Hay un postulado que, en el último tiempo, ha adoptado forma de verdad axiomática y dice más o menos así: la ideología es algo que le pertenece y empapa a grupos de izquierda y centro-izquierda, nunca a la derecha. Ella es aséptica, pura, anti-ideológica, pragmática. Reniega de lo ideológico, lo combate. La derecha, se supone, no prioriza sus ideales ante las acciones que lleva adelante sino que se rige por la practicidad de la realidad. En los tiempos que corren se le llama “tener gestión”. Una frase conocida y que ya advertía la posición que el actual oficialismo utilizaría para concretar su programa político y económico y, además, para comunicarlo. Ni más ni menos que ideología. 

En tiempos de la conquista, las divinidades indígenas fueron las primeras víctimas. Los europeos llamaban “extirpación de la idolatría” a la guerra contra los dioses autóctonos. Esa cruzada se proponía allanar el camino para la idolatría absoluta a su Dios, símbolo de la dominación. Algunos siglos más tardes las cosas no han cambiado demasiado. El gobierno nacional embiste contra todo lo que tenga destellos ideológicos que no colaboren con sus intereses: CONICET, ARSAT, docentes, bancarios y demás. Busca reducirlos, minimizarlos. Y para eso recurre a la estigmatización social acusándolos de mascaradas ideológicas que atentan contra los intereses de la sociedad argentina. Busca hacer de la anti-ideología un culto que rinda honores a sus necesidades.

Los medios de comunicación (oficiales y los que parecen oficiales) aparecen como instrumentos de ese combate, donde se configuran y reconfiguran perspectivas y subjetividades sociales. Se establecen consensos, direccionados en alguna medida desde las esferas de poder, para determinar que algunas ideas son verdades puras, objetivas. Estos acuerdos, con mayor o menor éxito, producen un efecto de normalización sobre nosotros, en nuestra manera de ver el mundo, de interpretarlo. Está claro que no nos dicen qué pensar, pero si influyen en la manera de entender las cosas que suceden a diario y, por ende, en la forma de actuar al respecto. Pugnan por el fin de la cosa ideológica porque en ellos existe la verdad. Es así que, tanto en el Ejecutivo como en los medios de comunicación, nos gobierna la anti-política. 

De esta manera, cuando se retrata a María Eugenia Vidal en el supermercado o a Mauricio Macri comprando regalos en una juguetería, lo que se muestra es a nuestros gobernantes actuando como ciudadanos comunes, haciendo cosas de ciudadanos comunes. No dando discursos ni abriendo programas educativos –algo que corresponde a los sectores ideologizados– sino de compras como cualquiera de nosotros. La misma postura asume el Presidente para referirse al caso del policía Luis Chocobar. No opina como estadista, sino como un ciudadano. Un ciudadano que está cansado que la política le diga que va a resolver el tema de la inseguridad de una vez por todas, cansado de la “ideología de los derechos humanos” que sólo protegen los derechos de los ladrones pero no los de la “gente como uno”. Con su discurso desideologizado el oficialismo interpela a esa masa que no cree en ideologías, sin darse cuenta que lo que produce y reproduce es una en sí misma. 

Esta postura plantea también que el sindicalismo que no se resiste al ajuste descarado y a la miseria planificada es una estructura corroída por el flagelo de la corrupción, que en nombre de sus ideales lo único que hace es eternizarse en el poder. Puede haber algo de verdad, pero el poder de facto solo reafirma sus críticas cuando atacan sus intereses. Persigue y cercena voces porque “están radicalizadas” y desde sus posturas no se puede construir nada. Sólo se construye a través del dialogo y el consenso, no a través de ideales. Eso queda para Cuba. 

Esta postura salvajemente ideológica denomina “retiro espiritual” a las reuniones de planificación política y económica que realiza anualmente. No vaya a suceder que sus simpatizantes se enteren que están haciendo política. Y para darle ritmo y melodía al saqueo aparecen los slogan como “sí, se puede”, que son palabras resonantes y expresivas, pero huecas.

La extirpación de las ideas que defienden los derechos de la sociedad aparece como el horizonte espeso de este gobierno. El discurso oficial y mediático aparece como arma de guerra, de disputa de sentidos. Al igual que en la antigüedad, ninguna extracción es por la extracción en sí misma, sino que pretende ser un reemplazo de “divinidad”, una que sea eficiente para la sumisión y el adoctrinamiento salvaje. La divinidad ideológica del ascetismo.

* Periodista.