunos chicos de la Compañía Nacional vienen del folklore y me enseñaron cómo se hace. En el origen de este solo estuvo muy presente eso: cómo me voy poniendo al servicio del material que va apareciendo, al servicio de algo más grande, y cómo desaparezco yo como autora”, destaca. 

No fue un proceso sencillo ni lineal: probó sumar músicas que no terminaban de cerrar del todo y fue la artística plástica Fabiana Barreda, con quien ella realiza la clínica de su propia obra como creadora (es decir el análisis, la profundización, el seguimiento), quien la ayudó a mantenerse focalizada, muy atenta a no despegarse de la materia con la que estaba trabajando. Así fue como los palos, la máscara que Sario construyó, el sonido de las  piedras, los pigmentos y los textiles derivaron en una escena más primitiva y ancestral. “Empecé a asociar qué más habría además de los palos, qué conexión con la tierra, qué le devuelve mi personaje a la tierra, qué sonoridad tendría. Y llegamos a una especia de ritual en el que mi cuerpo de mujer se transforma, ofrece algo, invoca y queda transmutado. Desde un lugar racional, nunca hubiera llegado a algo así”, reflexiona. Tuvo mucho cuidado en “en no caer en el National Geographic”, en no hacer una recreación ni una imitación de algún rito. “No imitamos, por ejemplo, el sonido de la naturaleza. Apareció un sonido que tiene que ver con la pulsación, con lo intrínseco de un ritual. Y en este caso, lo que pulsa y emerge tiene que ver con refocalizar el sentido: el sentido de las cosas está en uno, en la mirada de uno”, advierte. En tiempos en que la mirada tiende a estar afuera, atraída por la cantidad abismal de estímulos y por las supuestas novedades de la era actual, Sario se anima a detener el vértigo y redireccionar el foco hacia el interior. La coreógrafa quiso que esta experiencia escénica fuera gratuita y compartida por mucha gente: está feliz de presentarla sin cobrar entrada en la sala Guastavino del Centro, donde el público formará un semicírculo. La acompañan en esta aventura escénica Matthieu Perpoint y Demian Velazco Rochwerger en la creación sonora e interpretación, Leandro Egido en el diseño textil, Adrián Grimozzi en la iluminación y Fabiana Barreda en el asesoramiento.