PLáSTICA › CARLOS GALLARDO EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES

Escenografía de la memoria

En la muestra se despliegan teatralmente varias series de obras sobre la memoria y el cuerpo. La reconocida crítica de arte neoyorquina Dore Ashton viajó para la inauguración.

 Por Fabián Lebenglik

El Museo Nacional de Bellas Artes inauguró el jueves pasado la exposición Back up, de Carlos Gallardo (Buenos Aires, 1944), en el pabellón de exposiciones temporarias.
Uno de los ejes de lectura y composición que rigen la muestra de Carlos Gallardo es la concepción escenográfica. La puesta en escena, la mirada escenográfica o, como él llama a sus decorados teatrales: “Instalaciones en escena”. En efecto, el artista viene realizando escenografías para ballets desde hace casi veinte años, por todo el mundo. Y en este sentido, el aspecto teatral, el artificio “dramático”, resulta central en las muestras del artista.
Dentro de la caja conceptual de lo teatral y escenográfico, Gallardo coloca y dispone, bajo una luz también escénica –en este caso la puesta de luces es de Eli Sirling y el montaje del propio Gallardo– un enorme conjunto de obras agrupadas en series: “Movimiento perpetuo”, “Abismal”, “Erratum”, “Close-up”, “Finale”, “Kronos...”, “Queen Size”... Y a su vez cada serie funciona como caja conceptual, como continente y contexto de un repertorio de imágenes, objetos y textos poéticos.
Para presentar la exposición de Gallardo, viajó especialmente a Buenos Aires la reconocida crítica de arte neoyorquina Dore Ashton, quien además escribió un texto para el catálogo.
“La conferencia que di el viernes sobre la obra de Gallardo –explica Ashton a Página/12– se tituló ‘La escritura del desastre’, una frase tomada de Maurice Blanchot, a propósito de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Esto se relaciona con la célebre pregunta de Adorno sobre cómo hacer arte después de Auschwitz, una pregunta que resuena inevitablemente –luego de advertencia de Adorno– y pienso que la obra de Gallardo responde a aquella pregunta. De algún modo Gallardo en su obra siempre dice sí a la vida.”
“Por otra parte –sigue Dore Ashton, que habla pausadamente, sin levantar la voz– mi generación se formó en el existencialismo y creo que en este sentido uno de los legados existencialistas, que también veo en la obra de Gallardo, es que debemos tomar responsabilidades. Y Gallardo lo hace, en todo sentido: desde el montaje –realizado por él mismo, sin curadores, aclara con cierto sarcasmo–, hasta la imagen, que revela autenticidad. Fíjese que yo misma –dice con ironía– no soy muy abierta, pero sí me comprometo con los artistas que siento que son verdaderos.”
“No asocio particularmente la obra de Gallardo con la Argentina ni con Buenos Aires; sin embargo, veo que se trata de una obra que está hecha en un lugar donde han pasado cosas terribles. En este punto recuerdo cuando yo participé de las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam y, últimamente, en contra de la invasión de Irak. En la gran manifestación de Nueva York del año pasado, cuando la policía se nos tiraba encima con los caballos, era notable ver cómo la personas que estaban a mi alrededor, en general muy jóvenes, no tenían experiencia previa en estas situaciones y yo sí. Inmediatamente nos tomamos unos con otros de los brazos para hacer una barrera humana... Y esta clase de memoria del temor es algo que a la mayoría de la gente se le olvida, desde luego que razones de necesidad. Para volver a lo que decía sobre la obra de Gallardo, pienso que los artistas siempre mantienen vivo para nosotros el recuerdo del temor y de la tragedia. Sin embargo, no creo que todo arte sea expresión de tragedia. Porque, evidentemente hay muchas voces. Tal vez se trate de una cuestión de gradación de la tragedia.”
