Salta, cabecea y viene el dolor. Jonatan no dice nada. ¿Dónde está la pelota? Ve que el partido está frenado. Se toca la cabeza. Tiene un poco de sangre. No le importa. No quiere dejar de jugar. 

La calle Los Aromos, en Glew, era tan interesante como el predio que River tiene en Ezeiza. Y como todo centro para la práctica del deporte de alta competencia (aunque se jugara en patas), ese pedazo de vida del barrio El Trébol tenía varias canchas para elegir. La “de los Melli” era la más profesional, con arcos firmes de caño, un piso parejo y líneas bien definidas. La de la mitad de la cuadra era, digamos, algo más informal, con pedazos de pasto largos y otros raleados, y, aunque alguno hubiera osado decir que parecía un terreno baldío, para los pibes era Old Trafford. La tercera era distinta, de una superficie (¿cómo explicarlo?) más exigente, de vereda a vereda y para futbolistas capaces de controlar balones indescifrables. Allí, en ese corredor de las ilusiones, Jonatan Maidana forjó la primera de sus mil cicatrices en la cabeza. Y, como marca su vida, cuando sintió al dolor bajar desde el cuero cabelludo al cerebro y, como un pulso eléctrico, dispararse a su conciencia, no dijo nada. Se la aguantó.

Habla en la oscuridad y en el medio de un descampado que cada minuto está más fresco y, aunque apenas viste una remera y un jogging, jamás se queja. Maidana parece un hombre hecho para soportar todo lo que haya que soportar, casi como una imagen pétrea, impenetrable e imperturbable. Tiene marcas. Mil marcas. La piel de su frente hasta su cuello deja ver líneas rectas, trazos irregulares en forma de estrella y otros a los que apenas se le distingue la forma. Unos cuarenta centímetros más abajo, justo debajo de su hombro, tiene tatuado un león que resguarda a sus leoncitos. Aunque no lo dirá, queda claro: Jonatan jamás se queja, porque en realidad siempre está cuidando a alguien. 

-¿Por qué tenés tantas cicatrices en la cabeza?

-La verdad, es el roce de este juego. Tuve muchos muchos choques y te van quedando las marcas. Parte de mi trabajo es tenerlas también. De chico tenía varias, pero las más importantes fueron ahora de grande. Choques, cabezazos, saltos y, después, se vienen los puntitos. Es así. De pibe ya era de ir fuerte a la jugada. No me frenaba nunca. Por eso tengo la cabeza como la tengo. Abollada. Es algo que llevo con orgullo.

-¿Qué recuerdo tenés de aquel que eras de chico?

-Lo primero que me acuerdo son las tardes de mi barrio, con mi hermano y mis amigos, cada día, hasta que mamá te gritaba y se terminaba todo. Era ir a bañarse o la comida. Pero, salvo eso, era jugar y jugar. Teníamos la canchita ahí en la esquina, en Glew, en el barrio El Trébol. Se le decía “La canchita de los Melli” a esa. Nos juntábamos ahí, en un terreno baldío que teníamos en la cuadra o en la calle. Lástima que cada vez hay menos terrenos baldíos y cada vez más gente. Entonces quedan menos canchitas. Pero la que jugaba de chico todavía está.

-¿Volvés seguido al barrio?

-Sí, cada 15 días o, si puedo, una vez por semana. Ahí viven mis viejos y mis hermanos. También mis suegros. Yo siento que ahí vuelvo a las raíces, al barrio, al lugar del que salí. Entonces, me olvido de todo lo que vivo acá en el día a día. Se vuelve mi cable a tierra. La familia, por suerte, no me habla mucho de fútbol. Ahí soy uno más. El tema es cómo está cada uno, no un partido de fútbol.

-¿Ahí no se habla de tus partidos?

-No, es un ámbito familiar. Por eso me despejo y estoy tranquilo. 

-¿Perdiste el amateurismo del potrero ese o seguís que seguís jugando a la pelota igual que en aquellos tiempos?

-En cierto modo, eso está siempre presente. Yo soñaba con eso de chico y entrené toda mi vida para que jugar a la pelota se convirtiera en esto que es hoy. Hay que tener cierto cuidado en un montón de aspectos, pero, a la hora de jugar profesionalmente, a la alegría del potrero hay que mantenerla. No se puede perder nunca esa sensación.

