Quizá el malentendido surja de asimilar lo “personal” con lo “individual”. Quizá la brecha enorme entre esas dos palabras haya sido obstruida por lo vertiginoso de los tiempos que corren, que no nos dan respiro. Hay sectores que han empezado a impugnar el concepto de que “lo personal es político”, mientras arrecia la ola de antifeminismo, aquí y en muchos otros países, a cargo de grupos religiosos, ONGs y gobiernos de derecha. 

Los regímenes totalitarios de nueva generación, con su entramado de dispositivos de noticias falsas, más el discurso oficial que multiplican los medios convencionales y que contiene afirmaciones mentirosas, cínicas, psicopáticas, apuntan claramente a generar poblaciones sumidas en la confusión. El sentido común por el que batallan está tejido con esas falacias, lo que da por resultado la sensación de irrealidad en la que viven sectores fanatizados. A la falta de contraargumento se le contesta con fanatismo.  

Desde hace un tiempo, desde la derecha brotan cuestionamientos ácidos sobre el concepto que le debemos a Kate Millet, una feminista de la segunda ola. Ese concepto, “lo personal es político”, no resta fuerza política a la posición de las mujeres, sino que permitió terminar con la idea de “dramas de puertas cerradas”. Durante siglos, el sufrimiento y la violencia que padecieron muchas mujeres en sus vínculos presuntamente afectivos y familiares fueron considerados un problema de esos en los que mejor era no meterse, porque “cada pareja es un mundo” y porque “si se queda es porque quiere”. 

Pero sobre todo sirvió para que las propias mujeres que atravesaban una situación de violencia advirtieran que “no se lo habían buscado”, y que la libertad en la que vivían era presunta, falaz, llena de paradojas y laberintos. Quienes confunden lo “personal” con lo “individual” y creen que la lucha feminista retrae la lucha política y es un factor distractivo más de los que nos impone el régimen, efectivamente evocan, cuando argumentan su rechazo, lo “individual”, no lo “personal”. 

Por el contrario, en el extremo opuesto del individualismo, aparece el reclamo hermanado de mujeres de todas las latitudes del mundo que, por esos enigmas de la época, han roto el hechizo al mismo tiempo y han roto el velo que las mantenía sujetas a una idea de mujer que se pensaba sola, y era invitada a abnegarse. Es colectivamente y a partir de la certeza que en cualquier lucha colectiva se origina en los bajos vientres, en los corazones, en la sangre, en los humores, en fin, en el cuerpo de todxs, que nace el impulso poderoso de transformar la realidad en algo más justo.

“Lo personal es político” tuvo efectivamente una primera interpretación feminista, pero a lo largo de las últimas décadas del siglo pasado y la primera de éste, ese concepto fue perfectamente aplicable a padeceres y frustraciones que exceden largamente a las mujeres. Esa idea está hoy a disposición de todos los condenados de la tierra, prescindentemente de sus opciones e identidades sexuales, para comprender que aquello que tenemos en el medio del pecho cuando vomitamos la bilis de un despido o la falta de trabajo, de una enfermedad nerviosa, del dolor de no poder acceder al medicamento que necesita un ser querido, de la desgracia de no tener un techo, en fin, de todas las pestes “personales” que han venido a traernos estos nuevos regímenes autoritarios, no son personales, sino políticas. 

La fuerza enorme de esa idea debe germinar sin miedo, como sin miedo y sí con alborozo deberían nuestras sociedades recibir los multitudinarios despertares femeninos. Porque las mujeres no somos una minoría de las que algunos acusan a otros de privilegiar en desmedro de las mayorías. La sola idea de seguir colocando a las mujeres en los casilleros de las minorías nos habla de una falta de conciencia de lo real, que es lo que siempre ha hecho el poder. Sólo gracias al sentido de irrealidad es que Macri puede, cuando visita a Bolsonaro, decirle “queridísimo” antes de acometer con un discurso pret a porter, que no le pertenece a él sino al bloque del orden mundial en el que está inserto, la sarta de acusaciones a Nicolás Maduro, cuyo objetivo es ir justificando una acción armada contra un gobierno constitucional. La perorata incluyó la acusación de que Maduro “encarcela opositores”. Sólo gracias a ese sentido de irrealidad puede un presidente que cada día suma un preso político más, sin pruebas, sin condena, sin sentencia, decir lo que dijo Macri.  

Uno de los principales ejes de la lucha política que tenemos por delante es precisamente la lucha contra la naturalización de lo que el poder del régimen nos presenta como “personal”. No son fracasados los que cursan en escuelas nocturnas, no son poco competitivos los dueños de las pymes que cierran, no son depresivos los que no pueden dormir porque sus proyectos de vida han sido abortados de pronto, como si realmente estuviéramos atravesando un cataclismo o un accidente meteorológico, aunque incluso la meteorología debería empezar a narrarse como lo que es: el producto político de un sistema que desprecia por igual lo natural y lo humano.

El patriarcado, es cierto, circula por un andarivel políticamente transversal, porque lleva más siglos entre nosotros que cualquier otra construcción cultural. La imposibilidad de muchos de ver en la lucha feminista una oportunidad para otros grandes despertares populares tiene, me temo, mucha cola de paja. Porque de derecha a izquierda hay ideas fosilizadas sobre las mujeres que no han logrado todavía ser ablandadas y deshechas. Hay closets. Pero ya no los que cobijaban homosexuales no asumidos. Hay closets de machistas que no se autoperciben como tales y que se sienten afrentados. Hay confusión y autodefensa cuando se escucha hablar de machismo, como si esa palabra designara al género masculino. No es así. Siempre hubo y hay varones sensitivos y liberadores que han sabido despertarse de la irrealidad patriarcal y han gozado y hecho gozar de la complementaridad, de las diferencias. Pero otra vez: esa otredad que no se comprende del todo, y que por lo tanto no está bajo control, excede también largamente a las mujeres. Vivimos un tiempo en el que toda diferencia intenta ser aplastada y todo intento de refutación es acribillado por las mentiras a repetición de los dispositivos distópicos de los nuevos totalitarismos tienen a su servicio. 

Pueden invertirse los términos y tendremos otra idea-fuerza: lo político es personal. Son decisiones políticas las que desde el diseño de un país provocan, por ejemplo, el cierre de una pyme y luego el llanto de un varón o una mujer que no saben cómo seguirá la vida, y que naufragan en esa incertidumbre en la que Esteban Bullrich supo decir que debíamos acostumbrarnos a vivir. 

Y le decimos que no. Que no nos acostumbraremos nunca. Que no entraremos al sentido de irrealidad al que nos conducen como si fuera un shopping de desgracias. Que no. Que no creeremos nunca que somos poca cosa, ni que el fracaso es nuestro, ni que no hemos hecho los méritos suficientes para merecernos nuestra parte de felicidad. Porque lo personal es político y lo político es personal, y tenemos por delante un único camino de lucidez posible, que es pensar y sentir el dolor de los otros como si fuera nuestro, sabiendo que la reciprocidad es el mecanismo, que la política es la herramienta y que la organización es el modo.