En la aparente variedad de elementos que se ve en las obras que integran la exposición, de a poco se comienza a distinguir un número relativamente acotado de componentes: buzones, elásticos de cama, atriles, jeringas,cartas, fotografías de muelles, restos de máquinas (especialmente máquinas de escribir), tensores, breteles, resortes...
Sobre estos elementos, Gallardo explica a Página/12: “Siempre estoy atento a la aparición de elementos opuestos; a la energía de algo que fue o que está por irse.”
Y respecto de la oposición entre fijar un lugar de residencia (el artista vivió muchos años en Canadá) y vivir viajando; entre la permanencia en una ciudad y la condición de viajero, Gallardo cuenta que “sigo viajando todos los años, pero ya no tanto como antes. Tengo ganas de estar acá en Buenos Aires. En estos trabajos, por ejemplo –señala la serie ‘Abismal’–, los buzones son de Montreal; las fotos, de Amberes; y las obras las hice aquí, en Buenos Aires... Creo en la asociación libre como método y pienso que las cosas se relacionan a pesar de nosotros”.
“En el período moderno –escribe Ashton– , la idea de ‘asociación libre’ se hizo cargo del peso de la analogía universal, y éste es el motor de Gallardo, quien inviste los objetos encontrados de su deseo profundo de comprobar la coherencia en el mundo caótico de la experiencia.”
Y sobre este punto, la crítica de arte agrega para nosotros: “En la obra de Gallardo se observa una gran facilidad para ir de la imagen a la poesía. Pienso que esta relación entre imagen, poesía y silencio, tan presente en su obra, se da naturalmente, porque todo sale de una misma fuente”.
La poesía de Olga Orozco siempre acompañó a Gallardo y el artista la cita en todas sus exposiciones. La relación entre imagen, escritura y memoria es permanente en su obra, a lo largo de los años. Siempre recuerda que desde que hay escritura hay memoria. Pero no sólo la escritura poética es la que integra sus trabajos, sino también la escritura cotidiana e incluso la burocrática: cartas, documentos, almanaques... pasan a ser materia prima. Las cartas personales, por ejemplo, forman parte de tres instalaciones de pared (“Movimiento perpetuo”) que lucen como sistemas mecánicos en equilibrio inestable, con tensores, engranajes, alambre, resortes, cadenas, caños de aluminio, fotografías...
En otras obras (de la serie “Kronos Diáspora”) los días impresos en almanaques sirven como soporte sobre los que pega las hojas de viejos pasaportes, sellados y vueltos a sellar. Estas cartas y documentos acumulados y transformados suponen la evidencia física que desata la memoria, estructurada por capas sobre capas de recuerdos, en donde unos modifican a los otros. Sobre esos papeles propios deposita resina, que modifica esos viejos recuerdos para transformarlos en la superficie de sus obras como una memoria viva.
Para volver al aspecto teatral de la exhibición, vale citar “El chupasangre”, una instalación escultórica en la que un gran biombo/fichero, distribuido en varios cuerpos, está hecho por la suma de bloques de resina en cuyo interior hay decenas de jeringas, que en el total de bloques suman 4000 jeringas descartables. El piso de la instalación está saturado de sal y a su vez la obra está rodeada por unas cuerdas/tensores.
A través de las imágenes de los muelles de Amberes, donde se ven viejas grúas, sus esqueletos y otros artefactos portuarios en desuso, Gallardo establece una relación con el cuerpo y para subrayarla coloca textos poéticos, narrativos y descriptivos, con los que establece una secuencia.
En la serie “Kronos II”, un poema de Orozco funciona como epígrafe: “...y servirá este cuerpo más allá para sobrevivir?”. (...) “defiendo mi lugar/ esta humilde morada donde el alma/ insondable se repliega”. (En el Museo Nacional de Bellas Artes, Libertador 1473, hasta fin de mayo.)

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Abismal III, 2003, de Carlos Gallardo; buzón, fotografía, resina y alambre.
 
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