Noviembre es el mes del escorpión. A nivel totémico está asociado a la protección, pero también a la fiereza y la pasión al límite. El escorpión es capaz de suicidarse con su propio veneno si no ve alternativas de escape. Es así que las personas escorpión son, a veces, devoradas por sus propias emociones incontrolables.

Del 2 de noviembre de 1976, Gloria Morales, no recuerda a su abuela Elsa, con las manos atadas y los ojos vendados, ni cuando Eduardo Ruffo, jugaba  a la ruleta rusa con la cabeza de su madre, ni el sonido intenso de las balas saliendo de la boca del cañón, hasta impactar en la pierna de su padre. En ese eterno lapso, su  abuela tampoco  imaginaba que no volvería a ver, nunca más, a su marido José, ni a su hijo Luis, ni tampoco a su nuera embarazada, Nidia. Ese mes de noviembre, Graciela Vidaillac y José Ramón Morales,  fueron secuestrados por la banda de Aníbal Gordon y alojados en el centro clandestino de detención Automotores Orletti. El 3 de noviembre, luego de ser sometidos a la imposición de tormentos y a condiciones inhumanas de detención, la pareja, fusil en mano, sin ropa y lacerada, logró fugarse del infierno. Veinticuatro horas más tarde, el  centro de exterminio, bajaría  sus oscuras persianas metálicas.

En un parte de la SIDE, dirigido a los distintos servicios de inteligencia, con fecha 15 de noviembre de 1976, se informaba: “Se ha logrado detectar que dos importantes cuadros de la organización clandestina ERP…” y se agregaban al parte las fotografías de Morales y de Vidaillac.

La familia nunca había militado en el ERP, sino en la FAL, organización que, con identidades falsas, ayudó a la familia a exiliarse a México. Las pequeñas, Gloria y Mariana, conservaban su nombre y Elsa Morales se pasaría a llamar Juanita. Graciela, quien logró cruzar la frontera un día y medio más tarde que el resto, por la peligrosidad de la guardia fronteriza, gracias a la ayuda de un taxista que se hizo pasar por su esposo, se llamaría René. El pasaporte de José Ramón decía Santiago, identidad que conservó hasta su último hilo de aliento en el meridional departamento de Rivas, Nicaragua.

Gloria tiene cuarenta años y sonríe con lágrimas en sus ojos verdes, al contar que su niñez en el exilio fue hermosa. Pero algunos años antes de jugar con sus amigos también exiliados a ver quién cantaba más fuerte la marcha peronista por las calles del DF a cambio de una factura, recuerda el momento más clave, el día que Graciela los juntó en una habitación a ella, a Mariana y al pequeño Juan, nacido en el exilio, para informales que su padre había muerto.

José nunca dejo de militar y en el ´78 decide irse a Nica-ragua, donde él consideraba que iba a seguir sosteniendo la lucha. “En Nicaragua se cometen los mismos crímenes que en toda América Latina, pero hay un pueblo dispuesto a  tomar las armas”, rezaba una carta enviada por Santiago a su madre, desde el Frente Sandinista de Libe-ración Nacional. Hoy, Gloria lleva  esa frase tatuada en su piel. José era un escorpiano, nacido el 14 de noviembre de 1949. Santiago cayó en combate el 16 de enero 1979, traicionado, esperando refuerzos que no llegaron. Del cuerpo nunca supieron nada, pero teniendo en cuenta el accionar de la Guardia Nacional sanguinaria somocista, la familia entendió que había sido descuartizado. Tuvieron que pasar treinta y cinco años para que Gloria y su hermano Juan se enterasen por el hijo de un compañero de su padre que, al volver a la sierra en busca de Santiago, se topó con un corazón clavado en una estaca, símbolo de que habían matado a un comandante.

La que siempre se encargó de contar toda la historia fue su abuela. Gloria creció con su versión, contada desde el  amor y desde la idealización. “Mi viejo le había dicho, ´cuida de mis hijos´. Para mi abuela nosotros éramos todo y ella nos daba ese amor incondicional qué quizás mi vieja no pudo”. Los tres hermanos conocieron a su padre mediante diarios, cartas y saludos grabados en casetes que había guardado Graciela. ”Un bolsito para cada uno y hagan lo que puedan.” Gloria se había acostumbrado a vivir sin el cariño explícito de su madre, pero después comprendió que estaba encerrada en un cuerpo ultrajado por el dolor. Tanto sufrimiento la obligó a cerrar la ventana  de los sentimientos y a  caminar siempre con la vista al frente, jamás a los costados.

