La Liga Argentina de Ajedrez por Correspondencia (LADAC) está en este tiempo cumpliendo 70 años de actividad ininterrumpida. Su origen fue en 1945, bajo el nombre de “Torneos de Ajedrez por Correspondencia” (TAC), pero en 1948 tomó el nombre y forma jurídica actuales, lo que implica la organización de todo tipo de torneos de ajedrez empleando el correo como medio para transmitir las jugadas, además del otorgamiento de títulos de campeón argentino, maestro nacional y árbitro nacional de la especialidad; rankings de sus jugadores y formación de equipos para disputar torneos internacionales.

A través de esta institución, la Argentina se integró a la International Correspondence Chess Federation (ICCF) o Federación Internacional de Ajedrez por Correspondencia, organismo a nivel global que agrupa a las distintas federaciones nacionales y organiza, entre otras actividades, el campeonato mundial, las olimpíadas, el otorgamiento de los títulos internacionales de maestros, grandes maestros y árbitros, además del ranking mundial del ajedrez postal. Toda esto configura una estructura paralela muy similar a la del ajedrez “normal”, como son la FIDE y las distintas federaciones nacionales. 

A través de LADAC, jugadores argentinos intervinieron en olimpíadas entre naciones y campeonatos continentales por equipos, y también en campeonatos mundiales individuales, obteniendo títulos de Maestros Internacionales y Grandes Maestros, ganando varios panamericanos por equipos, y hasta un subcampeonato mundial individual (lo obtuvo el GM Juan Sebastián Morgado en 1984).

¿Qué motivó a los fundadores montar todo este andamiaje institucional? En principio, brindar una oportunidad de jugar al ajedrez a quienes viven en lugares apartados o carecen de tiempo en los horarios en que habitualmente se desarrollan los torneos “normales” o también llamados “en vivo”. 

Pero hay otra motivación, quizá menos obvia: el hecho de jugar partidas disponiendo de muchísimas horas para elaborar cada jugada, permite palpar de manera categórica la inconmensurable dimensión del ajedrez, el monstruoso y rico contenido de variantes y sub variantes que presentan posiciones de partidas, en apariencia poco trascendentes. Algo que también en otros tiempos se podía experimentar en el análisis de las partidas suspendidas, una institución que ya ha desaparecido.

Este concepto justifica que varios grandes maestros, incluyendo a dos monstruos del ajedrez de todos los tiempos, como Alexander Alekhine y Paul Keres, hayan jugado mucho ajedrez por correspondencia como parte de su entrenamiento.

Una partida de ajedrez postal solía alcanzar de uno a tres años de duración, según se juegue la misma a nivel local o internacional. Por este motivo, la única manera razonable de disputar un torneo es jugando de manera simultánea todas las partidas (de lo contrario, un torneo podría llegar a durar unos 30 años, algo muy poco práctico). Por este mismo motivo, el único sistema de juego es el americano (todos contra todos). El suizo, o las llaves de tenis, que programan sus pareos a partir de resultados previos, significarían muchos años de juego. 

Jugar un torneo  incluyendo en sus rituales la acción de poner la jugada en un sobre, pegarle una estampilla y depositarla en un buzón, era una curiosidad que sorprende y divierte a las jóvenes generaciones, y también a las no tan jóvenes. Hay al respecto un desopilante relato de Woody Allen, “Para acabar con el ajedrez”.

El proceso de buscar la mejor jugada en una partida por correspondencia, implicaba permitir que la misma pase a alojarse en el propio cerebro hasta su culminación, como una suerte de intruso, por momentos, muy molesto, gracias a la posibilidad de analizar “a ciegas”. Acciones como escribir árboles de variantes en cuadernos, o “hacer madurar” durante varios días los movimientos antes de enviarlos al rival, eran muy frecuentes. Muchas veces el jugador postal se despertaba a la mañana con alguna jugada que no se le había ocurrido antes, y que finalmente resultaba ser buena. El cerebro sigue trabajando aunque uno esté haciendo otra cosa. Había que tener cuidado respecto del momento en que podía aparecer la jugada oculta que daba un vuelco feliz a la partida. Si ello ocurría mientras uno trabajaba ante el tablero, estaba todo bien. Pero si la imagen se producía haciendo otra cosa, y en lugares públicos, era imprescindible contener cualquier exclamación de júbilo, o a viva voz, que tal vez confirme la probable insanía mental del jugador postal.

Pero esto ha cambiado para siempre. Las románticas cartas manuscritas que se arrojaban en un buzón carmín, ahora han sido remplazadas por bytes en un servidor de la web, en donde el jugador encuentra la partida que está disputando y puede agregarle su próxima jugada. Esto brinda mayor exactitud y por ende, mejor fiscalización, a la vez que elimina los tiempos muertos en que la carta está en el correo.

Si bien se mantiene la expresión “por correspondencia” en los nombres de las instituciones rectoras de la especialidad, informalmente hoy se prefiere utilizar las expresiones “ajedrez a distancia” o “teleajedrez”. 

Y también ha cambiado definitivamente el proceso de gestación de una jugada. La etapa “a pulmón”, ya ha dejado de existir. Ahora, la computadora no sólo es el medio para transmitir los movimientos. También es el instrumento de gestación de ideas, de táctica y de estrategia, gracias a los potentes motores de análisis que existen en la actualidad. No queda más alternativa que usarlos, porque si no, la derrota es inexorable. Los desvelos nocturnos, anotando variantes en búsqueda de la mejor alternativa, han sido cambiados por computadoras que quedan prendidas toda la noche mientras el ajedrecista duerme. El humano, como mucho, sólo se atreve a sugerir tímidamente alguna variante al ordenador, el cual dictaminará si sirve o no. Esta es la realidad del teleajedrecista, desde que la máquina, definitivamente, juega mucho mejor que el humano. Los motores de análisis actuales tienen un ELO estimado en 3.400 puntos, mientras que el campeón mundial Magnus Carlsen, llega a 2.838. 

En este escenario, la realidad más probable del ajedrez a distancia, es la partida tablas, resultado totalmente lógico, ya que como todos juegan con el mejor programa de computación, ocurre que ese motor de análisis termina jugando contra sí mismo en todas las partidas de un torneo.

Esta circunstancia, junto con la existencia de las tablas de finales Nalimov o similares, que hoy ya ofrecen dictámenes inapelables sobre resultados de finales con hasta 6 piezas en el tablero hacen predecir que en un futuro no lejano la computadora desentrañe definitivamente el gran misterio del ajedrez: en la posición inicial, ¿la ventaja de un tiempo es suficiente para otorgarle el triunfo a las blancas, o sólo alcanza para empatar la partida? O, podrían cuestionar los más osados, ¿las blancas pierden por encontrarse, insólitamente en “Zugzwang”?

Cuando la informática finalmente agote al ajedrez, la primera, o quizá la única modalidad de práctica que caerá en el olvido será el ajedrez a distancia, el mítico “ajedrez por correspondencia”. Y sólo quedará el romántico recuerdo de las cartas que motivaban sentarse ante un tablero a ver una posición, hacer árboles de variantes en viejos cuadernos. O dar un brinco cuando uno, haciendo cualquier otra cosa, como viajar en colectivo, descubre a ciegas alguna sorprendente variante ganadora.

* Maestro Internacional ICCF y ex campeón argentino de ajedrez postal.