Desde Moscú

Desde nuestro refugio moscovita en Skhodnya, en el norte de Moscú hasta la Plaza Roja hay unos 30 kilómetros que no nos recomiendan recorrer en auto por dos razones de peso. 1) los pesos que hay que desembolsar y 2) los embotellamientos en las zonas cercanas al centro. Vamos entonces en un minibús que en 40 minutos nos lleva hasta una estación de subte circular desde donde se aceleran los tiempos. El bus chiquito tiene dos asientos junto al conductor y un poco más de veinte detrás. El 873 en cuestión (el nuestro) pasa cada media hora y casi siempre está en modo lata de sardina. Veintipico sentados y doce de pie en codo con codo y culo con culo y la cabeza rozando el techo. Algunos de los colectiveros que nos tocaron en suerte son apretadores precoces de acelerador, apuran los cambios y como tienen frenos poderosos cada vez que los clavan provocan el revuelo de las sardinas que se van corriendo obligatoriamente al interior. El viaje cuesta 55 rublos (menos de 1 dólar) que hay que pagárselos al chofer que devuelve un minúsculo boleto que el tipo corta con una tijerita que viene a ser del tiempo de los zares. En uno de los viajes al minibús lo conducía una especie de pulpo con manos-tentáculos útiles para agarrar el volante, cortar el boletito, guardar la plata, mirar los mensajes del celular, cambiar de estación de radio y acomodar el espejito para relojear a una rubia descomunal que había subido un par de paradas antes. El segundo capítulo del viaje se hace bajo tierra. El subte de Moscú alucina por donde se lo mire. Cuarenta y cuatro estaciones declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, cero publicidad, frecuencia de minuto y medio máximo entre formación y formación, todas de ocho vagones, distancias promedio de 18 cuadras, cerca de 10 millones de pasajeros por día, televisión en algunas líneas, repletos en horas pico, escaleras mecánicas de hasta 800 metros en las que todo el mundo conserva la derecha para permitir el paso de los ansiosos que circulan por el andarivel izquierdo con más velocidad que Pavón. 

El metro de Moscú fue inaugurado el 1935, es decir 22 años después que el de Buenos Aires, pero creció un poquito más con los años: tiene una extensión de 365 kilómetros, 6 veces más que el de la capital argentina. 

Durante la guerra fue utilizado como refugio antiaéreo y cuentan que bajo tierra nacieron 217 niños. Una sola vez desde su inauguración el subte dejó de funcionar, fue el 15 de octubre de 1941 porque parecía inminente que los alemanes tomaran Moscú, pero como no pasó nada de eso al día siguiente el subte siguió circulando. Cuando terminemos de escribir estas líneas nos iremos con Adrián De Benedictis hacia la estación de Ploschad Revolutsil. Ahí hay una escultura con un soldado con un perro. Dicen que tocar el hocico al perro te da buena suerte y que en las horas pico la gente hace cola para cumplir el rito. En cualquier momento los vemos haciendo cola a Sampaoli y todo el plantel antes del partido contra Croacia.