A principios de esta semana se encendieron todas las alarmas en el sector cultural: el Cultural Freire, un espacio dedicado al arte y la cultura independiente, anunció que debió cerrar sus puertas por la crisis que produjo la pandemia y su consecuente aislamiento social. Mediante un comunicado, les responsables del espacio manifestaron que “no es posible seguir acumulando pérdidas” y que pudieron “resistir en absoluta soledad y silencio hasta acá”. El lugar funcionaba hace tres años y era uno de los más relevantes del barrio de Colegiales. No tuvo ningún subsidio ni ayuda estatal.

Como a todos los espacios similares , al que funcionaba en la calle Freire la pandemia lo encontró tras unos meses difíciles como suelen ser los del verano para el sector cultural. Habían resistido con el bar que acompaña a la sala, y quienes gestionaban el lugar ya tenían cerrada hasta junio una programación con la que esperaban repuntar ese primer trimestre siempre complicado. Pero, cuarentena mediante, la actividad se paralizó por completo y les responsables se encontraron “solos, remando un espacio con una infraestructura muy grande, sin poder trabajar y con las ilusiones desarmadas”, según cuentan a Página/12.

“Nos empujaron a cerrar, no tuvimos mucha opción”, sentencia Fernanda Provenzano, impulsora del espacio junto a Iván Mazzieri, Nicolás Manasseri y Renzo Morelli. El grupo de gestores aplicó a un subsidio disponible (el Fondo Metropolitano de la Cultura, las Artes y las Ciencias, del Ministerio de Cultura porteño) pero no les salió. “Lo intentamos pero no tuvimos respuesta alguna. La situación fue desoladora y los dueños del espacio tampoco ayudaron, ya que no congelaron el alquiler ni se adaptaron a flexibilizar los cobros de los servicios y encima querían aumentar”, cuentan.

Si bien, como contó este diario, hay distintos proyectos de ley para salvar a espacios culturales y diversos fondos de subsidio y ayuda para creadores y gestores , el caso del Freire demuestra que los problemas económicos y financieros de los espacios no pueden esperar. “Todo tarda mucho y el tiempo asfixia. Nuestra cultura está al final de la lista. Sirve para la foto pública pero en la crueldad de la realidad no existe”, sentencian los artistas, que esperan que su caso sirva para agilizar las ayudas estatales para otros proyectos mientras lamentan el cierre del suyo, al que soñaron y concibieron para compartir “lo multidisciplinario y el empoderamiento del arte al máximo”.