Un gran incendio avanza en el norte de California, Estados Unidos, desde el jueves pasado y se convierte en el más mortífero de la historia de ese estado desde que se llevan registros: ya suman 44 los muertos y los equipos de bomberos no logran controlar las llamas.

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El lunes, los rescatistas encontraron diez cuerpos en la ciudad de Paradise, de 26.000 habitantes, que fue completamente arrasada por el fuego, y tres más en la pequeña localidad de Concow. Con estas nuevas víctimas fatales, la lista de fallecidos asciende a 44. El Camp Fire, al pie de la Sierra Nevada y a pocos kilómetros de Sacramento, capital del estado, como fue bautizado, se convirtió en el incendio con más muertes registrado en California y el que más daños materiales provocó. Además, alrededor de 200 personas permanecen desaparecidas, por lo que la cifra de víctimas podría subir aún más en los próximos días, confirmaron las autoridades. El patrón que se puede intuir en la tragedia de Paradise se parece al de la tragedia de Santa Rosa, el año pasado, cuando 22 personas murieron en otro incendio de características similares en una zona urbanizada en medio de la naturaleza. En aquella ocasión, la mayoría de las víctimas fueron personas mayores que no pudieron escapar a tiempo

Las últimas cifras de los bomberos indicaban que el fuego estaba controlado en un 30 por ciento después de cuatro días de desatado. Los pronósticos son desalentadores y cunde el pesimismo porque el principal factor causante de estos incendios, los vientos fuertes y secos del desierto, que pueden superar los cien kilómetros por hora, se reavivaron el domingo y no se sabe cuándo se detendrán. Estos vientos son un fenómeno natural habitual en octubre y noviembre en California. Se llaman vientos de Santa Ana en el sur y vientos del diablo en el norte. Secan todo a su paso y hacen que las brasas y chispas vuelen kilómetros y expandan el fuego a toda velocidad. De los muertos en Paradise, cinco fueron hallados carbonizados en sus coches. Más de 5100 bomberos de todo el país buscan contener las llamas, mientras equipos de búsqueda especializados –en los que participan antropólogos y especialistas en ADN– recorren la tierra arrasada para buscar e identificar restos humanos, en ocasiones reducidos solo a un puñado de cenizas.

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Según información oficial, el fuego destruyó más de 7000 edificios, en su mayoría hogares particulares, y arrasó unas 45.700 hectáreas.

“Acabo de aprobar la solicitud de Desastre de Especial Gravedad para el estado de California. Quería responder rápido para aliviar un poco el increíble sufrimiento. Estoy con vosotros. Dios bendiga a todas las víctimas y familias afectadas”, escribió el presidente estadounidense, Donald Trump, en su cuenta de Twitter.

Mientas tanto, en el sur del estado, cerca de Los Angeles, otro foco avanza hacia la ciudad. El llamado Woolsey Fire consume las montañas de Santa Mónica y obligó a evacuar por completo algunos de los pueblos más privilegiados de Estados Unidos, como Malibú y Calabasas. Este foco destruyó 370 edificios, entre ellos los hogares de varios famosos como Neil Young y Lady Gaga y Miley Cyrus, y se extendió por 37.600 hectáreas. Allí murieron dos personas mientras intentaban escapar en auto de las llamas.

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Las autoridades advirtieron que la propagación de los incendios fue más rápida que en el pasado. “Esta es la nueva normalidad”, dijo el gobernador de California, Jerry Brow, en alusión a los efectos del cambio climático, e instó a “ir acostumbrándose” a estos fuegos devastadores. Las fuertes críticas recibidas por sus dichos lo obligaron a matizar su discurso y el lunes expresó: “Esta no es la nueva normalidad. Esta es la nueva anormalidad. Y esta nueva anormalidad continuará en los próximos diez, quince o veinte años”, dijo el gobernador de California, Jerry Brown. “Desafortunadamente, la mejor ciencia nos dice que el calor, la sequía, todas esas cosas, se intensificarán”, advirtió. 

El consenso científico es que California está sufriendo las consecuencias del cambio climático. Estos fuegos se producen después de cinco años de grave sequía y luego un año muy húmedo. Esta combinación dejó el campo lleno de matorrales altamente combustibles, además de miles de árboles muertos. El campo de California es una pira lista para arder en cualquier momento, a lo que se suma la sequedad extrema e inusual y la actividad humana en zonas rurales, donde las urbanizaciones se extienden por la naturaleza e incrementan el riesgo de ignición por accidente.

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