Gloria tenía ocho años cuando Raúl Alfonsín se sentó ante el Congreso el 10 de diciembre de 1983 para brindar su primer discurso como presidente electo, y con él la democracia, señal de que había llegado el momento de repatriarse. “Cuando volví de México, Argentina era un tono apagado, de esos azulejos celestes, rosa opaco o verde Falcón. Sentía que todo se había quedado en el tiempo. Vivía con una abuela que ni conocía, que no tenía nada que ver con nuestra historia y con primos que se burlaban de mi acento. Cuando vos sos chico querés pertenecer al mundo que pertenece cualquier otro pibe, pero había mucha diferencia. No me vestía igual, no hablaba igual, me sentía medio sapo de otro pozo.” En medio de tanta vorágine, Gloria no era consciente de lo que había pasado, pero vivía con una sensación de algo prohibido, y un murmullo constante que decía: De eso no se hablaba.

“Éramos cuatro hermanos”, dice en medio de un suspiro ahogado. El 24 de diciembre del 2000, Mariana muere producto de una mala praxis en el momento del parto, después de traer al mundo a su segunda hija. “Agustina cumplió 17 años en noviembre. Qué mes de mierda noviembre.” Cuarenta y cinco días estuvo agonizando en estado de vigilia, sumergida en un pasado sui generis, mientras Gloria acordaba hacerse cargo de la hija mayor de Mariana, a la que reconocía como una extensión  de hermana. “Aldana es como mi hija. Al principio le decía, yo no soy tu mamá, pero con el tiempo  entendí que la que necesitaba una mamá era ella y mi único deseo era verla feliz.” La abuela Elsa murió dos años después víctima del cáncer. Los riñones son un canal procesador donde se almacenan los temores resultantes de traumas. “Lo que paso con mi hermana, la termino de matar.”.

El día que Néstor Kirchner ordenó retirar de las paredes del Colegio Militar los cuadros de Videla y Bignone, Gloria sintió una sensación que solo se  compara con la libertad. “Empecé a indagar sobre los derechos humanos y a escuchar testimonios, entendiendo que, ‘puta no éramos tan sapo de otro pozo’. Éramos un parte oscura de esta sociedad a la que en  algún momento había que iluminar.” En 2005 comenzaron a formularse los pedidos de elevación a juicio de las diferentes causas de lesa humanidad. A la madre de Gloria la llamaron para declarar dentro de una de las causas más conocidas: El Plan Cóndor. Causa que fue elevada a juicio en septiembre de 2007 y se dispuso se anexe Automotores Orletti por estar directamente relacionada. Hacía un año que habían desaparecido a Julio López,  y atemorizada por lo sucedido, sintió que ella ya había hablado cuando tenía que hablar.

En la testimonial que realizó en la CONADEP al retornar al país en el ´83, Graciela declaró que había sufrido “golpes de manos, con cadenas, palos y patadas. Que había sido colgada de un aparejo por las manos atadas en la espalda y recibido descargas eléctricas. También había sido levantada mediante la introducción de un palo en su vagina; desnudez forzada, negándosele toda intimidad y amenazas de muerte bajo un simulacro de ejecución al gatillarse una pistola descargada en su sien. A Graciela la obligaron a escuchar los gritos de los otros presos y a observar mientras eran torturados. Había perdido el sentido del tiempo y de la luz, e inducida a traicionar y a delatar a otras personas”. Pese a todos los tormentos a los que fue sometida, nunca  pudo registrar el dolor de la tortura física ni expresar la  vergüenza que sintió al tener que salir corriendo desnuda de Orletti. Hace dos años, en medio de una profunda depresión, comenzó a manifestar con cuenta gotas, lo que había vivido. Pero el temblequeo y el temor constante, todavía no cesan.

Gloria es mamá de Aldana y de Amparo, y junto a su marido Emiliano, están planeando viajar el año que viene a  Nicaragua, a recolectar más información sobre su historia, sobre José. Es empresaria de la noche porteña. La noche no le gusta y por esa razón una amiga le dice que es como Pablo Escobar: “La vende, pero no la toma.” Nunca renegó de su historia ni de lo que le toco vivir y si tiene que elegir una palabra para definir su vida, sin pesarlo, dice: “Adrenalina”.