Amy Austin fue galardonada con el premio L’Oréal-Unesco por las Mujeres en la Ciencia, como representante de América Latina. Fue destacada gracias a su “notable contribución a la comprensión de la ecología en ecosistemas terrestres de paisajes naturales y modificados por el hombre”. La distinción, que en ediciones pasadas fue conquistada por otras referentes como Andrea Gamarnik, se propone visibilizar y destacar los aportes de las mujeres en el campo científico. La ceremonia de premiación, que también prevé el reconocimiento de otras exponentes mundiales, será el 22 de marzo en París. Austin es doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Stanford, docente de Ecología (Facultad de Agronomía, UBA) e investigadora principal del Conicet en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas a la Agricultura (Ifeva). Aquí, explica sus trabajos acerca de los ecosistemas patagónicos y describe de qué manera impactan las actividades humanas en la salud del planeta.

–Usted nació en Estados Unidos, ¿cómo fue su infancia? Su padre trabajaba en la NASA...

–Mi niñez y juventud en Florida fue un verdadero sueño. El clima era ideal para estar afuera todo el tiempo, vivíamos en un barrio relativamente nuevo a tres cuadras del mar. Con mis hermanos aprovechábamos toda la naturaleza que había a nuestro alcance y nos pasábamos el día en el mar, en la bicicleta y trepábamos árboles. Como mi madre era bastante laxa con nosotros, logramos explorarlo todo. A partir de este contacto temprano con la naturaleza, cultivé cierta afinidad y un deseo de permanecer siempre conectada a lugares silvestres. Mi padre, desde luego, ha significado una fuente de mucho interés ya que como ingeniero trabajaba en misiones para la NASA. Su profunda pasión ha dejado una impronta en mi posterior carrera.

–En 1997 viajó a Argentina con una beca posdoctoral. ¿Podría describir cómo fueron sus primeras experiencias en el país?

–Efectivamente, viajé a Argentina a fines de la década de los noventa para estudiar la ecología en la Patagonia, gracias a una beca financiada por la National Science Foundation (Estados Unidos). Debo admitir que mis primeras experiencias en el país fueron difíciles al comienzo porque no hablaba castellano. Sin embargo, realicé un curso intensivo en el Instituto Lenguas Vivas y, al poco tiempo, decidí dejar de utilizar el inglés en el trabajo. Además, pensaba que sería muy difícil insertarme en el sistema académico e impartir la docencia si no superaba la barrera del idioma. Sentía la imperiosa necesidad de comunicarme. Después, realicé los trámites para iniciar la Carrera del Investigador Científico (CIC) en el Conicet, logré un cargo docente de la Facultad de Agronomía y comencé a formar parte de un grupo de trabajo. 

–Desde aquel momento investiga los ecosistemas terrestres en la región patagónica. ¿De qué se trata?

–Nuestro grupo trabaja en la Patagonia desde hace 20 años. En concreto, exploramos los métodos de control que actúan sobre el funcionamiento de los sistemas. La región ofrece lugares bien diversos: mientras algunos no han tenido impacto humano, existen otros que en la actualidad son alterados por las actividades de pastoreo y forestación de especies exóticas. Nosotros estudiamos cómo estos sistemas (la estepa patagónica, los bosques maduros) funcionan cuando las personas no causan ningún disturbio. Esto nos permite, al menos en parte, advertir con mayor facilidad cuáles son los efectos del impacto humano cuando efectivamente ocurre. 

–¿De qué manera incide la actividad humana? Usted concentra sus esfuerzos en la forestación.

–Durante la década de 1970, en la zona cercana a San Martín de los Andes, se han plantado muchos cultivos de prueba. Todas las especies de Pinus ponderosa (pino americano) fueron introducidas con la misma densidad, tanto en sitios áridos con bajo registro de precipitaciones como en bosques húmedos. Como todo se encuentra emplazado de la misma manera, es posible analizar, en las distintas zonas, el impacto de las plantaciones sobre el ciclo de carbono, la fauna del suelo y los procesos ecosistémicos de productividad y formación de materia orgánica. El objetivo, en este sentido, es entender y cuantificar el impacto humano de las plantaciones, a partir de la comparación de un sistema nativo con un sistema modificado. Si el horizonte es proyectar prácticas sustentables, se torna vital comprender cuáles son los efectos de la naturaleza del impacto. 

–¿Por qué Latinoamérica debe profundizar sus estrategias ecológicas?

–La problemática ambiental actual ha superado la escala local o regional y claramente ha conquistado la escala global. Por ejemplo, el aumento en la cantidad de dióxido de carbono en la atmosfera debido a las actividades de los seres humanos (como la quema de combustible fósil) genera calentamiento global y produce consecuencias en todos los ecosistemas del planeta. Entonces, no hay ningún país o región que pueda resolver las problemáticas globales en forma independiente. Por eso necesitamos alcanzar un consenso global para avanzar en estrategias de mitigación y adaptación a las consecuencias de cambio climático. Lo que ocurre en Latinoamérica en particular es que contamos con menos información para abordar la relación entre los ecosistemas y el impacto humano. Una razón importante para otorgar una prioridad significativa a la discusión sobre estrategias de conservación y bienestar humano.

–¿Qué implica ganar el premio “por las mujeres en la ciencia”? 

–Pienso que representa un aval para brindar más visibilidad a las mujeres que producen ciencia de buena calidad en disciplinas diversas alrededor del mundo. La esperanza es que los premios estimulen a más mujeres a elegir una carrera científica. Hay un atributo que unifica a todas las que ganamos este premio: una pasión muy fuerte por hacer lo que nos gusta con mucha dedicación. 

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