Desde Londres

Los conservadores eligieron a Boris Johnson como líder del partido para reemplazar a la primer ministro Theresa May. En la mecánica parlamentaria británica, el líder del partido con más diputados y una mayoría en la cámara, se convierte automáticamente en primer ministro.

Aún faltan las formalidades del traspaso del poder, pero varios conservadores no perdieron el tiempo y anunciaron que renunciarían sus cargos, entre ellos dos archienemigos de Johnson, el ministro de Finanzas Philip Hammond y el secretario de estado de relaciones exteriores, Alan Duncan.

El inevitable Donald Trump fue uno de los primeros en felicitar a Johnson con quien comparte aspecto físico, estilo político y unos cuantos rasgos ideológicos.

 

El traspaso de mando

Mañana la atribulada Theresa May se dirigirá a Buckingham Palace para presentar su dimisión a la Reina Isabel y recomendar a Johnson para el puesto, último acto de la permanente humillación que fueron sus tres años al frente del gobierno. 

El acto será una mera formalidad, pero May tendrá que tragar saliva y orgullo para ejecutarlo. Su ex canciller, ex alcalde de Londres, fue una de las pesadillas que, sumada a su propia incompetencia, hicieron fracasar su estrategia de salida de la Unión Europea con un acuerdo que el parlamento británico rechazó tres veces.

May tuvo que negociar dos extensiones a la salida de la UE programada para el 31 de marzo y ahora extendida hasta el 31 de octubre. La falta de apoyo parlamentario y el fantasma de una salida de la UE sin acuerdo, calificada por el propio gobierno de “desastrosa”, la obligaron a buscar una nueva fecha con la esperanza de lograr un elusivo acuerdo nacional sobre cómo abandonar el bloque.

Johnson y el Brexit

En su primer discurso tras su victoria en las internas, Boris Johnson señaló que el desafío de concretar el Brexit no lo desvelaba. 

“Estamos en un momento de nuestra historia en que tenemos que conciliar dos de nuestros más nobles instintos. Nuestro profundo deseo de amistad y libre comercio y apoyo mutuo en temas de seguridad y defensa con la Unión Europea, y el deseo simultáneo, igualmente profundo, de tener una plena democracia basada en nuestro país. Muchos piensan que son objetivos inconciliables. Pienso que lo podemos hacer. El mantra de nuestra campaña sigue siendo el mismo. Tenemos que lograr el Brexit, unir al país y derrotar a Jeremy Corbyn. Es lo que vamos a hacer”, dijo Johnson.

El mensaje es un poco más diplomático que el belicismo de las seis semanas de internas conservadoras que se basaron en una fórmula repetida machaconamente: “saldremos el 31 de octubre, a vida o muerte, caiga quien caiga”. En otras palabras, lo primordial es el Brexit: si hay acuerdo o no es secundario. Cuando le preguntaban sobre las consecuencias económicas y sociales de una salida sin acuerdo, Johnson aseguraba que sería fácil renegociar los términos con la UE eliminando el llamado “Backstop”, un mecanismo para regular el punto más conflictivo, el de la frontera entre la República de Irlanda (parte de la UE) e Irlanda del Norte (parte del Reino Unido).

El plan de renegociación de Johnson es considerado una “fantasía” en Bruselas. La UE ha dejado en claro que no va a tocar una coma del acuerdo alcanzado con May el pasado noviembre después de casi dos años de negociaciones. Con poco más de tres meses para el 31 de octubre, todo parece indicar que habrá el tradicional simulacro de baile de una negociación – los encuentros, las fotos, las sonrisas -, sin ningún avance concreto. Más allá de algún toque cosmético, no hay espacio para los cambios que exigen Johnson, los euroescépticos de su partido y sus principales aliados en el parlamento que le facilitan una exigua mayoría en la Cámara de los Comunes: los reaccionarios del DUP de Irlanda del Norte.

El panorama en la Cámara de los Comunes

La mayoría de Johnson se reduce a tres diputados, que puede achicarse a dos en la elección de la próxima semana para renovar el escaño de Brecon and Radnorshire en Gales.

Pero en el partido Conservador hay muchos rebeldes dispuestos a hacer lo que sea (“caiga quien caiga”) para evitar una salida sin acuerdo. La semana pasada el parlamento votó a favor de impedir una prórroga equivalente a un cierre del parlamento hasta después del 31, una medida que Johnson insinuó en campaña para garantizar la salida de la UE en fecha y que fue calificada de dictatorial y comparada con la política que le costó la cabeza al Rey Charles I en el siglo 17, luego de la guerra civil entre parlamentaristas y realistas.

El tenor de las declaraciones de algunos diputados – guerra civil, decapitación -es claramente una hipérbole pero revela la polarización que ha producido el Brexit en los lingüísticamente circunspectos políticos británicos. El rechazo de los diputados a este virtual cierre de sus puertas fue amplio: 40 votos. La rebelión a los planes de Johnson puede ensancharse cuando se le sumen los ministros y secretarios de estado que están renunciando, entre ellos, la misma Theresa May, que regresará a partir de mañana a su banca parlamentaria.

El jueves el parlamento entra en el receso de verano, pero antes podría forzar un voto de confianza en Johnson. Su personalidad excéntrica, verborrágica, brillante y superficial no ayuda a crear puentes entre distintas secciones del partido y del electorado. A Boris se lo ama como el único capaz de salvar al Brexit y al Partido Conservador o se lo desprecia como un bufón que conducirá al país al desastre. Como periodista y como político fue hallado in fraganti en escandalosas mentiras que le costaron el puesto a principios de los 90 en el matutino “The Times” y que motivaron una causa judicial por sus aserciones durante el referéndum de 2016.

La crisis con Irán

En medio de tanto foco sobre la salida de la UE, es más que posible que la primera crisis que Johnson tenga que enfrentar es con Irán.  

El Reino Unido quedó atrapado entre el aislamiento internacional que significa el Brexit y su intento de suplantarlo con una profundización de la relación con Estados Unidos que incluiría un eventual Tratado de Libre Comercio y una subordinación a su política exterior. 

La actual crisis con Irán es una clara señal de los riesgos de esta política. El 5 de julio el Reino Unido detuvo un petrolero iraní con bandera panameña en las aguas del Peñón de Gibraltar. Según el canciller de España Joseph Borrell, toda la inteligencia para la maniobra era estadounidense.

Dos semanas más tarde, el 19 de julio, Irán hizo lo mismo con un barco británico en el Estrecho de Hormuz, por donde circula un 20 % del petróleo que consume el planeta. 

Más allá de la retórica, la respuesta británica hasta el momento no deja de tener su grado de ironía. El lunes el canciller Jeremy Hunt – rival de Johnson en la interna conservadora – pidió la ayuda de la Unión Europea para garantizar la seguridad de sus barcos luego del mensaje del secretario de estado estadounidense Mike Pompeo (ex jefe de la CIA) de que “el Reino Unido debería hacerse cargo de su propia seguridad”.