Existen leyes que no están escritas porque no hace falta; están grabadas a fuego. En Rosario hay un pase prohibido: desde hace 35 años que un futbolista no es transferido de Central a Newell’s y viceversa. La última vez que ocurrió fue en 1983 cuando Sergio Robles, después de una pelea con el legendario Ángel Zof, quedó libre y volvió a Newell’s, donde ya había jugado entre 1974 y 1978. Y desde entonces, nunca más. La puerta de hierro que separa a ambos equipos rosarinos está blindada y parece más difícil de atravesar que la frontera que divide a los dos Corea. 

Robles hoy tiene 63 años y aunque no lo supo en aquel momento colocó un mojón en la historia. No hay quien asegure en Rosario que algún futbolista pueda agregarse a esa lista de apenas cuatro jugadores que fueron directamente de uno de los dos grandes clubes rosarinos al otro. Antes de Robles lo hicieron Miguel La Rosa (en Central, de 1948 a 1959; Newell’s, en 1960), Ricardo Giménez (Central, de 1956 a 1959 y de 1961 a 1965; Newell’s, en 1966) y Rolando Pierucci (Central, de 1970 a 1971; Newell’s, de 1971 a 1973). 

Sergio Apolo Robles, el cazatalentos, el que tiene escuelita de fútbol, el que ya no va a la cancha, el que critica cómo se trabaja en inferiores, el que, dice, “di la vida por Newell’s”, el que tiene tres hijos, los tres de Central, el que jugaba infiltrado, el que se peleó con Futbolistas Argentinos Agremiados, es nada si no se dice lo otro: que es el último hombre.

–¿Cómo fue pasar de un club a otro?

–Antes de volver a Newell’s fui a jugar a Central por ser un hombre de palabra. Juan Carlos Montes me dijo “cómo vas a ir”. Es que yo le había dado mi palabra a Don Ángel (Zof). En ese momento yo lo único que quería era jugar, no importaba dónde.

–Entones después de jugar en Sarmiento se decidió nada menos que por Central.

–Lo que pasa es que yo no soy de inferiores de Newell’s. Llegué al club con 19 años y fui directo a jugar en Primera. De todos modos, amo a Newell’s. Fue mi primer tobogán para ser alguien en el fútbol. En Central tuve un paso corto, casi nadie lo recuerda. Si nacía en las inferiores de Newell’s, no hubiese ido a Central. 

–¿Por qué jugó apenas seis partidos en Central?

–Me peleé feo con Zof. Arranqué de titular contra Boca. El segundo partido perdimos, pero hice un gol (contra Independiente). El tercer partido me sacó en el entretiempo: perdimos contra Estudiantes. Después, al banco. En la quinta fecha me sacó del equipo, no me puso ni de suplente. Justo Central ganó (5 a 1 a Sarmiento). Pero después se lesionó Gerardo González y al sábado siguiente el técnico no me citó. Le golpeé la puerta en la concentración para hablar. Y me contestó que yo en Central había fracasado. Le dije de todo. Me zafé, es cierto. Me suspendieron un mes. Después empecé a jugar en Tercera con Coco Pascuttini. En un partido contra River hice un golazo en el primer tiempo y otro en el segundo. Me marcaba el Tapón Gordillo. Pero después me explotó el tendón rotuliano. Eso fue el 12 de diciembre de 1982. El 14 me operaron; el 15 nació mi hija y a fin de años me dejaron libre. Viajé a Buenos Aires para hacer un lío bárbaro en Agremiados. 

–¿Se había sentido desprotegido?

–Claro. Y a partir de todo ese lío, Agremiados puso la cláusula de que no se podía dejar libre a un jugador lesionado. Al menos, para algo sirvió mi lesión. A los tres meses volví a jugar y logré que me pagaran mientras no jugaba. Si no, le hacía juicio a Central.

–Y ahí volvió a Newell’s.

–Sí. En realidad primero me fui a Chile, estuve 20 días en Rangers de Talca. Fui a una prueba porque tenía que demostrar que estaba bien de la lesión. Pero un representante quería meter a sus jugadores y les dijo a los dirigentes chilenos que me bajaran la cotización. Yo me negué, porque les había demostrado que ya estaba bien. Y me volví a Argentina. Empecé a jugar en Newell’s, aunque no jugué mucho porque en el 83 ya empezaba a asomar la famosa camada de (Juan Manuel) Llop, (Gerardo) Martino, (Gustavo) Dezzotti. Unos monstruos.

–¿Cómo le fue en los clásicos?

–Le hice seis goles a Central. Antes de jugarse uno de los clásicos, estaba internado. Y me levantaron para que jugara. Había jugado un torneo casi completo infiltrándome. Podía correr 10 kilómetros sin problemas, pero si picaba me dolía muchísimo. Encima, siempre tuve físico para ser gordito. Y ahí estaba re gordo. Pero Newell’s había perdido de local 1 a 0 contra San Lorenzo y se venía el clásico. Ese clásico (Metropolitano de 1976) se jugó en la cancha de Atlanta (N. de la R: el estadio de Central había sido suspendido por la AFA). Me acuerdo de que el arquero de ellos era (Héctor) Zelada y empatamos 1 a 1 con gol mío. Yo no me podía mover. Lo vi adelantado y se la clavé por arriba, de zurda. Después no hice más nada en todo el partido. Me dolían muchísimo las piernas.

