Aparentemente árida y desértica, la costa de Almería tiene reservados sus secretos para quien amarre en sus orillas. La impronta del Mediterráneo es lo más elocuente: más de 100 kilómetros de costa accidentada y salvaje viborea desde San Juan de los Terreros hasta Guainos Bajos, límites de una provincia que alberga 103 pueblos y sabe de mixturas por sobre todas las cosas. En el centro del distrito, la capital luce bella y despojada, con montañas, dunas y desiertos que forman un espectáculo único. Escenarios naturales pero también hechos por el hombre, donde cantaores, tocaores y bailaores reviven los saberes ancestrales mientras se disfruta de unas tapas o los más sabrosos mariscos. 

Tomates cherry, una de las producciones garantizadas por los invernaderos.

TODO ESTÁ VIVO Desde la Plaza de las Madres de Plaza de Mayo hasta el Centro Náutico, la avenida Paseo Marítimo se torna una invitación cotidiana a descubrir el mar y degustar mariscos, pulpo y atún rojo al sonido de las olas y las luces de los ondulantes barrios de colores que se elevan a las espaldas. Más cerca del centro, sobre la Jovellanos, Casa Puga es uno de esos lugares para recomendar, donde las tapas, el vino y el jamón dejan su sello, y es posible también quedar sin aire ante una bailaora. A nivel gastronómico, pocos lugares compiten con los platos mediterráneos de La Encina, una casa de 1860 con pozo árabe del siglo XI. Pero la visita es relámpago y el mar tira, por eso los mariscos de cara a las olas. 

Según la oficina de turismo, Almería cuenta hoy con 200.000 habitantes y un pasado rico en numerosos aspectos, sobre todo en su raíz andaluza. El flamenco es rey y se celebra cotidianamente y en grandes eventos como el Festival de Flamenco de Almería. Pero como en toda gran ciudad la mixtura  predomina, y en el mismo rubro es para destacar la movida del jazz, o –regresando a lo gastronómico– algunos restós coquetos que sirven por pasos o se jactan de su impronta gourmet y molecular. Todo está vivo, parece. Y basta ver los cruces religiosos entre lo musulmán y lo católico para entender el desarrollo de esta ciudad portuaria ubicada en pleno golfo. Ese puerto comercial ofrece también escala a cruceros turísticos, y cuenta con dársenas a un extremo dedicadas al parque de embarcaciones privadas y deportivas. 

 

La barra de Casa Puga, donde las tapas y jamones son inigualables.

 

“Todo es bello a los ojos, pero la historia aquí es de locos”, dice Eduardo Funes, un argentino que llegó a España hace unos 10 años y anuncia, entre cuentos del pago, su ansiado regreso a casa. Habla de la posición estratégica y la riqueza oculta bajo las rocas, que dieron que hablar desde tiempos lejanos, cuando fenicios, cartagineses, griegos y romanos explotaron uno a uno sus minas, dando el nombre de Portus Magnus a esta gran vía de comercialización donde ahora atacamos jaibas, camarones y langostinos con una extraña salsa. La recorrida por la capital reúne múltiples atractivos, desde el Museo del Aceite de Oliva al Centro Andaluz de Fotografía, pasando por el innovador PITA, el parque científico-tecnológico que pretende hacia 2018 albergar empresas de investigación, desarrollo e innovación. Y claro, los pueblitos del litoral a uno y otro lado del golfo, donde las casitas blancas pintadas a la cal se hacen canción y poesía en tantos españoles famosos. Pero nada se luce más que una suerte de castillo al que llaman simplemente Alcazaba. Ubicable desde cualquier punto de la ciudad, la soberbia fortaleza ubicada en el cerro San Cristóbal es la más destacada de factoría árabe en toda España. Se inició en 955 por Abderramán III y fue terminada por el rey taifa Hayrán tres siglos después. Tiempo suficiente para consolidar una extensa ciudadela con murallas de más de tres metros de ancho y cinco de alto, a la que nosotros sólo podremos ver de lejos ya con sus luces encendidas. Cuentan que si bien tras la conquista cristiana tuvo algunas alteraciones en los recintos amurallados, se respetó su esencia y en nada se opacó su atracción. Declarado Bien de Interés Cultural por el estado español, el Conjunto Monumental de la Alcazaba, sus terrenos e inmuebles fueron visitados solo el año pasado por más de 230.000 turistas. Pero Almería es un tesoro arquitectónico incluso más allá de la Alcazaba. Sus mármoles de Macael, que rivalizan en blancura con los de Carrara, y los paradisíacos escenarios de barrancos y acantilados, atrajeron al mundo del cine. Desde 1960 la ciudad y sus alrededores fueron protagonistas de films como Lawrence de Arabia, Conan el Bárbaro o Indiana Jones y la última cruzada, aunque esa década fue también escenario de otra película: la de los invernaderos.

