Alejandro Farías anticipó esta novela gráfica (¿o sería mejor llamarlo “ensayo gráfico”?) en distintas entrevistas. Un proyecto que desarrolló durante años y finalmente publicó a fines de 2018 en compañía de Marcos Vergara (con quien llevan el sello LocoRabia, además) en la editorial Hotel de las Ideas y con un premio del Fondo Nacional de las Artes (2010) en la vitrina. Se trata de La vida está en otro lado, una exploración en torno al suicidio concatenado (¿quizás encadenado?) de tres figuras indispensables de la literatura argentina: Alfonsina Storni, Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga. Amigos, colegas, amantes –dos de ellos, en un breve período–. Suicidas.

Farías partió de la novela Los suicidas, de Antonio Di Benedetto, pero fue más allá de la mera adaptación. El derrotero investigativo lo contó en distintas charlas y notas. La obra de Di Benedetto fue su origen, pero la acumulación de lecturas complementarias (la historieta incluye un listado) y su dominio del lenguaje de las viñetas hicieron lo suyo para llevarlo más allá. En todo caso, aquí se entremezclan ficción e historia literaria o de trastienda literaria.

Narrativamente es impecable, su lectura atrapa aún a quien desconozca las figuras que toma, no cae en el didactismo estéril y desarrolla una idea fuerte por capítulo con solvencia. En ningún momento cae el atractivo de lo que cuenta ni recurre al morbo para interesar. Además, evita pontificar en torno al suicidio. Lo recorre, lo observa desde distintos ángulos, hay una mirada analítica pero apasionada del tema. En ese sentido, los personajes encarnan una de las ideas fuertes del libro, con el suicidio como pulsión vital antes que tanática y el suicidio como puesta en escena (o, aquí, como plantado de página). Las miradas religiosas en torno al tema, en tanto, apenas aparecen mencionadas al pasar, como quien da cuenta de algo que existe pero que no tiene mayor importancia que la de una galería de curiosidades tan futiles como penar con la muerte a quien pretende quitarse la vida y falla. Los personajes –y sus autores– no juzgan.

En una producción 2018 donde brillaron los autores integrales muy por encima de las duplas creativas, lo de Farías y Vergara es sobresaliente. Por un lado, porque lo de Farías es efectivamente uno de los mejores guiones, de los más sólidos, del año pasado. Por otro lado porque Vergara resuelve con justeza cada página. Lejos de los protagonistas hiperexpresivos de sus trabajos con Rodolfo Santullo, aquí el nicoleño retrata personajes sobrios, por momentos taciturnos.

En la composición de página no tiene reproche y se destaca por un mérito que en esta sección suele repetirse: narra de modo tal que no parece que estuviera haciendo un esfuerzo. Las viñetas fluyen con naturalidad, sin estridencias, sin tribuneos obvios. Todo está puesto al servicio de la historia antes que al del propio lucimiento. Una de las evidencias de que Vergara no sólo es un historietista sólido, sino también una voz gráfica muy segura y de madurez estilística. Un dibujante de esos que no permiten que su obra se arroje por el barranco.