PLáSTICA › NICOLAS GARCIA URIBURU EN EL CENTRO RECOLETA

Coleccionista de colección

El consagrado artista plástico presenta una antología que reúne cuarenta años de obra. Arte, ecología y política.

 Por Fabián Lebenglik

El de Nicolás García Uriburu es un proyecto artístico ampliado, que comenzó a construir hace más de cuarenta años. Condensado y exhibido en una muestra antológica –la colección de su amigo, el pintor Joaquín Molina–, ese proyecto de arte ampliado adquiere una nítida consistencia y una gran coherencia estética e ideológica.
La ampliación del campo artístico hacia la militancia ecologista le permitió a García Uriburu establecer una función para su arte, en el que se cruzan la denuncia, la pedagogía y la política, sin perder de vista jamás la estetización del entorno y la salvaguarda de la naturaleza.
La colección exhibida se abre con un texto muy pertinente de Molina sobre el coleccionismo, porque coloca a García Uriburu no sólo en el lugar del artista sino también como coleccionista, ya que en paralelo con su carrera de artista visual fue formando durante cuarenta años un enorme conjunto de piezas precolombinas argentinas, que ahora integran una colección pública. García Uriburu también fundó un museo en Maldonado, Uruguay, con escultura uruguaya del período 1880-1945, que fue comprando a lo largo de los años. Ese museo ocupa una antigua escuela –donación del ex presidente Julio Sanguinetti– ubicada al lado de la Catedral de Maldonado.
La presente sería por la tanto la muestra de un coleccionista coleccionado, donde se cruza la conciencia artística con la histórica: no cabe duda de que García Uriburu está pensando estratégicamente en el futuro de su obra.
La colección de Molina, como toda colección, implica un fuerte gesto cultural, estético e ideológico: una política del arte. La acumulación de capital simbólico que significa una colección artística se comprueba con ese viaje en el tiempo que implica la incorporación de obras del pasado, el presente y el futuro (en el caso del tiempo por venir se trata de hacer apuestas acerca de aquellas cosas que sobrevivan a la cultura visual del presente). Se trata de fijar, en la batalla de los sentidos (del poder simbólico como correlato del poder real), una secuencia, un panorama, un recorrido determinado, a partir de lo que entra y de lo que no entra a formar parte del conjunto. Todo esto se potencia cuando se trata de la obra de único autor.
En este sentido –con la fijación de una conciencia retrospectiva–, la primera pieza de la exposición del Centro Recoleta es un óleo informalista de 1962, Pampa y cielo, que establece de entrada cuál será la mirada de García Uriburu sobre el mundo. De distintos modos, las piezas más antiguas y las más nuevas suponen un mismo tipo de intereses extraartísticos, pasados por el filtro de diferentes etapas y estilos.
En 1968, cuando el pintor coloreó las aguas del Gran Canal de Venecia, entró en sintonía con los ecos del land art y del conceptualismo y al mismo tiempo se anticipó a otras tendencias, relacionadas con la militancia ecológica.
Como escribió Miguel Briante: “Aquello que Nicolás García Uriburu empezó a denunciar en 1968, por lo menos –cuando desde la trinchera del land art, un año antes de que Christo ‘empaquetara’ tres kilómetros de la costa australiana, y en la Bienal de Venecia, tiñó de verde las aguas del Gran Canal advirtiendo de una manera casi cósmica sobre la contaminación del planeta, en un premonitorio ejercicio de la protesta ecologista–, ahora se ha convertido en materia de política, y de política pesada. Alguna vez pensó que la humanidad podría reaccionar ante el grito pacífico, humanista, de la ecología; ahora sabe que hay pueblos, naciones, continentes capaces de chantajear para que otros pueblos, naciones, continentes acepten sus desechos nucleares, esos desechos que no pueden volver a la tierra”. El gesto de pasar del cuadro a la naturaleza misma fue para el artista algo natural. Y allí continuó su lucha contra la idea de civilización como destrucción del entorno.
El artista condensó la actividad del pintor en el gesto de colorear y “redujo” –provisoria y estratégicamente el concepto de pintura al de “aplicación del color”–, por ejemplo sobre las aguas de un río, o sobre las paredes de un museo; en especial del verde. Así G.U. construyó una geopolítica de la coloración, trazando diferencias entre el Norte y el Sur. Coloreó ríos y fuentes de treinta lugares del mundo, para denunciar y dejar clara una conciencia ética como actitud inherente a la conciencia estética. Esa geopolítica incluyó –muchos años después que Torres García, aunque sin conocer el antecedente, según afirma– la inversión del mapa de América, colocando a América del Sur arriba y a América del Norte, abajo. El lugar –personal, geográfico– desde donde se enuncia (parece decir la obra del pintor), siempre debe definirse como centro de esa enunciación.
El recorrido cronológico/temático de la exposición –que luego del informalismo sigue con el pop de los años sesenta y luego se lanza a los lenguajes más contemporáneos– siempre deja claramente explicitada aquella sintonía entre estetización y preservación del mundo. La muestra incluye muchos formatos: pinturas, dibujos, esculturas, objetos, instalaciones, fotografías, videos y documentos.
“Al fines de 1982 –escribió Joaquín Molina–, Nicolás García Uriburu expuso en el Museo Hara de Tokio. Entre las obras expuestas presenta Eating each day you destroy a forest (“Comiendo cada día destruyes un bosque”), que acababa de hacer con los palitos descartables usados en los restaurantes donde iba durante su estadía en la ciudad. Los palitos de madera, sumergidos en resina de poliester, volvían a tomar la forma de un tronco, igual al de ese árbol que destruyeron para fabricarlos. En 1982, Japón consumió 14.300 millones de pares de palitos, lo cual equivale a 240.000 toneladas de madera.”
Hay una actitud bienintencionada en la obra de García Uriburu –tal vez ingenua, como la música new age que oficia de banda sonora de la exposición–, cuando sostiene críticas globales a las que pocos podrían oponerse –al menos en público–. Sin embargo, el artista ha entrado varias veces en polémicas puntuales, por ejemplo en 1999, cuando produjo su serie Empresas contaminantes auspician: allí denunciaba concretos emprendimientos perjudiciales para el medio ambiente, señalando intereses económicos precisos. (Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 20 de abril.)

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“Víctima y victimario 09”, objeto de García Uriburu.
 
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