EL OTRO OCÉANO Hacia las afueras las edificaciones sorprendentes continúan. Al este, la naturaleza es la responsable de los colosos arrecifes del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar y de extensas playas de arenas finas. Hacia el oeste en cambio, la inmediatez rige a toda hora en el fabuloso huerto de plástico que no tiene fronteras. Ocurre que hasta mediados de siglo pasado los productos propios en la región fueron la uva de mesa, la oliva y algunos cereales resistentes a la falta de agua. Pero a comienzos de la década del 60 el Ministerio de Agricultura de España y sus inmensas bombas llegaron a los acuíferos subterráneos. Enarenados innovadores lograron mantener la humedad del suelo y el calor por más tiempo, lo que aceleró el crecimiento de vides y olivos, pero sobre todo encendió una chispa. El primer invernadero de polietileno con hortalizas se construyó en 1963 al oeste de la ciudad, en el Poniente Almeriense. Fue Francisco Fuentes Sánchez, del pueblo Roquetas de Mar, quien montó unas cañas y alambre en cinco módulos de cien metros cuadrados cubiertos con plástico. 

 

Vista de los arrecifes del vecino Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.

 

La respuesta fue inesperada: logró recoger cosechas un mes antes que en campo abierto. Cincuenta años después, el Campo de Dalías ofrece la mayor superficie con invernáculos en todo el mundo. Una “huerta europea” con fertilizante abajo y polietileno encima, que superó ya las 58.000 hectáreas y avanza como las olas de su elocuente nombre: el mar de plástico. A diario ofrecen visitas para hacer alarde de cómo erradicaron la dependencia de malos suelos y estaciones climáticas, aunque despreciando cultivos sin garantía comercial ni traslado fácil. Tomates de rojo reluciente cuelgan espléndidos y a borbotones de plantas que parecen propias de una floristería. Berenjenas y pimientos, melones y sandías, pepinos y calabazas recién lustrados son algunos de los productos de este gigante que conquistan el mercado local, recalan en países como Francia, Alemania, Portugal, Italia, Holanda, Bélgica y Marruecos, y navegan kilómetros hacia la suculenta clientela inglesa, estadounidense y china. Mapas históricos del municipio de Almería asombran tanto como el retroceso de los glaciares. Hoy toda la Comarca del Poniente Almeriense se viste de blanco, con pequeñas islas–localidades como El Ejido, La Mojonera y Roquetas de Mar, acorraladas entre dos océanos, el de la naturaleza, y el del hombre. “En los años 40, El Ejido apenas tenía una veintena de casas, pero el crecimiento llegó a tal punto que ahora 12.000 familias viven de los invernaderos, que son en un 70 por ciento explotaciones familiares. Sólo entre 1994 y 2014 la población pasó de 45.000 a 84.000 habitantes”, cuenta Jaime Rubio Hancock en el diario El País de España. Un mundo de cultivo mixturado entre lo tradicional y nuevas prácticas como la hidroponia, en espera de los cientos de camiones que a diario cargan los frutos que elevan su nombre en el mercado de alimentos, incluso con productos de denominación de origen como el “tomate de la cañada Níjar” proveniente del Campo de Níjar, y una variedad resistente a un hongo histórico, su viejo enemigo. Pero no todo lo que brilla es oro. “La imagen futurista del cambio climático es real en Almería”, declara Greenpeace España ante la sobreexplotación de los recursos naturales y el mal uso del urbanismo, como ejemplo a evitar. Declaraciones de José Luis García Ortega, responsable de Energía y Cambio Climático de la asociación conservacionista, dan cuenta de un aumento del calor que está provocando “cada vez más plagas en la agricultura, ya que los virus se reproducen con mayor facilidad”, a lo que se suman denuncias de mal pago a inmigrantes. Maravilla o ilusión, belleza natural y ciencia al extremo. Todo esta vivo, y en contradicción en esta parada sorprendente. Así lo expresa, poéticamente, el reconocido periodista Eduardo Barrenechea: “Almería seca, reseca, llagada de sed, resquebrajada, quemada de soles y, a la vez, Almería vergel, oasis, edén, paraíso de vegetación lujuriante y de riqueza allí donde la diosa agua dulce se derrama”