El oficialismo debió levantar la sesión para tratar la Reforma jubilatoria. Antes había hecho lo posible y casi lo imposible, combinando acciones lícitas e ilícitas, para acelerarla y obtener su sanción. 

Hablemos primero de las lícitas, aunque sean discutibles o cuestionables políticamente.

Queda pendiente para la investigación  si dibujó el quórum colando uno o dos diputruchos, conforme denunciaron diputados opositores. 

El proyecto no pierde estado parlamentario pero la postergación pone en un brete a Cambiemos, por la creciente repulsa que suscita a la que se sumó (tarde pero con fuerza) la Confederación General del Trabajo (CGT).

El presidente Mauricio Macri le puso el moño a una jornada plena de sinsabores y excesos amenazando con sacar la Reforma mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU). Fuego amigo de la diputada Elisa Carrió y una rotunda respuesta de la CGT lo disuadieron de promover una medida inconstitucional, que hubiera embravecido el clima de protesta.

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Votos con la mano y con la cola: Ya se dijo: el quórum era más difícil de alcanzar que la mayoría en la votación definitiva. 

En el Congreso se vota con las manos (alzándolas, dejándolas abajo o pulsando un botoncito) al final de las sesiones. En su transcurso  a veces se vota con la cola, dando o retaceando quórum. Ambos procederes son legales y forman parte de las herramientas de la oposición dentro del sistema democrático.Hay un tercer mecanismo: las abstenciones que no importan para esta crónica.

Cambiemos quedó cerca de la mayoría propia en Diputados merced al pronunciamiento electoral de octubre. La legitimidad revalidada es consecuencia del juego de suma cero disputado en las urnas. Habla de su creciente poderío y del pobre desempeño de casi todos los partidos opositores que condiciona el próximo bienio y que deberán repensar si aspiran a ser competitivos en 2019.

Este cronista nunca suscribió la metáfora del Congreso como escribanía de la Casa Rosada, fuera cual fuera su principal inquilino. En la mayoría de las democracias estables (aún las de régimen parlamentario) el Ejecutivo es el que propone y sostiene casi todas las iniciativas de ley. Cuestionar esa prerrogativa es ineficaz y equivocado. 

Cambiemos requiere añadir un puñado de votos para cada tema, que intentará pescar básicamente dentro del acuario pan peronista. De cualquier manera, es significativo que en este debate se hayan plantado el massismo en tránsito y varios justicialistas no K o anti K, ampliando el espectro realmente opositor. El diseño tiene pinta de perdurar y es una señal acerca del porvenir cercano.

Los diputados opositores que amagaban votar en contra y dieron quórum ayer quisieron ser funcionales al oficialismo. Ayer no pudieron y se verán en figurillas para sostener su táctica dual ahora que se identificaron.

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Los motivos de la prisa: El Gobierno aceleró a fondo, operaba contrarreloj. En Diputados se acrecentaba la coalición opositora ad hoc y, al unísono, se acentuaba la movilización contra la reforma.

La polémica pública le dio fatal porque periodistas o académicos especializados fueron desnudando el doble objetivo de la norma: desfinanciar a la Administración Nacional de Seguridad Social (ANSES) y reducir el valor adquisitivo de las jubilaciones. 

Hasta juristas afines a Cambiemos anunciaron que sería inconstitucional (por confiscatoria) la aplicación de la fórmula de reajuste en marzo. 

La protesta social fue in crescendo. Posiblemente el oficialismo apostó a la apatía ciudadana, al sopor filo veraniego, le erró lejos. Quizás calibró la pasividad ante el fusilamiento por la espalda de Rafael Nahuel. Atonía colectiva que, dicho por ahora al pasar, es llamativa y preocupante,

Mal que les pese a los estrategas del macrismo, la sociedad civil se mantiene levantisca y pone límites. No siempre, no todo el tiempo, como a veces fabulan sectores de la oposición.

Frente a la reforma regresiva se fue amasando una repulsa pluripartidista y social similar (aunque no tan amplia) como la que enfrentó al 2x1 para los represores o a la que sucedió primero a la desaparición de Santiago Maldonado, luego a la corroboración de su muerte violenta, en un contexto de represión desbocada e ilegal.

Los operativos repitieron el modus operandi predilecto de la ministra Bullrich. Anteayer, el diputado Leonardo Grosso fue mordido por un perro de las fuerzas de Seguridad y la diputada Victoria Donda pateada por masculinos de dichas reparticiones. Ayer les tocó el turno a unos cuantos diputados y a miles de manifestantes. 

Cebar a policías o gendarmes, incitarlos a meter goma, alabarlos o encubrirlos después es un camino de ida, difícil de detener o hasta de controlar. La violencia se prolongó aún después de la desconcentración subsiguiente al levantamiento en el recinto. 

El Jefe de Gabinete, Marcos Peña, hablaba en conferencia de prensa de paz y repudio a los violentos mientras algunos canales de cable (no todos, ya sabemos) partían la pantalla mostrando a Robocops atacando de a cuatro o  cinco a ciudadanos sueltos, en una Plaza del Congreso vacía. Los arrojaban al piso, los molían a palos, los pateaban en el piso: patoteros con chapa.

