Unos (Celeste y las mil Jarillas) tocan loncomeos, kaanis y cordilleranas con trompes, norquines, sintetizadores y baterías electrónicas. Otro, Fer Toth, además de músico es antropólogo y su sampler es la piedra basal de un sonido “misterioso y personal”. El tercero (Agustín José) combina en sus músicas río, campo y ciudad. Los tres serán parte de la sexta edición de Sonidos Patagónicos, hoy a las 21 en el Espacio Tucumán (Suipacha 140). Y los tres tienen mucho que decir. Empieza Manuel Gómez Dodero, de Mil Jarillas. “Nuestra idea es respetar las claves de los ritmos sureños, pero a la vez resignificarlos”, define el recitador y letrista de este singular septeto de músicos patagónicos que viven en CABA, pero piensan en clave de viento sur. “Nuestras letras invitan a pasear por paisajes inhóspitos de la Patagonia profunda, vinculada a lo ancestral”, se presenta Dodero. 

Toth también es patagónico (neuquino) y vive en Buenos Aires. Llegó en 2004, para estudiar Antropología en la UBA, y conservó el aroma de su aldea horadando en el sincretismo. “Mi idea musical siempre fue desde la mezcla, algo propio de nuestra identidad, y muy visible en las composiciones de Marcelo Berbel, que mezclan loncomeos con milongas, lo local y lo foráneo”, expresa Toth. “Propongo un recorrido que apunta a que el público se entregue a un trance y haga un viaje. Desde mi sampleo en vivo alterno momentos ambientales con otros percusivos, apunto al movimiento, al baile... busco ser el chamán de mi propio ritual”.

Agustín José también es de Neuquén y vive en CABA. Toca la guitarra, canta y admite que, pese a las diferencias estéticas, las tres propuestas se insertan en un imaginario común: la tierra que los vio crecer. “Independientemente del espacio-tiempo en el que cada uno ubica ese imaginario, el punto en común es el presente, y es ahí donde a los sonidos patagónicos se le suma el concepto de resistencia”, sostiene.