PLáSTICA › MUESTRA ANTOLOGICA EN EL CENTRO CULTURAL RECOLETA

Grandes éxitos de Ana Eckell

La reconocida artista resume veinte años de trabajo en una muestra que articula la subjetividad con el contexto social.

 Por Fabián Lebenglik

“La voz del agua” es el título de una antología que abarca los últimos veinte años de la producción de Ana Eckell (1947). La artista hizo una selección que bien podría pensarse como los “Grandes Exitos” de Ana Eckell, porque se incluyen las obras que, desde comienzos de los años ‘80 hasta el presente, jalonaron la carrera ascendente de la artista: por haber sido exhibidas en espacios consagratorios, por haber recibido distinciones o participado de bienales internacionales. Con pragmatismo, Eckell eligió mostrar aquello que la mirada de los otros, generalmente ojos expertos, fue destacando dentro de su propia obra. Es decir que la curaduría de la pintora y dibujante tiene como fundamento la selección previa que, a través de los años, fue haciendo el aparato de la crítica especializada.
Se trata de una producción enmarcada en el período que va desde el fin de la dictadura hasta la actualidad. Desde cierta imagen monstruosa, más metafórica –en relación con los ecos de la nueva figuración y con evidentes marcas y homenajes a los pintores que la artista respeta como modelos artísticos– y al mismo tiempo más social, hasta la interiorización de los conflictos, donde la artista y su mundo pasan a ser el objeto de una doble narración, visual y verbal. A través del tiempo, los personajes de la artista remiten, con distintos grados de intensidad, a ciertas condiciones alternativas entre la humanidad y la animalidad.
Los personajes y situaciones que la artista pinta y dibuja sobre el fondo de anotaciones conforman un mundo obsesivo, repetitivo, que contiene festividad y espanto: un entramado de fobias, manías, obsesiones, placeres y terrores, personales y sociales. El input de la obra, sus fuentes, son múltiples y variadas, y van desde la sexualidad hasta la transcripción de una conversación telefónica; desde una noticia periodística hasta el dato de una cita.
La antología permite ver la unidad estilística y por lo tanto el valor que Eckell le da a una subjetividad coherente y continua, a un “yo” fuertemente expresivo, semejante, aunque no completamente coincidente, con el de la propia artista, en tanto personaje, con su mundo más inmediato y con la articulación de esa subjetividad con lo social.
Buena parte de su obra más reciente (a partir de mediados de los años ‘90) toma como principio constructivo y punto de partida un género oscilante que va del diario íntimo a la agenda y de allí a las anotaciones casuales que se hacen en una hoja, al lado del teléfono. Con eso fabrica la trama de su obra. Se trate de un diario/agenda/anotador real o construido, en este caso da lo mismo porque lo que prevalece es la estructura de un género que juega con (o expresa) lo personal, lo menor, lo incidental y fortuito, tomando como materia los reflejos y datos del mundo que se desprenden del día a día. Sobre esa materia tan variada y al mismo tiempo tan rutinaria que la artista coloca como grado cero de su obra –números de teléfono, nombres, direcciones, grafismos, embriones de relatos, dibujos, trazos, tareas pendientes, frases y así siguiendo–, surge una galería de personajes y actitudes.
No tiene sentido indagar sobre el grado de intencionalidad o premeditación con que la artista garabatea una cantidad de hojas que luego pasarán a formar parte de la obra. Porque esa relación de causa/efecto no agregaría nada al sentido. Para el análisis de la obra, todo ese complejo de anotaciones y bocetos forman parte de la construcción de una imagen que busca consagrar la espontaneidad como registro de época.
Cuando el sistema es tan abarcador e inclusivo, todo puede ser materia prima potencial y entrar en la caja negra de las transformaciones artísticas. La lógica del estilo Eckell tiene la característica de convertir todo dato en obra propia, de manera que podría pensarse como una compulsión por el coleccionismo a partir de un sistema donde lasubjetividad se vuelve dominante al punto de fabricar un imperio módico y caprichoso.
La combinación entre la subjetividad y la timidez de la artista contrasta y se complementa con la contundencia de los resultados, porque se trata de una de las artistas más premiadas de la última década. En este sentido, las dos instalaciones que montó en la muestra, donde incorpora objetos y esculturas, son al mismo tiempo reveladoras de una interioridad muy sutil y poética que busca anclarse en la certeza, al punto que la artista decidió utilizar como eje de ambas, las enormes columnas de la Sala Cronopios. La subjetividad y la delicadeza de Eckell se expresan sostenidas de una columna. La artista tiene una intuición fuerte de cómo ir hacia lo seguro.
La exposición se abre con el despliegue de las páginas escritas de un diario personal y en este caso se invierte la lógica de la mayor parte de su obra. Aquí el fondo está conformado por grafismos y dibujos, y la materia textual, hecha de narraciones y datos, pasa al primer plano. Se trata de una secuencia poética, con relatos, diálogos y descripciones que funcionan como introducción al mundo íntimo de la artista.
De allí se pasa directamente a las pinturas y dibujos: según la cronología, del color furioso al blanco y negro. Y claramente se ve el paradigma de una obra hecha por adición, montaje y distribución de elementos. Ese proceso, que al principio, en los años ‘80, tenía la forma de un relato único y más tarde se construyó sobre la base de relatos fragmentarios, es el que hace que cada obra tenga un funcionamiento interno similar al que toda la obra exhibe en general. Cada cuadro es como una célula cuya función y lógica no contradice al conjunto: más bien lo condensa y especifica. Como se trata de un esquema abierto e inclusivo, cada nueva obra se suma a la acumulación simbólica general.
Algunos de los hitos en la carrera de Eckell –y por lo tanto la guía explícita para la selección de los cuadros y series incluidos en la muestra– pasan por la Bienal Arché de 1982; la Bienal de La Habana y la de París (1985); la Bienal de Venecia (1997) y la Bienal del Mercosur (1999).
En 1994 recibió el Primer Premio de dibujo en el Salón Nacional. Al año siguiente ganó el primer premio Chandon. En 1996, el Gran Premio de Honor (dibujo) en el Salón Nacional y ese mismo año obtuvo el mismo premio en el Salón Municipal Manuel Belgrano. En 1997 fue distinguida con el Premio Costantini. (En el Centro Recoleta, Junín 1930, hasta fin de mes.)

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Parte del tríptico “Siete cielos” (1997), de Ana Eckell
 
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