En La Plata, la Caballería de la Bonaerense evocaba horas más aciagas, pechando a mujeres y hombres desarmados.

Ayer se repitieron, con las variantes del caso, jornadas imborrables del periodismo argentino en la calle registrando crímenes o delitos de las Fuerzas de Seguridad. Pablo Piovano, fotógrafo de este diario durante muchos años recibió un haz de balas de goma en el pecho. Le preguntaron a Peña su parecer sobre ese hecho y las heridas sufridas por diputados. Sin ruborizarse, adujo no saber nada sobre los periodistas heridos. Y acusó a los legisladores kirchneristas que participaron en la sesión por haber prendido la mecha. Cuesta entender qué impacto pudo tener “el escándalo” de ayer en la represión de anteayer pero es sabido que el discurso de Cambiemos rehúye la coherencia para privilegiar el slogan o el impacto.

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Esa costumbre de resistir: Peña apostrofó a los “piqueteros”, sus adversarios políticos. Olvida que la mayor movida de acción directa desde la recuperación democrática la protagonizó “el campo”. Piquetearon en todo el país, cortaron rutas durante meses, produjeron desabastecimiento de productos básicos, arrojaron alimentos perecederos sobre el cemento o en las banquinas. La protesta que incordia al gobierno de Mauricio Macri es la de sectores populares.

En esta ocasión empezaron las organizaciones sociales, las dos CTA y los sectores críticos de la CGT, como la Corriente Federal y los camioneros.

Las manifestaciones más masivas sucedieron en la Ciudad Autónoma, también hubo en otras ciudades, como La Plata donde la Caballería de la Bonaerense agredió brutalmente a quienes participaban.

La CGT objetó de entrada la reforma pero su conducción no fue al Senado ni se pronunció con firmeza respecto de la cómoda aprobación. Recién se activó en esta semana.

Los motivos visibles de la demora son varios, empezando por la falta de cohesión interna de la Central Obrera. Uno de los triunviros, Héctor Daer, le hurtó el cuerpo a la convocatoria a Plaza Congreso y a la declaración de paro general si se aprobaba la ley. Gremialistas empinados del Consejo Directivo tampoco apoyaron las medidas.

Pero la conducción está tironeada en sentido inverso por el creciente descontento social y por rebeldías crecientes que se patentizaron en un encuentro de jefes gremiales en Luján, pocos días atrás. El éxito de la concentración que acompañó (es un modo de decir) al tratamiento en el Senado pudo incidir en la radicalización cegetista.

El cuadro general deja escaso margen para la indefinición, en particular cuando siempre se enunció que la CGT estaba en contra del proyecto. El paro se levantó pero cientos o miles de trabajadores fueron reprimidos ayer, un dato del que habrán tomado los dirigentes más lúcidos y centrados de la CGT.

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Varias derrotas y un espectro: El diputrucho comprobado se llamaba Juan Quenan. No era legislador. Se sentó taimadamente en la banca de un senador peronista en 1992 posibilitando así que el gobierno del entonces presidente peronista Carlos Menem juntara el número imprescindible para aprobar el Marco regulatorio de la privatización de Gas del Estado. Armando Vidal, cronista parlamentario de “Clarín”, lo descubrió y denunció. 

El espectro de Quenan, por ahí, resucitó ayer en la Cámara Baja. Al oficialismo le alcanzaría para disiparlo con dar la nómina de diputados que apoyaron sus posaderas en las bancas para abrir la sesión. No es tan difícil, si hay voluntad.

El macrista Emilio Monzó, presidente de la Cámara, quiso guardar estilo y mantener viva la sesión. El diputado de su bancada, Nicolás Massot, gritó desencajado que había que discutir sin gritar. Su colega massista, Graciela Camaño, demostró una vez más su experiencia y destreza parlamentaria. Moduló los decibeles, les dio una lección reglamentaria y los exhortó a levantar la sesión. Carrió mocionó el fin de la jornada sin privarse de autoalabanzas, la especialidad de la casa. Macri sufrió una derrota transitoria y severa a la vez en el Congreso.

Deberá sudar la gota gorda para contener a diputados opositores que hicieron quórum. Algunos sinceraron que lo hacían por presiones de su gobernador, que sucedían en carácter transitivo a las del Gobierno.

La reforma jubilatoria sigue siendo la nave insignia del combo lanzado por el presidente. Su devenir es ahora más incierto aunque el oficialismo conserva la iniciativa. Contra lo que creen los halcones de la Casa Rosada (todos sus pobladores) la escalada represiva les juega en contra.

La bronca de Macri, cuentan confidentes de Palacio, lo indujo a maquinar el DNU para gambetear una nueva sesión en Diputados. La CGT le replicó de volea: si lo hubiera, decretaría paro general. Carrió tildó la iniciativa de inconstitucional y amagó con irse de Cambiemos. 

Expresaron dos frentes adversos que abriría el oficialismo: exacerbar la acción directa y agravar sus derrapes anti institucionales, cada vez más asiduos. Por ahora, se autocontuvo… hubiera sido echar nafta al fuego. 

Esta historia continuará.

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Leandro Teysseire