PLáSTICA › PLASTICA LA NUEVA MUESTRA DE DIANA CHORNE EN EL MUSEO EDUARDO SIVORI

La memoria de los objetos

En Artes del juego II, los objetos cotidianos encuentran –con humor y extrañeza– nuevos sentidos y funciones.

 Por Fabián Lebenglik

Hay un desván de la memoria, un depósito móvil, dinámico, al que Diana Chorne recurre como a una cantera para buscar la materia prima de sus obras: maderas, metales, muñecas, objetos en desuso, tornillos, clavos, arandelas, tuercas, utensilios, alambres, chapitas, candados, piedras, botones y así siguiendo. Hay toda una colección/afirmación de lo cotidiano y lo familiar, y por lo tanto de aquello que se hace inmediatamente reconocible, pero al mismo tiempo extraño, y a veces siniestro, cuando aparece en un contexto nuevo.
Esa cantera tiene para cada objeto una función y un sentido latentes y diferentes de los que tenían un tiempo antes –ese tiempo varía entre varios minutos y varios años–, que se hacen manifiestos cuando la artista les encuentra un nuevo lugar en ese objeto que nace. Hay un procedimiento de acumulación, suma, yuxtaposición, reciclado.
Los elementos a reciclar constituyen una suerte de museo disponible para las ideas plásticas que encuentran refugio en piezas que se destacan por su verticalidad y colorido.
El procedimiento no sólo consiste en encontrar nuevos sentidos a materiales preexistentes, hallados o atesorados a lo largo del tiempo, sino también –en parte– en darles una función a estas esquirlas de realidad que la habían perdido.
Las obras de Diana Chorne –realizadas durante el último año– permiten pensar en ese museo de lo cotidiano –poblado de objetos expectantes–, esperando mutar funciones y usos para adquirir otros. En ese nuevo tejido se descubren nuevas tramas que reflexionan en clave, y generalmente con distancia y sentido del humor, sobre los recuerdos, los sueños, las ideas y sobre cuestiones diversas; acerca de aquello que se conoce como realidad, y alrededor también de la sociedad y la producción cultural. Todo esto aparece configurado en un sistema combinatorio basado en un repertorio finito, concreto, accesible, con el cual la artista “escribe” un diario personal –su obra– que resulta al mismo tiempo íntimo y público, subjetivo y colectivo.
Cada pieza revela la convergencia de oficios varios, un mundo en el que lo manual supone un puente entre conceptos y objetos, construido para arribar a discursos visuales que condensan sentidos. El conjunto de las piezas exhibidas remite a los modelos que la artista toma de la historia del arte, especialmente de la modernidad –pero no sólo de la modernidad– hasta el presente, incluido, por supuesto, el arte argentino. En este sentido, Chorne también establece en ese desván dinámico de la memoria no sólo un museo de objetos sino también una galería de artistas a los que recurre como guías y para solucionar cuestiones técnicas. No cabe duda de que se trata de una artista culta que da cuenta de sus saberes sin alarde, dosificados de acuerdo con los “requisitos” tanto simbólicos como prácticos y técnicos de cada pieza.
En la muestra que la artista presentó en el 2003 en el Centro Cultural Recoleta, Gastón Burucúa escribió: “Estas asociaciones no sólo tranquilizan nuestros ánimos, por cuanto nos ayudan a delimitar algunas experiencias modernas a partir de las cuales podemos aventurar las primeras hipótesis sobre los sentidos de los objetos de Diana, sino que nos demuestran, una vez más, hasta qué punto nos enfrentamos a la producción de una artista, es decir, de una fabricante de artificios que refuerza esa identidad propia al dialogar, en primera instancia y sobre el plano denso de la estética, con otros hacedores de cosas semejantes. Pues sigo creyendo que el rasgo primordial del artista consiste en un remitirse sin pausa a las obras, a las realizaciones que otros homines fabri como él llevan a cabo, de manera que toda la atención del hacer y del contemplar quede centrada en las relaciones de líneas, contornos, arabescos, colores,texturas ópticas, corporeidades, huecos, configuraciones espaciales, luces, sombras”.
Todos estos objetos van configurando un repertorio de personajes con personalidad propia que a su vez interactúan en una suerte de puesta al día de la comedia humana pensada como un ciclo que incluye a la totalidad de las obras como eslabones de una obra mayor. Esto además supone cadenas de relaciones que guardan las obras entre sí y que a pesar de la autonomía relativa de cada trabajo sugieren una serialidad: cada nueva obra guarda evidentes puntos de contacto con las demás y allí también se advierte el plus de los objetos, su naturaleza acumulativa y contextual.
Según Luis Felipe Noé, Diana Chorne “hace sus totems culturales con la libertad combinatoria de posibilidades de un jugador de truco: entre el límite de la regla y el infinito de la picardía”.

(En el Museo Sívori, Paseo de la Infanta 555 –frente al puente del Rosedal–, hasta fin de mes.)

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A izquierda y derecha, dos obras de D. Chorne.
 
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