En Estados Unidos la serpiente no se incuba en un huevo. El racismo tiene sus entrañas a la vista desde el siglo XIX. Está en cada rincón del país en mayor o menor medida. En las multitudinarias movilizaciones que hoy lo rechazan, saben que no solo se expresa en la brutalidad policial. Pervive en el Ku Kux Klan, una caricatura de lo que fue – en la década del 20 tenía unos cuatro millones de adherentes -, aunque su músculo vital es el nacionalismo blanco, mucho más dinámico y amplio que los fantoches con bonete y túnica que persiguen y asesinan a los negros desde que se rindieron en la Guerra de Secesión. Las garras de ese fanatismo todavía conservan una galería de símbolos – escuelas, estatuas, placas con nombres de políticos o militares esclavistas- en la extensa geografía de EE.UU y sobre todo en los estados del sureste.

A junio de 2018 el Southern Poverty Law Center (SPLC), una ONG de abogados de Alabama, había revelado que 772 monumentos que reivindican a los Estados Confederados del Sur sobrevivían sobre sus pedestales. Aunque había más símbolos hasta completar 1.728. Uno de ellos, casi desconocido y olvidado, rinde homenaje al único militar condenado y ejecutado en Washington por crímenes de guerra en 1865. Henry Wirz fue un capitán médico de origen suizo que tuvo a su cargo el campo de concentración de Andersonville, en Georgia, donde murieron 13 mil prisioneros. Su estatua – un obelisco con varias placas que reivindican su memoria – se levanta muy cerca de donde fueron asesinados o fallecieron de hambre y enfermedades aquellos soldados blancos y negros cautivos del ejército sureño. Una inscripción lo recuerda así: “En memoria del Capitán Henry Wirz, C.S.A. nacido en Zurich, Suiza, 1822, condenado a muerte y ejecutado en Washington D.C. el 10 de noviembre de 1865”.

Su sentencia se cumplió en la horca con la Casa Blanca como fondo – donde se levanta ahora el edificio de la Corte Suprema-, después de un juicio donde lo encontraron culpable de trece actos de crueldad y asesinato, como disparar a los prisioneros, ordenar a los guardias que lo hicieran, torturas y confinamiento insalubre. Casi un tercio de los 45 mil detenidos a su cargo murieron en Andersonville, hoy un pequeño pueblo. Ahí se mantienen el obelisco en honor al criminal de guerra, el campo de concentración y un museo como monumentos históricos.

La historia de Wirz se puede vincular con la del general Nathan Bedford Forrest, un prestigioso oficial de caballería para los confederados. Este militar tiene su propio monumento de granito en el cementerio de Selma, Alabama, donde el racismo se respira en cada calle de la ciudad. Su figura pasaría más inadvertida si no fuera porque se trató de un fundador del Ku Kux Klan, en el que llegó a su máxima jerarquía: Grand Wizard o Gran mago. En la película Forrest Gump, Tom Hanks, el actor que protagoniza al personaje principal, cuenta que le pusieron su nombre de pila en honor a su antepasado, el oficial que antes y después de la guerra salía a cazar negros. Primero a cara descubierta, después encapuchado y vestido con una túnica blanca.

¿Por qué lo hacía? Tenía una empresa (Forrest&Maples) en la cual vendía lo que consideraba su mercancía. La exhibía en lo que se llamaba el patio de esclavos de Forrest. El aviso que publicó en un periódico de aquella época decía: “Personas deseosas de comprar son invitadas a examinar el stock antes de comprar en otra parte. Ellos tienen a mano en el presente cincuenta Negros presumiblemente jóvenes, incluyendo Manos de campo, Mecánicos, Sirvientes de Hogar y Personales, etc” (las mayúsculas son del original).

El 1° de enero de 1863 se abolió la esclavitud en EE.UU durante la presidencia de Abraham Lincoln. Casi tres años después, el 24 de diciembre de 1865, se fundó el Klan en Pulaski, Tennessee. En los años 20 la organización llegaría a su apogeo. Con frecuencia se veía a miles de sus miembros reunirse al aire libre o desfilar en las ciudades del sur esclavista. Lo hacían sin que nadie los molestara. No como a los centenares de miles que hoy marchan contra las ideas que representan esos grupos supremacistas blancos que penetraron hasta lo más profundo de las instituciones del Estado.

La policía que hoy es repudiada por su racismo es la más expuesta. Su crueldad quedó retratada en el video donde se observa pedir clemencia a George Floyd antes de morir asfixiado bajo la rodilla de un efectivo. Pero la discriminación contra los negros tampoco es ajena a las fuerzas armadas. En 2017 la publicación Military Times publicó una encuesta sobre el tema. Lo hizo después del asesinato de una manifestante antiracista atropellada de manera deliberada con su auto por un supremacista blanco en una concentración en Charlottesville, Virginia. Los racistas protestaban contra el desmantelamiento de una estatua del general Robert E. Lee, el militar que comandó al ejército del Sur en la guerra de Secesión.

El estudio arrojó que un 40 por ciento de los militares negros habían visto ejemplos de racismo entre sus compañeros de armas. Además definieron al nacionalismo blanco como “una amenaza de seguridad nacional más grande que Siria, Irak y Afganistán” en su propia cosmovisión maniquea de las guerras que emprende a menudo Estados Unidos por el mundo. Eric Ward, referente del SPLC, escribió el lunes pasado en la página de la organización de abogados que luchan contra la discriminación desde Alabama: “Estados Unidos está en un precipicio. Si vamos al límite del abismo de un estado autoritario como toda regla o encontramos un terreno firme sobre el cual construir una democracia inclusiva, depende de lo que hagamos ahora. Necesitamos ser claros: cada palabra y cada acción tiene consecuencias”.

Obeliscos o estatuas que recuerdan a criminales de guerra como Wirz o el gran mago Forrest del KKK siguen en pie en EE.UU porque según el SPLC “hay estados que cuentan con leyes para evitar que estos monumentos sean removidos”. A junio de 2018 el recuento de la organización de abogados de Alabama daba que 1.728 obras rendían pleitesía a personajes o situaciones del sur esclavista. Su remoción avanza lenta pero está lejos de poder completarse. En esa perspectiva, el racismo estructural de Estados Unidos parece una batalla perdida.

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