PLáSTICA › FOTOGRAFIAS DE LOS PIONEROS (1865-1935)

Los galeses de la Patagonia

El décimo libro de fotografía histórica argentina publicado por la Fundación Antorchas presenta la proeza novelesca protagonizada por los primeros colonos galeses de Chubut.

 Por Fabián Lebenglik

El libro recientemente editado Una frontera lejana; la colonización galesa del Chubut es el décimo volumen de la excelente colección de fotografía histórica publicada por la Fundación Antorchas, al cuidado del especialista Luis Priamo. Una frontera... tiene como objetivo central, según se explica, “presentar el rico acervo de antiguas fotografías de la inmigración galesa conservado por los descendientes de los colonos y abundantemente representado en archivos, museos y coleccionistas, incluyendo las imágenes atesoradas como recuerdos de familia... La preeminencia de la fotografía de galeses no sólo refleja el predominio de ese grupo en el Chubut por varias décadas, sino también su destacada predilección por los registros fotográficos y sus esfuerzos por conservar su patrimonio cultural”.
Las imágenes seleccionadas –del período 1865-1935– son de una asombrosa calidad y pertenecen a John Murray Thomas, Henry Bowman y Carlos Foresti, entre otros.

Diáspora galesa

Una vez cerrado el período de las luchas civiles y luego de aprobada la Constitución en 1853, el gobierno argentino comienza una campaña de prensa internacional para atraer a aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que quisieran habitar el suelo argentino. Se buscaba tentar especialmente a las familias agricultoras para labrar la tierra del futuro granero del mundo.
Un aviso publicado por las autoridades argentinas en el Times de Londres el 8 de septiembre de 1856 fue inmediatamente visto por Michael D. Jones, el principal motor del proyecto de fundar –con la ayuda económica de su mujer, Ana Jones– una colonia galesa en la Patagonia.
Mister Jones (1822-1898) nació en Gales y se formó en su región natal y en Londres. A fines de la década del cuarenta viajó a los Estados Unidos –donde residían decenas de miles de galeses– para ordenarse como ministro congregacionista. La experiencia norteamericana lo llevó a concebir un idea que sonaba utópica: crear una segunda patria galesa, políticamente independiente. De vuelta en su tierra, pensó que ese lugar soñado bien podía fundarse en Estados Unidos, pero luego se le ocurrió que tal vez sería mejor crear la nueva Gales en América del Sur: en Brasil, Uruguay o Paraguay. También pensó en la Argentina, de modo que la publicación de aquel diario lo llevó a reunirse en Londres con los representantes argentinos para tratar la posibilidad de comprar tierras patagónicas.
Hacia dentro de la comunidad galesa, tanto de la británica como de la norteamericana, el debate se centraba en la posibilidad de obtener no sólo las tierras sino también, fundamentalmente, la independencia política y el reconocimiento por parte del las autoridades argentinas de que la colonia galesa patagónica tuviera un gobierno propio.
Como escribe Bill Jones en la introducción del libro, “la gesta romántica de unos 160 colonos de crear Y Wladfa (la colonia) y la posterior evolución de esta constituyen uno de los episodios más famosos y mejor documentados de la historia moderna de Gales. Ha sido y continúa siendo registrada y celebrada en poemas, piezas teatrales, cantos, libros de viajes, memorias, historias y otros estudios académicos”.
Pero la gesta galesa en la Patagonia durante el medio siglo que va desde 1865 hasta 1914 debe inscribirse, como la emigración masiva hacia los Estados Unidos, dentro del complejo proceso histórico de la diáspora galesa.
Buena parte de aquellas migraciones fue consecuencia de las grandes transformaciones sociales, económicas y religiosas acaecidas en Gales desde fines del siglo XVIII y durante el XIX. La industrialización, el cóctel nacionalista protestante, la explosión demográfica producida por las masas desempleadas que llegaban a buscar trabajo, y la defensa del idioma frente al inglés forman parte de esa múltiple causalidad que llevó a tantos galeses a fundar nuevas Gales al otro lado del Atlántico.
Un detalle encantador que se aprecia en varias de las fotografías del libro, y que habla de la relativa imposibilidad de sostener una comunidad absolutamente cerrada, es la rapidez con que los colonos galeses adoptaron el mate. Se los ve en varias tomas empuñando el mate con la misma habilidad con que sostenían una pipa.
Este punto, el del intercambio y la permeabilidad cultural, generó un ríspido debate que eclipsaba el éxito de la colonización para poner el acento en la rapidez con que se adaptaron a las costumbres locales.

Las tomas de Thomas

El libro se divide en dos partes, que se corresponden con la división entre los siglos XIX y XX. La primera se compone de la etapa fundacional y casi todas las fotos pertenecen a John Murray Thomas. La segunda parte tiene un orden cronológico-temático y está dividida a su vez por áreas geográficas.
El libro incluye largos ensayos y estudios a cargo de Bill Jones, María Bjerg y por el curador de la serie de estos libros dedicados a destacar y poner en valor los archivos fotográficos del pasado argentino.
Luis Priamo, que compartió el cuidado de esta edición con Mario Valledor, señala “la significativa cantidad de fotografías que han guardado los descendientes de los inmigrantes galeses, en especial de las capillas esparcidas entre sus chacras, de los coros y grupos bíblicos de cada capilla o del eisteddfod (ver aparte). También sorprende la abundancia de fotos de familia y de acontecimientos sociales que se observa entre las pocas imágenes de interiores que nos han llegado”.
Otro motivo de sorpresa es la gran cantidad de fotógrafos (profesionales y amateurs) que registraron a los colonos, los paisajes y la vida cotidiana durante los primeros años del siglo XX.
El primero en afincarse en la zona fue el citado Thomas, quien dio cuenta de la vida de los colonos y los viajes por las ciudades y pueblos del interior.
A fines de siglo se destaca también el trabajo del austríaco David Schifter, que se instala en Rawson. También sobresale el italiano Carlos Foresti, quien publicaba en la revista Caras y Caretas.
Varias de las fotos de mejor calidad pertenecen a Henry Bowman, paisajista y retratista, que no sólo inmortalizaba a los retratados como fotógrafo sino también tallaba las lápidas del cementerio. En sus últimos años fue juez de paz y comisario. Por último mencionamos a R. E. Theobald, retratista y documentalista, quien también sentía –como Lewis Carroll– gran placer en fotografiar niñas y adolescentes.
Casi todo ellos eran fotógrafos itinerantes que salían a trabajar a lo de sus clientes para hacer las tomas al aire libre, frente a las casas.

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La estación Gaiman del ferrocarril (c. 1910), de Henry E. Bowman. Gelatina de plata.
 
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