“Una persona normal puede albergar secretamente malos pensamientos, es decir, ser un asesino y que nadie lo sepa”. La frase de la hermana María la repite el comisario Obineta, un policía corrupto funcional a varios narcos, que está investigando el crimen de la novicia Azucena, brutalmente asesinada en el Convento de la Congregación Hermanas de la Trinidad. A María, “una monja asustada que vio el cuerpo de una hermana muy querida”, no la consuela el escarmiento divino, sino que persigue la justicia terrenal y se convierte en una monja detective. Por las marcas en el cuerpo de la víctima sospecha de alguien versado en satanismo, un “elegido” para eliminar “la debilidad del espíritu, las licencias que se toman los cobardes, los borrachos, las mujeres que matan a sus hijos como lo hizo la novicia Azucena, la perdición lesbiana de la Madre Superiora y su pareja”, según confesará el criminal, que encuentra “enemigos” a combatir en todo lo que sea diferente. En Malos hábitos (Del Nuevo Extremo), Patricia Sagastizábal construye un policial fascinante que explora el problema del mal y las zonas más oscuras, contradictorias y miserables del alma humana.

   “El cristianismo no goza hoy en día de gran popularidad –dice la  monja detective–. Es tanto el mal que el hombre es capaz de sembrar que Dios está puesto entre paréntesis. ¿Quién creería que Él no aprueba y se retuerce de pena ante tanta crueldad? Las madres que pierden a sus hijos en situaciones violentas piensan que Dios se olvidó de ellas. Los seres humanos que mueren día a día por el hambre y la maldad no ven que Dios haya tratado de salvarlos. Y no hay ninguna razón que sirva para negarles lo que sienten: sienten que Dios no quiere ver ni intervenir. Al parecer, Cristo no vive en los hombres. Entonces, hay católicos que piensan que es menester luchar contra el diablo con todas las fuerzas, aunque incluso corran el peligro de convertirse y hacer el trabajo que hacían esos temibles inquisidores de la Edad Media”. La novela de Sagastizábal, además de adictiva, de generar esa sensación de que no es posible abandonar su lectura, mete el dedo en las llagas de la religión católica. Sagastizábal (Buenos Aires, 1953), abogada graduada en la Universidad de Buenos Aires que fue declinando su interés por las leyes en favor del teatro y la escritura, se define como una “atea miedosa” en los agradecimientos de su carta novela. “Me interesa trabajar el policial porque es el escenario narrativo donde uno puede hablar de temas como la muerte violenta o el mal, que otros géneros no lo permiten. El policial es el mejor género para leer las causas de la violencia y estar cerca de alguien que es malo, de un asesino que cree que lo que está haciendo está bien. El policial también permite ver cómo cuando alguien muere violentamente se provoca un caos y el caos como tal es la disolución social que provoca tantos interrogantes”.

   El tono de Sagastizábal cuando habla con PáginaI12 es de una serenidad excepcional, como si estuviera nadando en un mar sin olas. Nunca alza su voz. Si algo la entusiasma, los brazos se extienden como alas y las manos dibujan en el aire del living de su casa los gestos de asombro. “Me interesa pensar en la dualidad que todos nosotros tenemos entre lo bueno y lo malo; pero si yo ejerzo el mal sobre los demás salto una barrera social. Ahora hay tanta violencia contra el otro del tipo ‘lo maté porque lo maté’. Yo estoy convencida de que no se puede matar nunca”, subraya la autora de las novelas En nombre de Dios (1997), Un secreto para Julia (1999), ganadora del Premio La Nación-Sudamericana de Novela, y La Colección del Führer (2009). “Pero qué pasa cuando se mata violentamente, como se mata a la novicia, y qué le pasa a la hermana María como monja. Siente necesidad de justicia, pero no se convence con la justicia divina. Esta monja quiere justicia terrenal, por eso se asocia con el comisario Obineta. Ella quiere justicia, quiere que encuentren al asesino y que se pudra en la cárcel”.

   Hay muchos interrogantes que pone sobre la mesa la novela de Sagastizábal. “Si alguien te cuenta que mató a alguien, lo denunciás; en cambio la confidencialidad de la confesión religiosa es absoluta y a mí eso me genera rechazo. Pero quería ver qué le generaba a la hermana María, por eso toma un camino y ella cree que las personas tienen la posibilidad de la redención, si se arrepienten de sus pecados; es una forma de pensar. Yo no pienso como María, yo soy la autora, pero dejo que mis personajes piensen”, advierte la escritora que desde hace años dicta talleres de escritura creativa y es autora de las obras de teatro Ella y yo (1981), Los otros (1983), Alguien toca mi puerta (1986), La pasión según Lucía (1987) y El secreto de Ana (1994). “Un alumno me preguntó si yo creo que después de cumplida la condena un asesino puede salir de la cárcel. Y yo le propuse que lo estudiara porque es un tema complejo cuándo alguien está realmente listo para volver a la vida en sociedad. La pregunta es ¿va a volver a matar? ¿Cuántos años son necesarios o suficientes para que la condena sea una condena eficiente? Yo era abogada y podría haber ejercido el derecho penal, pero no hubiera podido ser nunca abogada penal porque es meterse en el terreno de lo que está mal. Y yo me permito dudar…