-¿Siempre fuiste defensor?

-No, de chico era volante central. O jugaba de ocho. Pero a medida que pasaron los años me fueron tirando para atrás. Se fueron dando cuenta y me mandaron para la cueva, ja. Fue en sexta, con Juan Carlos Díaz, al que también lo tuve en Primera ahí en Los Andes. Me acomodó atrás y hasta acá llegué así.

-¿Cómo fue la primera citación?

-Tenía 16 o 17 años. Estaba en la sexta. Con los nervios lógicos. De un día a otro me dijeron que me tenía que presentar. Fue en la cancha de Almagro y tuve la oportunidad de ir a banco de la mano de Jorge Ribolzi. Y el primer partido que juego de titular me tocó con Gimnasia de Entre Ríos, en un empate 2 a 2.

-¿Te pasó todo muy rápido desde entonces?

-A veces no te das cuenta de lo rápido que pasan las cosas y no hacés una pausa para pensar en todo lo que viviste. Yo me levantaba temprano, me colaba en los trenes para ir a entrenar y llegaba como podía, pero siempre temprano. Los sacrificios que hice de chico por suerte me llevaron a jugar en grandes clubes. Hoy lo miro como un camino que me hizo llegar a donde estoy.

-¿Cuesta parar la pelota y salir de toda la vorágine?

-Le doy para adelante, pero sin olvidarme de dónde salí y lo que me costó llegar hasta acá. Si tengo eso presente, no me voy a equivocar.

Daniel Vega; Luciano Vella, Jonatan Maidana, Ramiro Funes Mori, Leandro González Pires; Leonardo Ponzio, Ezequiel Cirigliano, César González; Alejandro Domínguez; David Trezeguet y Fernando Cavenaghi. Director Técnico: Matías Almeyda. River 2-Almirante Brown 0.

Cuando extiende el brazo, esas líneas negras muestran un ala que asoma por el costado de la remera. Al lado del león, Maidana tiene en tinta a un ave fénix gigante, junto a una fecha emblemática en su carrera y en su vida: 23 de junio del 2012. Esa cicatriz, tal vez la que más le haya dolido en su vida, se cerró con el retorno a Primera de River. Jonatan, testigo directo de lo peor de la historia del club de Núñez, camina como la certeza de que se puede resurgir. Allá en los infiernos o aquí en los cielos de haber vencido a todos para convertirse en ídolo, sostiene la misma certeza. No se queja, sólo cuida a los suyos.

-¿Qué es lo que menos se disfruta del fútbol?

-No soy amante de dar notas, de salir a hablar en televisión y todo eso. Tengo un perfil bajo, pero sé que soy parte de un club importante y es algo con lo que tenés que cumplir. No me gusta, pero lo hago.

-El dinero es algo muy inherente al fútbol grande, ¿cómo manejás esa cuestión?

-No siempre estuve acostumbrado a tener cosas materiales, de chico me tocó pelearla. No me sobraba, tenía que sacar de donde podía, entonces lo valoro mucho. Si hoy estoy en una buena posición, es porque River te permite eso. Es parte de lo que este club me ha dado. Pero, cuidado, también sé que se puede terminar de un día para el otro. Es importante no estar en las nubes ni creerse más que nadie.  

-¿Qué hiciste con tu primer sueldo?

-Fue en Los Andes. Había firmado uno de los contratos más bajos, pero para mí en ese momento era un montón. Ya tener para viajar para ir a los entrenamientos era mucho. No tener que colarme para viajar era todo un logro.

-¿Alguna vez pensaste en no ser futbolista?

-Se fue dando naturalmente. No pensaba en dedicarme de lleno para ser profesional ni tampoco en dejar e irme a trabajar. Todo fue fluyendo. Mi viejos fueron muy importantes y me bancaron pese a que llegábamos muy justos a fin de mes.

-¿Cuántos hermanos tenés?

-Somos cinco varones, yo soy el mayor y el más chico tiene 12 años. El que me sigue a mí es un año y medio más chico y en el fútbol nos movíamos juntos. Él ahora juega en Cañuelas y pasó por varios clubes del ascenso; hizo inferiores en Los Andes y fue a préstamo a Boca. Otro de mis hermanos tiene 17 años y está en San Martín de Burzaco.

