En su cortometraje La reina (2014), el documentalista Manuel Abramovich acompañaba a Memi, una niña de Monte Caseros (provincia de Corrientes) acostumbrada a los concursos de belleza, durante las jornadas previas a la celebración del carnaval local. El acercamiento del realizador, por momentos microscópico –abordaje formal que, sin embargo, nunca deja de lado una mirada general–, encontraba allí el punto de máximo dramatismo en una secuencia en la cual el peso de la corona se transforma para la protagonista en un verdadero calvario. En esa instancia aparentemente trivial, sin palabras que lo expliciten, late el verdadero corazón del corto, incluso su razón de ser. Algo similar ocurre en Soldado, segundo largometraje del realizador luego de Solar, no tanto una investigación sobre el estado del Ejército Argentino a partir de uno de sus baluartes más famosos –el Regimiento de Infantería 1, más conocido como Regimiento de Patricios– como aguafuerte de un individuo y su relación con una institución particular.

De manera absolutamente casual (ver entrevista), Juan José González también es oriundo de Monte Caseros y la película lo encuentra dando sus primeros pasos dentro de la estructura militar en la ciudad de Buenos Aires. La primera, extensa secuencia de Soldado hace las veces de carta de presentación de ese extraño mundo al tiempo que ofrece una dosis de ataque del estilo Abramovich. Un plano general del patio de desfiles del regimiento comienza a poblarse de jóvenes en uniforme de fajina, seguidos por algunos de sus superiores; los gritos no se hacen esperar (ese soldado está mal arremangado, aquel otro no camina a buen ritmo), al tiempo que la orquesta militar comienza a practicar algunos acordes. Corridas, más gritos, algún cuerpo a tierra y flexiones de brazos como castigo. Mientras el plano visual se llena de movimientos en todas las direcciones, la pista sonora se transforma en una cacofonía de voces, ruidos y melodías fracturadas. Ese primer paisaje general le cederá el espacio central a Juan, quien responde de manera automática las preguntas de ingreso y se somete a los obligatorios controles médicos.

Como nuevo tambor de la banda, Juan asiste a encendidos discursos que destacan la enorme responsabilidad de conjurar con sus palillos los sonidos de mil batallas legendarias, pero también a la práctica de las llamadas rítmicas, entre ellas la correspondiente a la retreta, que el ingenio popular supo acompañar con la frase “No salgo de franco / No me caliento / Me hago una paja / en el regimiento”. La vida cotidiana en el lugar suele ser rigurosa y Abramovich nunca no deja de destacarlo, pero también se permite registrar los momentos de humor y de descanso. Como la corona de Memi, una secuencia en apariencia poco relevante pone de relieve el peso de las tradiciones: las diversas formas de tender la cama, dependiendo del día de la semana y la ubicación de la puerta de entrada al cuarto. Juan no habla mucho, apenas lo necesario, pero en su mirada –capturada por el film en primeros planos que contrastan con la extensión de los generales– puede adivinarse su indeterminación respecto de la vida presente y futura. Algunas molestias físicas –tal vez resultado de un stress no admitido– no hacen más que reforzarlas.

Un viaje al pueblo y el reencuentro con su madre hacen las veces de recreo de la severidad militar y habilitan la posibilidad de la reflexión. ¿La necesidad económica y el deseo de complacer a su madre serán más fuertes que las dudas sobre los pasos a dar? La dureza del entrenamiento –que en más de una ocasión ofrece su costado más ridículo, como en la pelea cuerpo a cuerpo en la cual el entrenador pide “más realismo”– no es mayor al rigor formal de Abramovich, quien se resiste a la posibilidad de expresar a viva voz sus ideas sobre la institución -y sus mecanismos de mecanización del cuerpo y la mente- para dejar que sean las imágenes y sonidos las que hablen por sí mismas. En ese proceso, Soldado entrega una meticulosa y fascinante investigación cinematográfica sobre un microcosmos próximo al de cualquier ciudadano pero que, al mismo tiempo, parece pertenecer a una galaxia muy, muy lejana.