Son tiempos lo suficientemente oscuros para que Mario Benedetti regrese, el poeta que cuando el mundo se estremecía de fría guerra supo cuál era la función de un intelectual comprometido y que también se dio tiempo de cantarle al amor como pocos.

Nuestro primer encuentro fue durante sus años de exilio en Buenos Aires en la redacción de “Crisis”, aquella memorable revista que dirigía Eduardo Galeano y financiaba Fico Vogelius que pagó su lucidez con el secuestro y la desaparición.

No recuerdo con precisión si fue en aquella primera, quizás en la segunda, que sucedió algo que pinta con raro humor cómo se vivían aquellos tiempos de terror. Suena el teléfono y atiende Eduardo. “Hola”. Guarda silencio mientras escucha a su interlocutor. Luego con vos serena: “Amenazas de 14 a 16 horas.” Y colgó.

Mario era un hombre tímido que exudaba bondad. Como si su inteligencia fuera algo a disimular, por favor que nunca se pareciese a la petulancia. Era de comentarios breves y se interesaba sinceramente en lo que otros pensaban y decían.  Disfrutaba de su talento como algo que le había sido dado y no le dejaba otra alternativa que practicarlo, impulsado sobre todo por la convicción de que la poesía no podía distraerse en plenilunios ni mitologías sino constituirse también en un espacio de resistencia y de solidaridad con las desventuras de los pueblos latinoamericanos, lo que lo proyectó mucho más allá de las fronteras de su querido Uruguay, en las huellas del gran José Gervasio. De allí su insistente poetizar la tortura:

(…) alguien piensa en afuera

que allá no hay plazo

piensa en niños de vida

y en un abrazo

 

alguien quiso ser justo

no tuvo suerte

es difícil la lucha

contra la muerte

 

alguien limpia la celda

de la tortura

lava la sangre pero

no la amargura (“Alguien”)

En el Centro Cultural de la Cooperación estamos presentando “A la izquierda del roble (recordando a Mario Benedetti)”, título de uno de sus más bellos poemas. El texto es mío y  participan la actriz María Fiorentino y los músicos Marcelo Balsells y Gerardo Vainicoff, dirigidos por Daniel Marcove. Es mi debut como “actor” a mis 76 años…

Participó en política y fue uno de los fundadores del Frente Amplio. Pero su principal aporte a la lucha contra las dictaduras fue su capacidad  de hacerse recitado o estrofa en textos y canciones que durante los sesentas y los setentas circularon como contraseñas de convocatoria y resistencia .

Ahí está por ejemplo su famoso “Un padre nuestro latinoamericano”:

Padre nuestro que estás en los cielos,

con las golondrinas y con los misiles,

quiero que vuelvas antes de que olvides

cómo se llega al sur de Río Grande.

 

Padre nuestro que estás en el exilio,

casi nunca te acuerdas de los míos,

de todos modos, dondequiera que estés,

santificado sea tu nombre

no quienes santifican en tu nombre

cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria. (…)

 

o “El sur también existe”

 

 (…) pero aquí abajo, abajo

cerca de las raíces

es donde la memoria

ningún recuerdo omite

y hay quienes se desmueren

y hay quienes se desviven

y así entre todos logran

lo que era un imposible

que todo el mundo sepa

que el Sur también existe.

Su compromiso lo condenó al exilio. “De Uruguay tuve que irme porque estaban a punto de meterme preso y torturarme. De Buenos Aires porque la Triple A me puso en una lista de condenados a muerte y nos dieron 48 horas para que nos fuéramos. Me fui a Perú y me metieron preso sin que yo hubiera hecho absolutamente nada político: aparecieron en casa, me llevaron al aeropuerto, me metieron en un avión y me deportaron a Argentina, donde estaba amenazado de muerte. Allí me ayudaron mis amigos. Mientras, la situación cambió en Perú, así que volví, pero a los dos días ya me estaban buscando. Entonces me ofrecieron asilo en Cuba, donde dirigí un departamento de literatura en La Casa de las Américas, por primera vez me gané la vida literariamente".

Volvimos a encontrarnos, ambos desterrados en la España posfranquista, compartiendo reuniones de ahuyentados políticos en las que acordábamos estrategias para que el resto del mundo se enterase de los horrores de la dictadura cívico-militar.

Cada uno se ganaba la vida como podía y él lo hacía con recitales a “A dos voces”  con otro gran uruguayo, su amigo Daniel Viglietti, el de “A desalambrar”, a quien convocamos para nuestro espectáculo y aceptó entusiasmado pero, como todos sabemos, falleció hace poco tiempo.

En estos tiempos en que parecería que a argentinas y argentinos nos quieren robar el sentido de la vida y sustituirlo por cuadernos “Gloria” y lebacs convertidas en letes, es bueno, necesario, escuchar a Mario defendiendo la alegría, texto que Serrat convirtió en bella canción.

Defender la alegría como una trinchera

defenderla del escándalo y la rutina

de la miseria y los miserables

de las ausencias transitorias

y las definitivas

 

defender la alegría como un principio

defenderla del pasmo y las pesadillas

de los neutrales y de los neutrones

de las dulces infamias

y los graves diagnósticos

 

defender la alegría como una bandera

defenderla del rayo y la melancolía

de los ingenuos y de los canallas

de la retórica y los paros cardiacos

de las endemias y las academias

 

defender la alegría como un destino

defenderla del fuego y de los bomberos

de los suicidas y los homicidas

de las vacaciones y del agobio

de la obligación de estar alegres

 

defender la alegría como una certeza

defenderla del óxido y la roña

de la famosa pátina del tiempo

del relente y del oportunismo

de los proxenetas de la risa

 

defender la alegría como un derecho

defenderla de dios y del invierno

de las mayúsculas y de la muerte

de los apellidos y las lástimas

del azar

y también de la alegría.

Esa misma alegría de la que nos aleccionaba el gran Jauretche: "Nada grande se puede hacer sin alegría, nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos. Los pueblos deprimidos no vencen ni en el laboratorio ni en las disputas económicas. Por eso venimos a combatir alegremente, seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores a corto o largo plazo"

No sólo el catalán se inspiró en la cadencia de sus textos y en la potencia de su mensaje. También Milanés, Numa Moraes compusieron canciones que fueron himnos de la conciencia  y el compromiso político que muchos pueblos cantaron. También Alberto Favero que lo hizo muy inspiradamente con “Por qué cantamos”, una elegía a la esperanza revolucionaria:

(…) cantamos por el niño y porque todo

y porque algún futuro y porque el pueblo

cantamos porque los sobrevivientes

y nuestros muertos quieren que cantemos

 

cantamos porque el grito no es bastante

y no es bastante el llanto ni la bronca

cantamos porque creemos en la gente

y porque venceremos la derrota (…)

Página/12 fue siempre un espacio abierto para Benedetti. Acá se publicó la colección de doce volúmenes que incluyeron 20 de sus libros de poesía. También se publicaron cuatro de sus novelas. Y es inolvidable la nota que Viglietti escribió en sus páginas a raíz de su muerte el 17  de mayo del 2009: “Déjenme decir que he perdido a un amigo esencial que mucho me enseñó sobre la vida, sobre el arte, sobre la pasión del cambio. Un ser generoso como pocos. En lo cotidiano tendremos que acostumbrarnos a encontrar, en el recuerdo de su amistad, la fuerza y la calidez de su palabra”

“A la izquierda del roble (Recordando a Mario Benedetti)” de Pacho O´Donnell  va los sábados de agosto y septiembre a las 20 hs en el Centro Cultural de la Cooperación, Av Corrientes 1543.