Robles era potente, encarador. Un jugador decidido. Su personalidad que antes se reflejaba en la cancha, ahora se advierte en el tono con el que le cuenta a Enganche sobre el fútbol actual y qué sucedía en la época en la que se destacó como delantero de Newell’s (con 65 goles, es el sexto goleador histórico de ese club rosarino). El último hombre en cruzar la línea roja (en rigor el último en vestir los dos camisetas fue el arquero Juan Carlos Delménico, pero no pasó directamente de un club a otro: debutó en Newell’s en 1971 y se retiró en Central, en 1984) volvió a estar cerca de Rosario. Ahora vive en Santa Isabel, Santa Fe, para estar no estar tan lejos de sus hijos. Uno de ellos, Matías, le pidió que sacara de su perfil de Whatsapp una foto en la que se lo veía con la camiseta de Newell’s. Una condición necesaria para que la relación padre-hijo volviera a estrecharse. En su teléfono, a Robles se lo ve con la camiseta de Boca, donde jugó en 1980.

–¿Usted es de Newell’s y todos sus hijos son de Central?

–Mis hijos viven en Rosario y son de Central: Paula (35), Matías (33) y Lucas (31). Paula era de Newell’s, pero se casó con uno de Central y se dio vuelta. Qué va a ser, cosas que pasan. Ellos iban al colegio Boneo, cerca de Arroyito. Ahí se hicieron de Central. Matías es el más veneno. No sale a la calle sin algo de Central. Un día le dije “mirá que le hice goles a Zelada, a (Carlos) Biasutto, a (Daniel) Carnevali, a todos”. “Ah, no sabía”, me contestó. Yo soy de Newell’s, de verdad lo llevo en el corazón.

–¿Cuándo fue la última vez que fue a ver a Newell’s?

–Hace mucho que no voy a ver a Newell’s. Creo que la última vez fue contra Boca. Mis hijos tendrían 6 o 7 años. O sea, hace más de 25 años. Muchísimo. Por tele sí lo veo. Pero no me gusta cómo juega.

–¿Y a Central?

–Si estoy con mis hijos, lo veo. Es una manera de compartir. Yo había perdido contacto con mis hijos porque siempre estuve afuera. Andaba por todos lados dirigiendo. Estuve bastante tiempo en Salta y en Buenos Aires. Cuando nació mi nieto, hace cuatro años, me dije “tengo que estar cerca de Rosario”. Ahora los veo, como mínimo, cada 15 días.

–¿Cómo es el vínculo con ellos?

–Con Lucas, mi hijo más chico, nos mensajeamos y siempre me dice “me estoy preparando para ver tal partido”. Es muy futbolero. Matías, en cambio, es Central, Central y Central. Hace un tiempo mi hija se enteró de la fiesta del 2 de junio en homenaje al campeonato que ganó Newell’s en 1974. Entonces mi hija, Paola, se lo comentó a Matías. Matías le preguntó dónde se hacía. Y Paola le contestó “en el predio de Newell’s”. “Qué lindo”, dijo Matías. “¿Vas a ir?”, le dijo Paola. “No, lindo para poner una bomba”. “Pero va a estar papá, le dijo la hermana. “Y bueno, que se muera por Leproso”. Así es Matías. Así son los fanáticos. 

–Ese fanatismo, por ejemplo, impide que un jugador pueda pasar de un equipo a otro.

–Y sí. Hoy no se podría hacer un pase de un jugador de un club al otro en Rosario. A mí la gente de Central me respeta porque a pesar de que les hice muchos goles, nunca les hice un gesto. Siempre fui respetuoso. Por eso hoy voy a los clubes a llevar chicos y en todos lados me abren las puertas.

–¿Los chicos quieren jugar en Newell’s o Central porque son hinchas o ya no pasa?

–Antes, de 100 chicos iban 70 a probarse a Newell’s y 30 a Central. Ahora, 10 a Newell’s, 10 a Central y 80 a clubes de Buenos Aires. ¿Cuándo compraba jugadores Newell’s? Y hoy lleva jugadores de afuera, y no a los grandes jugadores. Ahora los pibes piensan en jugar cinco partidos y que los vendan. Hoy juegan solo por la plata. Un chico de 10 años ya tiene representante y al padre le dan un viático de 7 u 8 mil pesos.

–¿El negocio le ganó al desarrollo del juego? 

–En Salta estuve viviendo hasta hace un tiempo. Viví tres años y en ningún club me aceptaron los proyectos que les presenté. Allá no les importan los proyectos de inferiores. Cada equipo trae 22 o 23 jugadores por temporada. Los dirigentes están en el negocio grande, no les interesan los chicos. También está pasando en Newell’s. Al coordinador de fútbol ni lo conozco. A los actuales técnicos de inferiores no los conoce nadie. Newell’s perdió su identidad de juego hace rato. 

–¿Cómo piensa hoy un chico que empieza a jugar?

–Tengo cinco jugadores en Huracán, dos en San Lorenzo. Muestro chicos por todo el país. Conozco bien el tema. A los chicos les inculcan lo de la plata en vez del placer por jugar. Yo amaba jugar. Recién dos años después de jugar en Primera pude comprarme un auto. Y era un Fiat 125. Ahora con cuatro partidos en Primera se van a vivir a Puerto Madero y tienen un BMW. Tuve cuatro operaciones y una fractura, pero jugué al fútbol hasta los 40 años (en Deportivo Tabacal, de Hipólito Yrigoyen, Salta). Amaba jugar al fútbol. Hice lo imposible para recuperarme y jugar. Vivía con mi mamá. Mientras ella cocinaba, yo hacía pesas. Eran las cuatro de la mañana, ella dormía, y yo hacía pesas. Ese amor por jugar es lo que no veo ahora.