El documental de Miguel Kohan La experiencia judía, de Basavilbaso a Nueva Amsterdam, que se estrena el próximo jueves, combina imágenes de su infancia en Entre Ríos y recorre el continente americano y las islas del Caribe en busca de casos similares al de su familia gaucha y judía. Se trata de comunidades que surgieron a partir del encuentro de los judíos sefaradíes, que huían de la Inquisición, con los pueblos originarios de América. “La película nació a partir de una imagen que tengo que se remonta a mi infancia: recordar a mi familia en Basavilbaso (lugar al que me llevaban bastante seguido cuando yo era chico) y verlos vestidos de gauchos”, cuenta Kohan sobre el germen de su nuevo documental, tras haber realizado El Francesito, un documental (im)-posible sobre Enrique Pichon Rivière, su película inmediatamente anterior.

Esa imagen que, en ese momento, cuando Kohan era chico, le resultaba muy natural, a medida que fueron pasando los años empezó a interrogarla. Y se unió a otra experiencia personal, ya de adulto: el historiador Mario Cohen lo invitó a presentar hace unos años el documental Salinas grandes en una universidad. Y Cohen terminó siendo el consultor de La experiencia judía. “El me regaló un libro que escribió, titulado América colonial judía. Cuando lo leí, dije: ‘Esto tiene que ser una película’”, recuerda el director de Café de los maestros. Ese libro trata sobre los sefaradíes que huyeron de la Inquisición, en la época de la Colonia, al continente americano. “Cuando conocí a Mordechai Arbell, un historiador autodidacta, me contó toda su investigación que había hecho en el continente americano sobre este tema y lo uní con esa imagen de la diáspora judía”, comenta Kohan.  

–El punto de partida fue ese recuerdo de infancia. ¿Cómo fue, entonces, investigar el pasado de tu propia familia?

–Una parte de la película transcurre en Basavilbaso y fue sorpresivo porque cuando uno descubre cuestiones que estaban más en la superficie, observa que otras no y comienza a encontrarse con elementos nuevos. Más que con la propia familia era con un lugar que albergó a la propia familia. El contexto en el cual mi familia huyó del zarismo, con esta película se me hizo un poco más profundo. 

–¿El trabajo que realizaste fue como el de un detective que va buscando rastros de su pasado?

–En realidad, cuando conocí a Mordechai Arbell en Jerusalén, me encontré con una persona muy interesante y también toda esa investigación que él había hecho en Surinam y en el Caribe sobre los sefaradíes que habían huido de la Inquisición, que era novedosa y reveladora. El me entregó una gran cantidad de fotos que había tomado durante aquella investigación. Y esas fotos fueron para mí la motivación, que vos llamás detectivesca, de ir a esos lugares, donde él había estado. Y fui motivado por estos recuerdos de la infancia para ver qué pasaba allí hoy en día. Más que por una cuestión geográfica específica, era por una cuestión de contagiarme con el lugar. 

–¿El tema principal es la reflexión sobre la identidad judía?

–Yo diría que el gran tema es la inmigración, en general, más allá del judaísmo. Es una película que invita a reflexionar sobre la inmigración y las consecuencias de la inmigración, como el desarraigo y dejar la tierra de uno. Quizás en este caso, en la cuestión judía, el tema, además de la inmigración, es cómo se preserva la memoria judía, más allá de las grandes tragedias que vivió el pueblo judío. ¿Cómo continúa esa memoria? Es como una investigación y un interrogante sobre cómo discurre esa memoria judía a lo largo de los años, de los siglos, cuando siempre estuvo al borde la extinción. Eso versus la historia, porque la historia se cuenta con la palabra, pero ¿la memoria? ¿Cómo se cuenta? Y en esta película hay una cuestión reveladora: esa memoria se cuenta en algunos lugares más allá de la palabra. 

–¿Cómo viviste el rodaje en territorios tan distintos?

–El rodaje de esta película fue apasionante porque no hice scouting, ya que si lo hacía, al volver me iba a perder el efecto de la primera vez. Ir a estos lugares y filmar por primera vez me resultó muy enriquecedor para la película y para que yo no perdiera el factor sorpresa como realizador ni tampoco el equipo. El rodaje fue apasionante porque, por ejemplo, en Surinam, al protagonista lo había conocido por Skype: un mestizo del lugar. El sabía que tiene judíos en su familia, siendo él un negro. Eso lo llevó a investigar el judaísmo en Surinam. Fue la persona que acompañó el proyecto en Surinam. Y fue el gestor que abrió la posibilidad de filmar en la sabana judía, una jungla en el interior de Surinam que albergó judíos sefaradíes que huyeron de la Inquisición en el inicio del 1600 y que llegaron ahí, en esa época, y se aliaron a los indígenas. Increíble. O sea, los judíos venían de estar siete siglos en la Península Ibérica con los árabes, siendo expulsados por la Inquisición. Y llegaron a Surinam y generaron esa alianza. En esa alianza se creó una comunidad muy próspera por ochenta años. Y esa filmación resultó muy apasionante porque hoy en día los que conservan la memoria judía de la jungla o de la sabana judía en Surinam son los indígenas. 

–¿Qué elementos en común encontraste en los diferentes lugares para el tema de la película?

–Encontré una invisibilidad. Hubo algo que me resultó muy atractivo que se puede encontrar en esta especie de road movie: una invisibilidad, algo ahistórico, algo atemporal, y que fue apareciendo en distintos lugares y que se fue manifestando de distintas maneras. En Surinam me encontré con cementerios, con tumbas escritas en hebreo, portugués, ladino o en holandés. Hay indígenas que los están preservando. En Jamaica me encontré también con un montón de cementerios judíos que tienen que ver con aquella época. Y en Brasil, conocí a un grupo de personas que hoy en día descubrieron que son judías y no solamente descubrieron que son judías sino que se dicen ser descendientes de los portugueses que escaparon de la Inquisición. Lo que encuentro en común es una historia que se refleja no a través de una palabra sino a través de ritos. Hay algo invisible pero que se transmite a lo largo del tiempo: en Brasil, encarnado en estas personas que tienen costumbres judías, y en Surinam en unas tumbas que tienen unas imágenes que son una ventana a la historia.