-¿Tu papá también jugaba?

-No profesionalmente, pero sí en el barrio. Era delantero, jugaba de 7 y lo acompañábamos a los torneos. El último partido que fuimos con él hizo un gol, se lesionó y no volvió a jugar más. 

-¿Jugar por plata en el barrio te prepara para la Primera?

-No sé si te prepara, pero es una experiencia. Es un ambiente en el que se juega fuerte. Yo estaba en las inferiores de Los Andes y, como mis viejos no me dejaban, me escapaba para ir a jugar ahí. Era poca plata, como para hacernos un asado, pero era lindo. Nos divertíamos. Para nosotros, poder comprar algo con plata que ganamos jugando a la pelota era sentirnos campeones del mundo.

-Estás hace mucho tiempo en River, algo que es atípico en los últimos años...

-Desde el primer día que llegué acá fue cumplir un sueño. Cuando pisé por primera vez el club iba a cumplir 25 años,y a los 32 todavía estoy acá y me siento importante. Es verdad que es raro estar tanto tiempo en un club con mucha exigencia. River se volvió mi casa.

-Decís que fue un sueño, ¿a pensar de estar en Boca querías jugar en River?

-De chico sabés que son los clubes más importantes. A mí, cuando se me presentó la oportunidad de venir a River no lo dudé. Y no me equivoqué. Lo de Boca fue una etapa. Yo salí de las inferiores de un club importante pero humilde como Los Andes, al que le estoy muy agradecido. Desde ahí, fui creciendo: siento que no le debo nada a nadie y que no le falté el respeto a nadie. 

-¿Qué otras cosas te interesan además del fútbol?

-Cuando estoy en casa estoy con mis hijos, Sol (de 9 años) y León (de 5). Y dentro de poco viene otra nena. Miro las tareas que les mandan o miro la tele con ellos. Me gusta estar con los chicos y nos entretenemos mirando documentales. Nos gustan los del estilo de Discovery Channel o History Channel. 

-¿Tus hijos se dan cuenta que sos jugador de fútbol?

-Sí, ya se dan cuenta porque están más grandes. Entonces me preguntan cuando juego, a dónde me voy y cuántos días.  

-¿Te cuesta estar tanto tiempo afuera de tu casa?

-Es mi trabajo. A veces te afecta, porque no está bueno irte si los chicos están enfermos; o toca perderte cosas importantes, como algún cumpleaños.   

-¿Qué imaginás después del fútbol?

-Tengo pensado hacer el curso de entrenador. No sé si de mayores, pero me gustaría trabajar con los chicos. Y para eso hay que prepararse, porque una cosa es jugar y otra como entrarle a un chico para transmitir ciertas cuestiones.

-¿Seguís aprendiendo tácticamente después de tantos años?

-Nunca terminás de saber todo, por eso también te equivocás. Siempre hay que prestar atención para tratar de mejorar.

-¿Cómo te llevás con la preparación física?

-Trato de ser más tiempista, porque la velocidad la vas perdiendo. Pero hoy me siento bien a la altura del resto.

-¿Te dio bronca que se haya hablado mal de un equipo que ganó tanto?

-No, porque en un club grande cuando las cosas no salen las críticas van a estar. Cuando las cosas salen las críticas son buenas, así que hay que saber aguantarse y ser inteligente cuando las críticas son malas.

-¿Qué aprendizaje te dejó el año tan duro del descenso con River?

-Fue un momento para hacerse fuerte poniendo el pecho. No había que esconderse, sino entrenar y poner la cara. Por suerte el tiempo me dio una revancha por todo lo que vino después. Siento que le devolví algo al club.

-¿Qué te defraudó del fútbol en tu carrera?

-El fútbol me dio más de lo que esperaba. Conocer gente importante, sana, que no espera nada de uno. Hay un poco de todo, por eso hay que saber con quién estar.

-¿Sos feliz jugando al fútbol?

-Sí, lo disfruto y estoy contento en un club importante. Veremos cuánto tiempo queda, ojalá me queden varios años más de fútbol. Sé que es difícil mantenerse en River, pero me queden seis meses o tres años más, voy a seguir dando lo mejor.