PLáSTICA › GERMAN GARGANO EN EL CENTRO CULTURAL RECOLETA

Las tormentas de la pintura

El pintor inauguró, con el auspicio de Página/12, una muestra de pinturas en la que se imponen el color y la materia.

En su nueva muestra –inaugurada el viernes pasado con el auspicio de Página/12–, Germán Gargano (Buenos Aires, 1953) comienza por citar una elegía de Rainer Maria Rilke, para colocar al espectador en sintonía poética y de sentido con el mundo que evoca en su pintura.
La obra de Gargano es de digestión lenta: si bien el color aplicado con pasión impacta desde un primer vistazo, luego se impone, lentamente, el clima dramático y épico de sus telas. Se impone cierta religiosidad laica e indeterminada, guiada por una sensibilidad cercana al Romanticismo. No se trata, como el propio artista se encarga de aclarar, de seguir un pensamiento religioso, sino de expresar una religiosidad emparentada con la espiritualidad, al modo en que lo hacían algunos de los primeros pintores abstractos de comienzo del siglo XX.
En la pintura de Gargano se superponen, al menos, dos tiempos: por una parte el tiempo de la inmediatez del color que se pega al ojo, con formas indiscernibles, manchas, zonas de color y de luz, en combinaciones audaces.
Luego la mirada, en una segunda lectura, se acomoda para que las formas vibrantes cedan paso, de a poco, a formas reconocibles. El caos inicial se disuelve y aparecen figuras y paisajes y toda una red de referencias que remiten a la literatura y a la historia del arte, entre otros campos de la cultura.
Gargano se formó con Carlos Gorriarena y Luis Felipe Noé. Desde 1983 participa de exposiciones en Argentina, EE.UU. y Alemania.
El año 1991 fue consagratorio para el pintor. Ganó la Beca PollockKrasner, otorgada por la fundación que se formó con el legado que dejaron Jackson Pollock y su esposa, la también pintora Lee Krasner. Fue el segundo artista argentino en obtener esa beca. El Museo Nacional de Bellas Artes compró su pintura El Réquiem, con la ayuda de la Fundación Antorchas y de la Galería CDS de Nueva York. Realizó el mural cerámico Santuario (de cinco metros de largo por un metro veinte de altura), para la estación Pueyrredón de la línea B de subterráneos y fue invitado a participar en la Bienal de Cuenca, Ecuador. Finalmente, también en 1991, presenta su primera muestra en Estados Unidos, donde hasta la fecha lleva realizadas diez exposiciones, entre individuales, grupales y colectivas.
En 1993 formó parte de la muestra “La otra cara” (diez artistas argentinos y alemanes, en Kassel, Alemania). Participó del Salón Nacional de Artes Plásticas, del Salón Nacional de Mar del Plata, de la muestra “Arte, desaparición y memoria” (1999) y “Arte y Cultura del siglo XX” (2000), en el Centro Cultural Recoleta.
Los formatos que el artista presenta resultan siempre visualmente excedidos por la pintura: como si la materia o, más precisamente, el modo en que está aplicada la materia, concentrara un deseo de expansión y expresión interrelacionados. La tendencia expansiva se percibe en la gestualidad con que las manchas de color cubren la tela. Zonas abiertas y cerradas, casi siempre vibrantes, que al entrar en combinación desatan una tormenta visual. Allí comienza el aspecto expansivo, como si la tela fuera un territorio a ocupar a través de batallas visuales: “... todo indica que estamos ante inquietantes confrontaciones, luchas o combates”, escribe el crítico Raúl Santana en el catálogo. Ese efecto de tormenta visual produce múltiples focos de atención simultáneos en cada tela, de modo que la percepción se desarticula y rearticula continuamente.
El núcleo incandescente de la pintura de Gargano es la tragedia y de allí se desprenden otras preocupaciones claramente tematizadas, como la muerte, la relación con la naturaleza o la pintura como campo de reflexión sobre las demás prácticas artísticas. La relación expansión/expresión no excluye otras posibilidades, como la de tomar la pintura en tanto sistema de representación: en este punto la construcción de la imagen a veces implica la superposición de sistemas, como en la tela ubicada en el fondo de la sala mayor, cuyo título es, precisamente, Fusión. Es decir que cada pintura, al mismo tiempo, también es un campo de experimentación sobre la construcción de volumen en el plano, la aplicación de una teoría del color, la composición de formas y figuras, la relación entre abstracción y figuración. Son todas preocupaciones muy presentes en la poética de Gargano, quien realiza cada cuadro como efecto directo de su pasión por pintar. Esa actitud en la que simultáneamente se reafirman dos tendencias que en otros artistas resultan contrapuestas, como la expansión y la reflexión, generan una notable combusión combinatoria en la imagen.
En la puesta en marcha de esta paradoja resulta crucial la cuestión de las temporalidades superpuestas, de los distintos tiempos que tanto el pintor como los espectadores necesitan para comenzar a comprender cada trabajo: el paso del tiempo frente a la tela hace crecer el sentido de la imagen ante los ojos.
(La muestra “Figuras y fantasmas” se puede ver en el Centro Cultural Recoleta, Sala J, hasta el 3 de octubre.)

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Mientras habla el río (2001), óleo de Germán Gargano.
 
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