En la actualidad, el físico Daniel Barraco preside el proyecto Plaza Cielo y Tierra, una iniciativa de la Universidad Nacional de Córdoba y el gobierno provincial cuyo objetivo es divulgar el conocimiento científico. Aunque siempre estuvo ligado al mundo académico –fue decano de la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (Famaf) en dos ocasiones– se destaca por un eclecticismo casi natural que lo empuja a meter sus narices en campos bien diversos. Nació entre libros de derecho y economía, pero se decidió por los números porque “son tan complejos que sentía que no podía aprenderlos en otro sitio que no fuera la universidad”.

Así, este amante de los anticuarios, investigó el universo y las ondas gravitacionales porque se sentía atraído por la física teórica, luego se incorporó al campo de la generación de baterías de ion-litio “porque quería incursionar en el desarrollo tecnológico” y, como sus días siempre tuvieron más de 24 horas, también le quedó tiempo para apasionarse por la divulgación y la comunicación pública de la ciencia. Desde aquí, pese a haber escrito varias piezas en medios gráficos nacionales y de haber participado en ciclos de televisión y radio, el último de sus tesoros lo constituye el parque temático, del que se ubica como uno de sus máximos impulsores y que hoy dirige desde la Ciudad Universitaria cordobesa. Aquí, reflexiona acerca de los procesos de democratización del conocimiento científico y recupera la centralidad que implica cultivar el pensamiento crítico.

–Usted es un auténtico todoterreno, dueño de una curiosidad indomable. ¿Podría narrar cómo se produce ese proceso de búsqueda constante que lo caracteriza? 

–Cuando dejé el decanato de la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación en 2011, circunscribí mis intereses en un proyecto personal distinto. De este modo, si bien en el pasado me había interesado por el estudio de las ondas gravitacionales, la relatividad general y los agujeros negros (compartía grupo con Gabriela González, ex vocera del proyecto LIGO que recientemente obtuvo el Nobel en Física) decidí incursionar en el área de las tecnologías. 

–¿En qué campo?

–Había advertido que nadie trabajaba en baterías de ion-litio en Argentina, salvo por el doctor Arnaldo Visintin de la Universidad Nacional de La Plata. Junto a él comenzamos a trabajar en las aplicaciones del litio para fabricar insumos para baterías. En la actualidad, conformamos un equipo de muchos investigadores pero al principio éramos un puñado.

–Además de la investigación en física y de los estudios sobre litio, desde 1995 hace divulgación científica.

–Sí, es que desde siempre me interesó pensar en la posibilidad de democratizar las condiciones de acceso y participación en las actividades científicas. La idea de contar con una elite que pretende manejarlo todo y que ilumina con su conocimiento al resto del pueblo no tiene mucho sentido. De este modo, si cultivamos una visión razonable y amplia para nuestras sociedades, se vuelve fundamental el contacto con la ciencia para la emergencia del pensamiento crítico. 

–¿Qué es el pensamiento crítico?

–Es aquello que faculta a las personas para advertir cómo, de manera permanente, se desarrollan procesos de manipulación. En la actualidad, esta actividad ha pasado a constituirse en una ciencia: el marketing. Hoy en día se tienen tantos conocimientos de los ciudadanos a partir del big data, que los modos de control que se ejercen sobre la ciudadanía se tornan muy palpables. Por ello, tener conocimiento equivale a ganar libertad, porque se incrementan las oportunidades y los espacios para tomar decisiones. Me refiero a aprender a revisar las fuentes, a pensar de forma lógica, a realizar comparaciones y análisis que contribuyen a crear un juicio independiente en la ciudadanía. 

–Los ejercicios de manipulación sugieren que el conocimiento es una forma de poder.

–Estoy de acuerdo. Cuando el conocimiento se concentra en pocas manos se convierte en una atribución minoritaria; en cambio, si está diluido se transforma en un derecho muy valioso, representado en la libertad de acción y pensamiento. 

–¿Qué otras razones, además de la libertad, justifican la necesidad de comunicar la ciencia?

–Vivimos en un mundo cuyo futuro es terriblemente incierto, con una velocidad de cambio apabullante. En ese horizonte –que se parece a una caja negra– solo podemos identificar pocas referencias. En efecto, evitar ser manipulado, aprender a pensar y valorar el conocimiento, son acciones medulares que se deben explotar. Las máquinas nos sustituyen a cada paso y los proyectos de la sociedad futura se tornan menos palpables y definibles.

–Sin embargo, hay muchos que creen que las máquinas no sustituyen a la creatividad de las personas. ¿Usted qué piensa?

–Pienso que los avances en el campo de la inteligencia artificial demuestran ciertas dosis de creatividad. Es cierto que por ahora existen límites en actividades vinculadas al pensamiento, la espontaneidad y la reflexión. Por otra parte, más allá de las máquinas y el trabajo, hay que comenzar a visualizar qué vamos a hacer con nuestro tiempo libre en las próximas décadas. Desde aquí, compartir el conocimiento será una actividad muy importante y beneficiosa para nuestros habitantes.  

–¿A los argentinos les interesa la ciencia?

–Por supuesto que sí. Si uno quiere que las personas se interesen por la ciencia, es necesario desarrollar estrategias para poder despertar fascinación.

–¿Cuáles son las claves, entonces, para poder causar fascinación? Hay quienes dicen que las ciencias ya son interesantes por sí solas, que no hace falta demasiado esfuerzo por parte de quien comunica.

–Sí, estoy de acuerdo. Sin embargo, en algunos casos, las personas no incorporan por sí solas lo fascinante que es el conocimiento y requieren de alguien más que les muestre. Por ejemplo, cuando los niños ingresan a la Plaza Cielo y Tierra se maravillan al observar el firmamento, porque provienen de sitios urbanizados y jamás han tenido la chance de mirar las estrellas con detenimiento. Lo mismo ocurre cuando se hipnotizan al seguir el ritmo de la marcha del péndulo de Foucault. 

–¿De qué manera es posible que las clases populares participen del conocimiento? 

–Pienso que si bien la ciencia es una práctica con mayor presencia en las clases medias, la sorpresa que causa el conocimiento no entiende de clases sociales. A menudo, el impacto es tan grande que despierta vocaciones científicas e ideas maravillosas. En muchos casos, los mejores emprendimientos surgen de los sectores más humildes ya que al no tener las necesidades básicas satisfechas deben desarrollar soluciones provenientes desde el ingenio. 

–¿Qué es lo que más le gusta de divulgar?

–El hecho de contar historias me resulta maravilloso. También hay que ser sincero y admitir que, más allá de todos los beneficios sociales que enumeré antes, es algo que disfruto de manera individual. Es decir, no solo hago divulgación porque tengo un espíritu generoso sino porque también lo disfruto. De la misma manera que a cualquier artista le gusta mostrar sus obras de arte, a los científicos nos gusta compartir lo que sabemos. 

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