La vuelta al escenario para hacer los dos temas finales, con su bajista caminando literalmente patas arriba, era una estupenda metáfora de lo que fue el show de los Red Hot Chili Peppers en el Lollapalooza 2018: una locura. Pero no del todo buena. Y es que a diferencia de su anterior visita a la Argentina, en el estreno local del festival, en 2014, esta vez la performance del grupo dejó mucho que desear. Si no fuera por la consistencia de sus canciones, que supieron madurar, brillar y sobreponerse al paso del tiempo, el recital del cuarteto estadounidense hubiera estado a un tris de un ensayo abierto. Uno de lujo, por supuesto. O al menos esa era la impresión que dejaron las alocuciones de Flea y del frontman, Anthony Kiedis, y más aún el diálogo entre ambos, ante las 100 mil personas que asistieron el viernes al Hipódromo de San Isidro. Aunque en el caos siempre hay lógica, pues la banda de rock alternativo y funk rock centró su repertorio en su última década y media. Por lo que mecharon “Can’t Stop”, “Go Robot” y “Hump the Bump” con clásicos como “Nevermind”, “Californication” y “Give it the Way”.

Si bien la actuación de Red Hot Chili Peppers selló la primera de las tres fechas del evento, el Lollapalooza 2018 largó en realidad el jueves con los sideshows de Zara Larsson en Niceto y Metronomy en Vorterix, así como con la zapada que improvisaron Flea, Mac DeMarco y Anderson Paak en El Emergente Bar. Justamente este último era uno de los artistas más esperados del festival. Y no defraudó. El rapero californiano, quien estuvo respaldado por una banda fabulosa, los Free Nationals, representa la savia nueva del género. Lo que patentó a través de un recital impresionante no sólo por su carácter físico, en el que arengó, fluyó por el escenario y tocó la batería, sino también porque sintetizó los últimos 50 años de la música afroamericana. Ahí mismo, en el Maine Stage 1, aunque en la noche, Chance The Rapper terminó por confirmar el cambió de chip que vive el rap. Al menos entre la generación milénica. Sucede que lo que antes era misoginia, drogas y resentimiento, pasó a ser conciencia, amor y experimentación. Además, el de Chicago lo versa en clave de gospel. Por lo que generó un clima emotivo.   

La jornada del viernes podría haber sido la “cumbre del hip hop post Kayne West” si no fuera por el faltazo a último momento que se pegó Tyler, The Creator, argumentando “motivos personales”. Sin embargo, los que lo conocen dicen que le dio fiaca viajar hasta tan lejos. Pero el rap argentino también dijo presente en el Lollapalooza, por intermedio de una versión compacta de la Batalla de los Gallos, del formato funk de Militantes del Clímax y de El Dante. Aunque el ex Illya Kuryaki comenzó rockeándola o más bien bluseándola en un set en el que recorrió, trío mediante, su flamante álbum solista: Puñal (2017). Mientras que Indios, Mi Amigo Invencible y Valdés se tornaron en la representación del nuevo indie patrio. A propósito de esto, la quinta edición del festival significó asimismo el tardío debut de unos iconos del indie estadounidense: Spoon (lamentablemente a la misma hora de Anderson Paak). Y se notaba que los de Austin tenían muchas ganas de venir, porque desfloraron un repaso intenso y ecuánime de una trayectoria que deambuló por la psicodelia, el post punk, el folk y el garage.

Hablando de garage, la medalla de “revelación del Día Uno del festival” se la merece Royal Blood. A pesar de que el Main Stage 2 parecía que le quedaba muy grande, la dupla británica, a punta de bajo y batería, se llevó por delante todo en su primer desembarco en el país. Apoyado aparte por un gran número de fans. Pero nunca más que los que Imagine Dragons cultivó en sus diferentes venidas a la Argentina. El cuarteto estadounidense, que volvió de la mano de su tercer álbum, Evolve (2017), brindó en esta ocasión un espectáculo más tironeado por la emoción que por lo musical. Y es que la imagen de su vocalista, Dan Reynolds, en cuero al final de su show se tornó en una oda a la tracción. Al mismo tiempo que el DJ holandés Hardwell preparaba la fiesta de despedida, y los Peppers copaban el clímax de la fecha, Camila Cabello presentaba por primera vez en vivo su homónimo disco. Acompañada por una banda y un cuerpo de bailarines, la cantante de origen cubano, el nuevo gran fenómeno del pop adolescente, tuvo el don minimalista de estremecer a los centennials: la audiencia qué hoy mejor entiende la experiencia del Lollapalooza.