La derrota de Lucas Matthysse por nocaut técnico en el 7° round ante Manny Pacquiao en Kuala Lumpur fue más apabullante por la forma en la que se produjo que por el resultado en sí. El chubutense entregó su título welter de la Asociación Mundial de Boxeo casi sin oponer resistencia. Como si la pelea le hubiera pesado más de lo que realmente debió haberle pesado. Como si Pacquiao hubiera sido aquel fenómeno que era hacia 10 o 15 años y no el boxeador cercano al ocaso pero todavía competitivo que es ahora, a los 39 años y con 23 de intensa carrera sobre sus espaldas.

Algún día se sabrá porque Matthysse (66,550 kg) hizo lo que hizo o mejor dicho, no hizo lo que tenía que hacer. Alguna vez alguien contará que pasó en los tres meses de entrenamiento en Indio (California) a las órdenes del preparador californiano Joel Díaz o en el vestuario de la Arena Axiata, la sede de la pelea en la capital de Singapur. Por qué subió vacío, bloqueado, tenso, prematuramente acobardado. Por qué lanzó sus golpes desde tan lejos, como si no quisiera conectarlos adrede. Por qué no asumió la iniciativa de la pelea. Por qué pareció mucho más preocupado en evitar que Pacquiao (66,250) le pegue. Por qué le dolieron tanto los golpes más justos que potentes que el supercampeón filipino. Por qué en el 7° round y después de dos caídas en el 3° y en el 5° y una más en ese mismo asalto, decidió rendirse. Cuando no estaba mal herido, ni le estaban dando una paliza, sólo era ampliamente dominado.

Tal vez en los recovecos de la mente de Matthysse puede anidar la explicación de una actuación tan desalentadora, tan alejada de lo que se esperaba de él. ¿Fue hasta Singapur a entregar su corona a cambio de una bolsa millonaria? ¿No le importó darle a su campaña un cierre épico, vender cara su derrota? ¿Se le acabó el combustible emocional? Preguntas, apenas preguntas que no pueden ocultar una realidad: siempre Matthysse perdió la pelea que tenía que ganar. Le pasó ante Danny García en Las Vegas en 2013. Volvió a pasarle ante el ucranio Viktor Postol en Carson (California) en 2015. Contra Pacquiao, otra vez el final fue el mismo.

Pero peor, porque estaba físicamente entero. Podía haber seguido, si así lo hubiera querido. Pero no quiso inmolarse por su propia causa. Decidió entregarse sin luchar, sin dar hasta el último aliento. Hay formas y formas de perder. Matthysse eligió hacerlo sin grandeza. Como si el triunfo y la derrota le dieran exactamente lo mismo.